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“La aventura invisible”: relatos de reinvención para tiempos desafiantes CULTURA|OPINIÓN

“La aventura invisible”: relatos de reinvención para tiempos desafiantes

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Hilda Pabst Aldoney
Por : Hilda Pabst Aldoney Gestora cultural y crítica de artes escénicas; Licenciada en Comunicación Social y Periodista por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y Licenciada en Literatura Inglesa por la Universidad de Chile; ha desarrollado su labor de gestora cultural en instituciones como el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio; la Sociedad Chilena del Derecho de Autor, SCD; el Programa de Especialización de Corfo Valparaíso Creativo y en diversos proyectos artísticos independientes. Ha ejercido la crítica de artes escénicas en medios de difusión cultural como La Juguera Magazine y Revista Anfibia y en medios digitales como El Martutino. Asesora proyectos creativos en artes escénicas, música y patrimonio.
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¿Quiénes somos si perdemos nuestra capacidad de recordar? ¿Qué tan flexible puede ser nuestra identidad de género? ¿Cuánto nos podemos transformar sin dejar de ser quien somos? “La aventura invisible” nos lleva a mirar muy de cerca historias extraordinarias que nos estremecen.


En abril de este año falleció en Francia, a los 49 años, Jerome Hamon, el primer hombre en recibir un trasplante completo de rostro en 2010, pues padecía de neurofibromatosis, una enfermedad que deformaba dramáticamente su rostro. Su relato y el de dos personas más –una neuroanatomista que sufre un derrame cerebral y un artista queer que rescata del olvido a una fotógrafa lesbiana expulsada del movimiento surrealista- son la materia prima de “La aventura invisible”, última obra del periodista, autor y cineasta sueco Marcus Lindeen, que el director Víctor Carrasco lleva a escena con la participación de Amparo Noguera, Ricardo Fernández y Marce Gutiérrez.

La apuesta por una dramaturgia testimonial nos instala, sin rodeo alguno, en un espacio de reflexiones y cuestionamientos sobre la identidad y sus fisuras, donde no hay anestesia ni respuestas tranquilizadoras. Igualmente inquietante puede resultar la puesta en escena, sobre todo para quienes se aferren a los códigos de un teatro tradicional, de relato aristotélico, con caracterización de personajes o con una teatralidad evidente.

Hay un ejercicio de dirección más bien descarnado, que no intenta suavizar la incomodidad, ni amortiguar el golpe, pero que es fino en el manejo de la atmósfera, el tempo de los diálogos y los silencios, así como en el uso de la luz, el intenso cromatismo, las proyecciones y la música incidental. Cada escena es en sí misma una historia completa que nos deja con el aliento suspendido para esperar, y en cierto modo, espiar la siguiente. La música nos refuerza esa sensación de desasosiego. Se nos requiere por completo en la acción inmóvil de espectar (si se me permite el verbo), no hay distracción posible.

La obsesión de una neurocientífica por su propio derrame cerebral y su intento de ser testigo del momento cercano a su muerte nos llevan a transitar el asombro y la ternura en segundos, mientras chispazos de humor negro recorren la escena como las ondas eléctricas de un cerebro en colapso. Y aun así, la lucidez brilla, la pulsión de vida prevalece y el ingenio de la situación límite protagoniza el rescate de ese último aliento de vida.

Mientras toda huella de lenguaje, memoria, y símbolos se extinguen en su hemisferio derecho, su capacidad de comparar imágenes de una tarjeta con los números del teclado de su teléfono le permiten pedir ayuda. Ocho años después no recuerda como era su vida y sigue reconstruyendo un rompecabezas desconocido. Le pide a su primer novio que le cuente esa primera experiencia sexual, entrevista a sus amigos, le cuentan que después del derrame es más amable.

El artista queer nos devela que la mítica vanguardia surrealista francesa expulsó a una fotógrafa lesbiana en un acto de homofobia impensado para su estatus de movimiento artístico ultra progresista. Su investigación lo lleva a un revival artístico y personal, re-crea audiovisualmente las imágenes de la artista francesa, indaga en su proceso y expande sus propios límites, la posibilidad real de lo no binario, de no clausurarse en un yo acabado, pone en jaque el sistema de identidades y relaciones. Definirse es el mandato que aplaca la neurosis cultural. Ser algo intermedio es vivir cuesta arriba. Tanto como puede serlo tener un rostro deforme.

En “La aventura invisible” las historias personales hablan de desgarros, son expuestas con lupa y ocupan la totalidad de las escenas sin dramatismo, pero con una potencia conmovedora, bordeando lo perturbador; las actuaciones están calibradas en un tono casi investigativo, exponiendo detalles sorprendentes de lo que cada persona experimentó en su profunda transformación, sin fingida compasión y sin presumir del dolor colosal que remueve sus vidas. No hay una ficción, hay relatos desnudos, sensibles. Cada historia nos ofrece algo de sus entrañas, algo excepcional, una intimidad brutal, despojada de pretensiones. El texto hace match perfecto con la puesta en escena, con la sobriedad de las actuaciones, se siente disruptivo a ratos, se siente real y a la vez no deja de ser teatral del todo. ¿Puede ser algo intermedio también?
La última pieza de la “Trilogía de la identidad” pareciera tensionar también los estatutos de la dramaturgia. Entrevistas, relatos de vida, etnografía del yo ¿pueden transformarse en un texto dramático o al revés?

“La aventura invisible” es una obra impactante que nos lleva a experimentar la fragilidad y al mismo tiempo la plasticidad de lo humano. La identidad, friccionada por el devenir incontrolable, por los deseos y los extravíos, es capaz de contener lo desconocido o inacabado sin derrumbarse.

Dejar de ser algo para convertirse en otra cosa tiene una liviandad aventurera que escapa a la reclusión de los parámetros y los cánones. La escena final de la obra nos habla de esa levedad y nos despacha sonrientes al ritmo de una bola de espejos.

Ficha artística:

La Aventura Invisible de Marcus Lindeen
Traducción: Constanza Brieba
Dirección: Víctor Carrasco
Con la actuación de: Amparo Noguera, Ricardo Fernández y Marce Gutiérrez
Música incidental: Fernando Milagros
Diseño de vestuario: Loreto Martínez
Diseño de iluminación: Luis Reinoso
Diseño de sonido: Ignacio López

Una coproducción de Centro Cultural CEINA, Corporación Cultural de Quilicura y Teatro de La Palabra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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