
Alaíde Ventura Medina, escritora mexicana: “Somos un montón de personas cargando con heridas”
La casa argentina Concreto Editorial debuta en las librerías chilenas con “Entre los rotos”, una novela que narra la experiencia de una familia atravesada por la violencia doméstica y sus consecuencias, en un mosaico de agresiones que, en más de un fragmento, puede transformarse en espejo.
“Chile es un país que yo quiero mucho, es un país de poetas, de mis poetas favoritos y de un excepcional mexicano que es Roberto Bolaño”, parte diciendo la escritora Alaíde Ventura Medina desde El Paso, Estados Unidos, lugar donde está cursando el doctorado en Creative Writing en la Universidad de Houston. A esta lista suma a 31 minutos y a Alejandro Zambra, pero también “el vínculo de dos países heridos que sacan la máxima luz que pueden de esa herida”.
Desde allí, desde esa frontera, conversa sobre distintas dimensiones que atraviesan la novela “Entre los rotos”, reconocida con el premio Mauricio Achar-Random House en 2019, traducida al griego y al árabe y que desde la quincena de marzo ya se encuentra en las librerías locales gracias a la llegada de Concreto Editorial, casa argentina que aterriza en Chile con un nutrido catálogo de poesía y narrativa eminentemente latinoamericana.
Utilizando un glosario, la enumeración y la descripción de estas imágenes, Alaíde Ventura Medina nos adentra en una casa marcada por las agresiones del padre, pero también por la complicidad para resistirla con las herramientas de la infancia y de la adolescencia, etapa que deja huellas en la protagonista y su hermano, que terminan conformando un lenguaje nuevo.
“Soy una persona muy melancólica; trabajo activamente para vivir en el presente, pero la verdad es que la ansiedad me lleva al futuro y la melancolía y la tristeza me llevan al pasado”, cuenta en esta conversación.

—¿Qué te pasa con la llegada del libro a otros países?
– Es una experiencia bien curiosa que el libro viaje más que yo, que la historia que salió de mi cabeza entre a más casas y cabezas de las que yo podría llegar físicamente. Estoy muy contenta y agradecida pero también —hay que decirlo— muy sorprendida porque escribimos historias para conectar con personas pero cuando en realidad lo conseguimos es mágico, sobrepasa todas las intenciones originales de la escritura.
—¿Qué te detonó escribir esta obra?
– Es una anécdota. Una vez estaba en casa de mi mamá de visita, me puse a hurgar las cosas viejas y me encontré con el clásico álbum familiar. Revisándolo por juego y por aburrimiento, encontré una foto en la que estoy yo de tres meses de edad con mis padres. Mi papá se fue de la casa cuando mi mamá estaba embarazada de mí, o sea que no sé qué estaba haciendo él allí en ese momento de la foto. En la imagen mis papás están viéndose con enojo, y yo que soy una bebé estoy como sacadísima de onda, con una cara de espanto. Me pregunté por qué existía esta foto, y es por qué alguien la tomó y fue mi hermano, que en ese momento tenía ocho años y que se llevaba la peor parte porque él sí veía todas las cosas que estaban pasando. Toda esa imagen del detrás de cámaras me hizo preguntar por las fotos familiares de esta generación en la que yo crecí —que son los años 80 y 90—, y cómo, en el detrás de la pose de los niños en las fiestas infantiles, de los registros de los viajes y todo, había un montón de cosas. Allí empecé a detonar creativamente la historia, primero tomando prestados recuerdos míos y luego ficcionando.
—¿Qué hay de ficción y de autobiográfico en este libro?
– A la gente le da mucha curiosidad porque la voz es muy parecida a la mía. Es que el libro tiene tanto de biográfico como de ficción: todo es ficción y nada es ficción. Algunas escenas son mías o se parecen a las mías, algunas personas se volvieron personajes o se mezclaron rasgos unos con otros.
Este libro lo escribí en 2019, y en ese momento todavía no me educaba como escritora. Había estudiado antropología y me costaba un poco imaginar y ficcionar más allá, entonces tomaba prestados los elementos inmediatos, primero como ejercicios descriptivos. Por eso la respuesta es ambigua.
No me acuerdo a qué autor le preguntaron qué porcentaje de su libro era biográfico y contestó que el 13%. Puedo dar una respuesta parecida también pues si tomara nuestros recuerdos, los metiera a una licuadora y el resultado los contuviera todos, no sería ninguno de los ingredientes originales.
—El tema troncal del libro es la violencia en sus múltiples versiones. Considerando su llegada a Chile, ¿cuán universal es el tema de la violencia doméstica?
– Por desgracia es una doble reacción, es desgracia y fortuna a la vez porque escribí este libro desde un lugar de mucho dolor. Comencé a escribirlo como un mecanismo de escritura restaurativa, como dice la escritora y amiga Silvia Aguilar Zéleny, pero con el tiempo se convirtió en un producto, un artefacto artístico, y cuando lo lancé lo primero que recibí fue la cálida sorpresa siempre amorosa de que hay gente que me escucha con atención, con el corazón abierto y que se acercan para decirme que mis palabras les hablaron. Esa reacción es el máximo premio de cualquier escritora, que alguien te permitió entrar a su refugio; pero con el tiempo resulta que son muchas personas que me lo dicen, y en vez de sentirme tan acogida como el principio, también empecé a sentirme aterrorizada porque somos un montón de personas cargando con heridas, y la mayoría han sido llevadas a puertas cerradas. ¡Qué normalizada tenemos la violencia!, ¡qué terror!
Luego el libro se va a otros países y lo traducen a otros idiomas y resulta que me escribe gente de Italia y de Grecia para decirme “tu libro me habló, esta infancia se parece a la mía”, y pienso que no tiene nada que ver, yo soy de Veracruz y tengo ciertos referentes —animales y plantas y luces—, pero que eso se parece porque venimos de esa herida. Entonces es una navaja muy delicada la que abre un libro, y comencé a adquirir la responsabilidad en el sentido de que la escritura abrió heridas que tal vez, creían sus dueños, estaban cerradas.
—¿Cómo transitaste este proceso de creación?, ¿qué herramientas tomaste de la antropología como disciplina?
– Me tomó muchos años escribir mi primer libro, que es una historia para jóvenes, que tiene una estructura lineal, en primera persona, de corte realista; o sea, es un libro tradicional. Con ese libro se me abrieron las puertas porque ganó un premio y un fondo, lo publicaron y me empoderé como escritora. Para ese entonces había empezado a escribir Entre los rotos, pero era un libro diferente porque lo que yo había empezado eran postales de las fotos, o sea, describir la imagen, puro ecfrástico.
Con el fondo, Sylvia me aceptó en Casa Octavia, su residencia de escritura creativa en El Paso. Cuando nos sentamos a trabajar el libro me dijo que estaba contenido, que no estaba contando la verdadera historia que quería contar porque estaba haciendo lo mismo que hacemos en la vida real, que es mostrar sólo la foto. Comenzamos a desanudar los hilos que unen a las fotografías como ejercicio narrativo. Sylvia me desbarató y me volvió a armar como escritora y como persona.
—Los feminismos han sido lentes para ver, para identificar las violencias en general y en este caso la violencia doméstica. ¿Usaste estas gafas feministas?, ¿qué otros lentes consideraste sumar para para mirarla?
– Me gustaría responderte que sí, pero la verdad es que me faltaban lecturas. Llegué al feminismo de manera intuitiva y socializada, cuando mis amigas pusieron libros en mis manos y comenzaron a hablarme y a tratarme como una persona, como nadie me había tratado antes. La primera persona que me abrió los ojos deslumbrantemente fue Gabriela Damián, que en el taller literario del que salió mi primer libro —que era un taller de nosotras nomás— me empezó a hablar de Ursula K. Le Guin y de los mundos posibles que podíamos habitar. Ahí empecé a leer y a educarme.
Para “Entre los rotos” a mí todavía me faltaban lecturas. Sylvia me dio algunas, sobre todo de escrituras del yo. Era una cuestión que más que de mi dolor, provenía de un lugar que yo quería nombrar, pero todavía no tenía elementos teóricos para hacerlo. Entonces, este libro viene escrito desde las gafas de la feminista intuitiva.
—¿Qué otros lentes o perspectivas crees que se suman para identificar estas violencias?
– También hay una intersección que me atraviesa actualmente por mi concepción migrante. En particular, en Entre los Rotos la interseccionalidad de la clase también está presente, porque esta familia proviene de una clase muy específica, que pierde al padre proveedor y que además proviene de un origen campesino veracruzano. Ellos viven en un multifamiliar que hacen en cantidades para los trabajadores de la ciudad que han migrado del campo, que son casas muy pequeñas, les decimos pajareros.
—El libro cuenta con un glosario que se va tejiendo en los capítulos, ¿cómo describirías ese ejercicio?
– Ahora ya me considero una escritora con oficio porque he estudiado y porque a esto me dedico, pero todavía Entre los rotos lo escribió una escritora incipiente, que tenía un libro publicado, que todavía tartamudeaba para hablar de técnica narrativa y estructuras.
Soy escritora desde hace poco, pero siempre he sido muy lectora. A los 15 años leí La insoportable levedad del ser, que me marcó para mal porque me fascinó y me hizo querer transformar toda mi identidad en función de sus personajes y el amor, como es concebido en ese libro, un amor arrojado e irrestricto. No me acordaba de ese libro hasta que después entré a la maestría acá en El Paso y en la clase con la profesora Sasha Pimentel fue el primer libro que leímos ese semestre. Ahí me fijé que este libro tiene un diccionario, nada más que es un diccionario amoroso de los amantes. Esto me lo robé, o sea, bueno me inspiré. Ahora más grande sé que es un recurso que muchos han usado y seguirán usando porque es una forma de sistematizar el mundo.
—A propósito del lenguaje, en contraposición también está el silencio en uno de los personajes. ¿Podemos decir que se convierte en otro lenguaje?
– Creo que establecemos idiolectos con las personas, no sólo con las personas tan cercanas, sino con las que convivimos día a día. Es bonito, es como un microuniverso dentro del caos, y te hace sentir a salvo, porque te hace sentir —como dice el libro— cómplice, equipo. Yo quería regalarle eso a los personajes porque les estaba adjudicando tanta desgracia. Les quise regalar algunos destellos de luz, como la abuela, los animales, el verde de Veracruz, la comida, y esto, pues el amor con que ella, la hermana, puede hacer contacto ante la desgracia.
—¿Cuán presente sigue el tema de la violencia en tu imaginario literario?, ¿cómo lo situarías en tus inquietudes escriturales actuales?
– Diría que sí, está muy presente la violencia patriarcal. Si yo fuera una crítica del 2060 analizando mi propia obra, diría, mi primer libro es sobre la desgracia casi que azarosa, porque la violencia ahí es un proceso de demencia de una abuela. En Entre los rotos es una violencia patriarcal, o sea, infligida por un hombre violento hacia los seres que él considera inferiores. Luego, en Autofagia, es una violencia también patriarcal, pero que está arraigada en un sistema, o sea, es la violencia del ingenio azucarero, del narco, de los feminicidios.
Lo que estoy escribiendo ahorita es sobre una violencia rapaz, capitalista, incluso antes del capitalismo, que es la violencia de la esclavitud, del sometimiento de los cuerpos por la ganancia económica por el expansionismo. Lo que estoy escribiendo ahora es el monstruo que no alcanzamos a ver porque es demasiado grande: estoy rastreando la historia de los ingenios azucareros en Veracruz, que van desde que Colón trajo la primera caña y luego Cortés que fue el primero en producirla oficialmente.
—Vi que en algunas reseñas del libro lo asociaban al kintsugi, por esta idea de la reparación evidenciando las huellas. A propósito de la escritura y de la respuesta de los públicos, ¿podrías decir que el ejercicio escritural para ti sirve como reparación?
– Yo era muy escéptica de esto de la reparación, tal vez todavía lo soy, pero sí es un hecho que la escritura nos conecta, la lectora-escritora y la lectora-posteriormente escritora nos conecta con otras personas, con nosotras mismas y con lugares de nosotras, y eso tiene que ser reparador porque es como cuando haces yoga y percibes un músculo nuevo que dices, no manches, yo no sabía que mi dedo gordo tenía un músculo, ahí lo estoy sintiendo. Un libro que te lleva a un lugar, a ser consciente de eso, pues tiene que reparar algo, tiene por lo menos que echar luz en la herida.
—Finalmente, ¿qué invitación le harías a la gente de Chile que te va a conocer ahora un poco más con la llegada de “Entre los rotos”?
– Partiría por agradecer a quien se haya acercado, así haya sido por el título, por la portada, porque confía en la editorial, porque alguien se lo recomendó. Ya el hecho de que le hayan echado un ojo para mí es fuente de alegría, es una responsabilidad alegre para mí; así que invitación plena.