Para poder tener una conversación con personas que todavía no creen en el cambio climático, creo que tenemos que conectarnos a través de los valores que compartimos con ellas. Para las comunidades religiosas, puede ser el deseo de proteger el futuro de sus hijos.
Sarah Ott pasó años creyendo que el cambio climático era un engaño, influenciada por sus amigos de su iglesia y por locutores populares de derecha que emiten en el sur de Estados Unidos.
Como una de las BBC 100 Mujeres de este año, Sarah comparte la travesía que fue para ella pasar de ser una escéptica climática hasta convertirse en una defensora de la energía limpia, con una pasión por enseñarles a los estudiantes adolescentes la ciencia del cambio climático.
Durante años, puse en duda la ciencia que explica el fenómeno del cambio climático junto con a otras personas que tampoco creían en ella.
Cuando me di cuenta de que estaba equivocada, me sentí realmente avergonzada.
El hecho de alejarme de esas personas representaba tener que dejar atrás a toda una comunidad en una época en la que no tenía muchos amigos.
Tuve que pasar por un momento muy difícil, pero la verdad importa.
Somos de ascendencia católica polaca por lo que asistíamos a la iglesia con regularidad, pero al mismo tiempo estábamos muy conectados con la ciencia porque mi madre era enfermera y mi padre vendía microscopios y otros equipos científicos.
De niña amaba la naturaleza y pasaba mucho tiempo al aire libre. Para el servicio comunitario, recogía basura en mi vecindario.
Recuerdo la primera vez que me encontré con el término “cambio climático”.
Estaba en la secundaria a fines de la década de 1990 y leí un artículo sobre cómo las temperaturas estaban aumentando. Recuerdo haber pensado: “Esto realmente va a ser malo”. Pero también lo sentí como un futuro lejano que no me iba a afectar.
Continué estudiando zoología en la universidad y me convertí en profesora de ciencias.
Después, mi esposo y yo nos mudamos al estado de Georgia, donde todavía vivimos con nuestras dos hijas.
Mi marido llegaba tarde del trabajo a casa, así que yo pasaba cuatro o cinco horas en casa todos los días, siempre con la radio de la cocina encendida y sintonizada en emisoras conservadoras.
Decían que el cambio climático era sólo un engaño.
Hasta ese momento, había estado expuesta a mucha información falsa sobre la teoría de la evolución en los grupos de mi iglesia, pero como había estudiado estaba preparada para detectarla.
Pero esas habilidades no funcionaban igual para el cambio climático.
Dejé de trabajar y me quedé en casa con mis dos hijas cuando eran bebés. Me gustó la experiencia pero también fueron años muy difíciles, porque tuve depresión y ansiedad posparto.
Ansiaba estimulación intelectual, así que mantenía la radio encendida mientras preparaba la cena o mientras conducía el coche.
Fue entonces cuando llegó el gran punto de inflexión.
Sintonicé una emisora estadounidense sin fines de lucro. No recuerdo qué programa era, ni la noticia específica, pero recuerdo cómo describieron el tema de una manera completamente diferente a lo que había escuchado en la radio conservadora. Y sonaba muy razonable.
De repente, otras noticias que escuchaba en mis emisoras habituales dejaron de tener sentido. Uno de los temas que realmente tocó mi fibra sensible fue el de las píldoras anticonceptivas, que se presentaba como algo malo, como que las mujeres sólo querían ser promiscuas.
Dejé de escuchar la radio conservadora poco después y comencé a consumir otros medios gratuitos.
Me di cuenta de cuánto había cambiado mi círculo social desde que dejé de enseñar. En la escuela, estaba rodeada de gente de todo el mundo, homosexuales o heterosexuales, conservadores y liberales.
Sin ese ambiente escolar, todo lo que existía en mi círculo social era el grupo de mi iglesia.
El protestantismo en el sur de Estados Unidos tiende a tener un fuerte trasfondo antiintelectual. Realmente no estaba de acuerdo con su visión del mundo y lo que decían sobre los derechos de los homosexuales, por ejemplo.
Pero eran toda mi vida en ese momento. Eran mis amigos y las personas a las que pedía ayuda cuando necesitaba que alguien cuidara a mis hijos.
Después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, cuando eligieron a Donald Trump, decidí que tenía que salir de ese grupo.
Volví a mi trabajo como maestra e hice nuevos amigos.
Me di cuenta de que ya no era una negacionista del cambio climático.
Cuanto más hablaba con la gente, más me daba cuenta de que muchos compartían mis sentimientos; fue un proceso de curación enorme.
A partir de ese momento, es como si hubiera comenzado una nueva vida. Conocí a un grupo no partidista que aboga por soluciones climáticas. Llegué a ser directora de su oficina del norte de Georgia por un tiempo y todavía soy voluntaria.
También formo parte del Centro Nacional para la Educación Científica y uso conceptos de la ciencia para enseñarles el cambio climático a mis alumnos adolescentes.
Admitir que estaba equivocada en algo tan importante como el cambio climático fue realmente difícil.
Como descendiente de mineros del carbón, no quería ofender a mi familia. Estoy orgullosa del trabajo que hacía mi abuelo, manteniendo calientes los hogares de la gente en aquella época.
Tuve que aprender a pensar de otra manera y llegué a la conclusión de que puedo dar ejemplo.
Creo que debemos ser comprensivos con las personas que pasan por experiencias similares y no juzgarlas.
Para poder tener una conversación con personas que todavía no creen en el cambio climático, creo que tenemos que conectarnos a través de los valores que compartimos con ellas. Para las comunidades religiosas, puede ser el deseo de proteger el futuro de sus hijos. Para otras personas, puede ser la creencia en tener independencia energética.
Pero siempre me recuerdo a mí misma que hubo momentos en los que mis creencias eran muy frágiles y tuve la suerte de tener un lugar cómodo en el que pude aterrizar, un lugar que otras personas probablemente también necesitan.
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