
La partida de Pablo Chiuminatto
Dejó una impronta, no solo como artista sino también como académico. Pero por sobre todo era de los pocos que se atrevía a hablar a la hora de la polémica, especialmente cuando se trataba de enfrentar al poder en el mundo de la cultura.
Han sido meses tristes y difíciles en el mundo de las artes visuales. En diciembre falleció Francisca Núñez, en enero Juan Castillo y ahora Pablo Chiuminatto. “Todos ellos grandes como artistas y también como personas y amigos”, comentó el artista Ciro Beltrán.
Por eso, el reconocido artista Alfredo Jaar dijo que poseía “una honestidad intelectual única en Chile”. En ese mismo sentido, Sandra Accatino, académica de la U. Alberto Hurtado, comentó que “Pablo aunaba muchas vidas y en todas ellas se situó intensamente en lugares que le permitieron mirar y pensar de manera crítica la tradición, las convenciones, los juegos del poder”.
Y Arturo Duclós, presidente de CreaImagen, expresó que “fue un personaje muy certero, con una voz independiente y que supo instalarse con autoridad en un medio autoritario. Sus opiniones, siempre muy inquietantes y a veces fuera del lugar común, constituyeron una clara contribución a la discusión en el espacio nacional de las artes visuales”.
También por eso su pérdida es irreparable.
Uno que lo conoció hace muchos años fue el propio Beltrán. Fue a finales de 1988, cuando ambos habían sido invitados a participar de la gran muestra de arte chileno en Berlín, llamada “Cirugía Plástica”.
“En esos años, entre 88 y 92, nos visitamos regularmente en nuestros talleres y además de hablar de pintura compartíamos el gusto por la obra de Gustav Mahler. Él me dio un muy buen dato sobre bases acrílicas, dato que uso hasta el día de hoy. Luego yo me fui a Alemania y perdimos el contacto”.
Sobre su arte, Accatino dijo que Pablo “pintó y grabó paisajes evanescentes, muchas veces monocromos, y el paisaje es el género que, desde el siglo XIX, ha tenido la más larga trayectoria en el país”.
“En la universidad enseñaba a los clásicos y descifraba el mundo contemporáneo a partir de ellos y de su intersección con la tecnología y luego con la ecología. Tenía una curiosidad infinita, intereses muy vastos, conocimientos y anécdotas enciclopédicos, una capacidad enorme para conectar eventos y pensamientos lejanos y gozar con la belleza, con el pensamiento, con todos los deleites, con la amistad. Era un conversador maravilloso, un anfitrión increíble, un amigo luminoso y muy querido”.
En cuanto a Jaar, contó que conoció a Chiuminatto hace casi 20 años, después que escribiera un ensayo sobre una retrospectiva suya del año 2006, y a partir de ese momento nació su amistad.
“Seguí su trayectoria desde lejos, siempre impresionado por su dedicación y pasión por el arte y el conocimiento. Su curiosidad intelectual no tenía límites. En mis viajes a Chile nos encontrábamos muy seguido, gracias a Adriana Valdés, quien nos convocaba a sesiones memorables de intercambios creativos desde la transdisciplinariedad, desde el arte a la filosofía, de la escritura al pensamiento político”, recordó Jaar.
Su última colaboración con Chiuminatto fue para la muestra de Jaar en el Museo de Bellas Artes, titulada «El lado oscuro de la Luna», comisariada por Pablo, que pudo verse el año pasado.
“Trabajar con él fue un extraordinario modelo de intercambio intelectual, un muy eficiente modelo de logística operacional, y un maravilloso modelo de complicidad y amistad. El resultado de su trabajo estuvo a la vista por más de seis meses y ese gran éxito fue debido al compromiso, al duro trabajo y a la pasión de Pablo”, dijo Jaar.
La última vez que hablaron fue hace unos pocos días, cuando Jaar llamó a la académica Adriana Valdés por su estado de salud, “y allí estaba Pablo, a su lado, cuidándola. Pablo creía en el cuidado como práctica política pero también sociocultural, y sobre todo personal”.
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