Fallecido en 2014, se destacó por una obra poética y pictórica, que fue elogiada por críticos como Víctor Carvacho, José María Palacios y María Carolina Geel. “Como al leer sus poemarios y ver sus pinturas es la intimidad entre ambas, se ve su expansión completa de su sentimiento para la eternidad”, señala su hijo Santiago Cruz.
Este lunes se cumplen 100 años del nacimiento del pintor y poeta chileno Eugenio Cruz Vargas, fallecido en el año 2014.
Su obra pictórica se desarrolló en el paisajismo naturalista clásico y terminó en la abstracción parcial y total, mientras sus poemarios se basaron bajo el concepto del surrealismo y desembocaron en el creacionismo literario, como escribió en este diario Blanca Molina.
Entre 1986 y 2008 realizó cuatro exposiciones individuales, mientras como poeta publicó los libros «La única vez que miento» (Editorial Universitaria, 1978), «Cielo» (Editorial Nascimento, 1980) y «De lo terrenal a lo espacial» (Estrella Verde Ediciones, 2010).
Algunas de sus obras pueden encontrarse hoy en lugares tan disímiles como la Corporación Cultural de Providencia, la sede de BancoEstado y el aeropuerto Arturo Merino Benítez.
Hasta las médulas y su imaginación se plasmó su pasión, porque si bien debía mantener a su numerosa familia, tuvo tiempo para desarrollar toda su energía natural con el arte, comenta su hijo Santiago Cruz.
“Como al leer sus poemarios y ver sus pinturas es la intimidad entre ambas, se ve su expansión completa de su sentimiento para la eternidad”, señala.
Víctor Carvacho Herrera (1916-1996), miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AINCA), dijo sobre la obra pictórica de Cruz:
“Miramos con placer, en alguna tela, la individualización de una conífera o un eucalyptus, por la textura y los tonos. Es su cariz de naturalista. El romántico se da en la paleta, esto es, el conjunto de colores que prefiere: los grises del blanco, los pardos, los grises del rojo y de los ocres, concluyendo en unos verdes de rica y profunda matización, algo como en el estilo de Oskar Trepte, pero sin su melancolía, pero si con toda la potencia de una poesía serena y evocadora”.
Estos elogios no fueron los únicos. José María Palacios Concha, bajo el título ”Eugenio Cruz Vargas, maestro de sí mismo, rescata el valor pictórico del paisaje”, en una extensa crónica en el diario La Segunda escribió:
“Su paleta es pródiga. Exigida por el pintor, sabe asociarse a sus emociones y recrear vistas con significativas sugerencias… ……que deja entrever más de algún nostálgico eco de su antigua vida campesina. En particular de los árboles, actitud que en su oportunidad, hizo escribir al crítico Víctor Carvacho: Ama la naturaleza y, de todas sus maravillas, distingue los árboles. Por eso su género predilecto es el paisaje. Es la verdad”.
También su escritura recibió elogios. La escritora María Carolina Geel, reconocida por su inclemente crítica literaria en el semanario “P.E.C.” (Política, Economía y Cultural) y luego en el diario El Mercurio, situó la obra en la balanza de sus juicios y, luego de escrutarla, escribió:
“Iniciando la lectura de estos poemas se enfrentará el lector a una sencillez curiosa que, en general y aunque pecando de ella, no deja una decidida sensación de pobreza en la factura del verso ni de escasez en el lenguaje…Lo dicho no impidió ir captando el encanto innegable que ofrecen estos poemas, encanto que es difícil – de veras difícil – de atrapar”.
En el poema ”Ayentemo”, por ejemplo, “ese encanto entrama los versos todos… Además, parece recorrerlo una sutil y pura sensualidad generada de un fuerte sentimiento de la naturaleza… que a nuestro entender encierra tratados de filosofía ontológica… Se trata de un original canto a los bosques, con un título difícil, ‘La ignorancia de no conocerte’, y que presenta una muy actual concepción poética”.
Por su parte, el escritor Emilio Antilef dijo de él antes de fallecer:
“Los sentimientos no son unilaterales en el trabajo de este autor chileno. Sus reclamos, declaraciones de amor, condenas al sistema y al mercado, alegorías y juegos admiten diversas lecturas. Y eso es apreciable en estos días en que el lenguaje cambia y las discusiones sobre sus límites abundan. El peso de lo contemporáneo nos crea una avidez por poemas que sepan reflejar el pluralismo de su época. Intelectuales muy preciados en estos días, como el venezolano Rafael Rattia, expresan que: Muchas veces el matiz, el imperceptible giro de lenguaje es lo que convierte al poema en verdadera obra de arte”.
“Lo que escribe Eugenio Cruz, tiene todo para calzar en ese concepto de Rattia. Algo que es parte de un terreno donde los detalles biográficos del autor no importan. Sin embargo, la poesía que se encuentra en este libro no pudo haber sido concebida sin aquellas marcas que deja una experiencia que reluce en su intensidad, imprescindible para intentar llegar de lo terrenal a lo espacial. El mismo intento compartido por jóvenes y adultos menores o mayores que ansiamos tocar o sencillamente ir más allá del cielo”.
El pintor fue hijo de padre agricultor-viticultor y de madre literaria (María Vargas Bello), nieto del pionero de la crítica literaria chilena Pedro Nolasco Cruz Vergara y tataranieto del insigne humanista americano Andrés Bello. Fue el tercero de seis hermanos.
A temprana edad fueron visibles sus aptitudes artísticas, orientadas, junto a sus estudios, bajo la rigurosa disciplina de los profesores del Colegio San Ignacio, de Santiago. Sin embargo, al terminar su educación, responsabilidades familiares le impidieron continuar su vocación, según recuerda un sitio del Museo Nacional de Bellas Artes.
En 1946 se incorporó a la actividad publicitaria nacional de post guerra, en el área inmobiliaria, como forma de mantenerse en un medio laboral de exigente creatividad. En los años 1970 viajó a Europa y Estados Unidos en actividades vinculadas a la producción cinematográfica nacional.
Durante una prolongada permanencia en París asistió a cursos libres de Historia del Arte en la École du Louvre, «donde adquirió una visión amplia de la pintura clásica, rica experiencia convertida en el impulso conductor que le permitiría posteriormente, como autodidacta, desarrollar en plenitud sus capacidades artísticas y literarias», según astistasvisualeschilenos.cl.
Sin embargo, en un giro de su vida, y buscando el contacto con la naturaleza, a inicios de los años 1980 se radicó en el sur de Chile donde dispuso del tiempo y la tranquilidad para dedicar los últimos 30 años de su existencia a la pintura y la poesía.
El resultado fue un trabajo tangible en más de 300 cuadros de mediano y gran formato y la publicación de tres libros de poemas.
“Escribe con colores y pinta con palabras”, fue una de las cosas que se dijo de su obra, luego de su última exposición en el 2008.
Al final de su vida, Cruz Vargas se abocó al campo de la escultura. Logró terminar tres obras de gran tamaño en materiales reciclados de acero y cobre antes de fallecer, que se encuentran en el parque privado de su familia ubicado en la localidad de Olmué, en la Región de Valparaíso.
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