Los hallazgos fueron publicados recientemente en la revista científica Phytotaxa.
Durante el verano del 2016, una especie de planta llamó la atención de Kora Menegoz, ingeniera forestal y guía de montaña, en un ascenso a los cerros más altos de San Fabián de Alico, Región de Ñuble.
Casi al mismo tiempo, pero un poco más al norte, la misma planta cautivaba a un grupo de montañistas en el Nevado del Longaví, en la cuenca del río Achibueno, Región del Maule, entre los que se encontraba Juan Luis Celis, investigador de la P. Universidad Católica de Valparaíso y del Instituto de Ecología y Biodiversidad.
Ambos grupos reconocían a la especie en cuestión como una Viola, género de plantas a las que pertenecen las violetas y los pensamientos, y que son comunes en la cordillera de Los Andes, desde Ecuador a Tierra del Fuego. En estos territorios, las violas se caracterizan por su forma arrosetada, hojas imbricadas, es decir, que se superponen unas sobre otras, al igual que las tejas, formando en conjunto una especie de mandala o escarapela.
Esta planta en particular destacaba por crecer donde ya prácticamente no crecían otras plantas, sino que abundaban las rocas y piedras, y por sus llamativas flores amarillas, color que no es común en otras Violas descritas para la zona. De hecho un arriero del sector Nevado del Longaví, la llamaba “viola catita” por su forma parecida a la cabeza de una catita o loro cachaña.
“Llegamos de madrugada a la parte alta de la montaña y ahí vimos a esta planta, que tenía las características de una Viola, pero con la forma de sus hojas un poco diferentes, al igual que el color. Había unos 70 individuos distribuidos en esta zona. La sensación fue muy interesante y la curiosidad que se generó también. Finalmente, muchas y muchos científicos andamos siempre con un espíritu naturalista mirando nuestro entorno, aunque vayamos a realizar algo muy puntual. Luego de eso tuvimos que volver al lugar, hacer mediciones en terreno, colectar muestras, analizarlas y de ahí comenzamos a trabajar en el manuscrito”, describe Juan Luis Celis.
Ambos grupos colectaron muestras y tomaron fotografías de la planta y contactaron a expertos para intentar identificarla. Así llegaron a John Watson y Ana Flores, una pareja de botánicos especialistas en este grupo de plantas y en conjunto comenzaron su descripción morfológica y ecológica, para finalmente catalogarla como Viola imbricata, la que se suma al listado de la flora nativa de Chile. Los resultados de este estudio, fueron publicados recientemente en la Revista científica Phytotaxa.
A este hallazgo, se sumó Pedro Cofré-Valenzuela, montañista e investigador independiente quien el 2014 fotografió esta especie y el 2021 la subió a iNaturalist, portal de ciencia ciudadana para la identificación de especies, generando una discusión sobre la identificación de la especie y que resultó en su incorporación a los autores del trabajo.
Este grupo, que combina montañistas, educadores ambientales, botánicos y académicos que los une la naturaleza y la montaña es un ejemplo de la colaboración ciencia-ciudadanía para la generación de conocimiento y conservación de la biota local.
En la actualidad, existen 139 especies de violas andinas, distribuidas entre Ecuador y el sur de la Patagonia. La mayoría de estas plantas tienen poblaciones pequeñas que crecen en lugares muy inaccesibles, a gran altitud en los Andes, y a menudo pasan desapercibidas por los montañistas, ya que son pequeñas y el color de sus hojas es similar a las rocas en las que crecen.
La viola imbricata, de la zona central de Chile, crece en sitios rocosos entre los 2300 y 2900 metros de altura, hasta el límite superior de altitud de las plantas vasculares y cerca de glaciares en algunos casos. La planta tiene una raíz muy profunda, y su parte aérea, parecida a una suculenta, puede medir entre 8 cm a 10 cm de ancho, aproximadamente.
Debido al derretimiento de nieve, los suelos de estos lugares permanecen relativamente húmedos durante la estación seca. Aunque las nevadas están disminuyendo debido al cambio climático, estas zonas aún permanecen cubiertas de nieve durante todos los meses de invierno y primavera.
Pese a encontrarse en zonas específicas y de difícil acceso, al igual que otras violas altoandinas, la imbricata es una especie amenazada por el cambio de uso de suelo y futuros escenarios del cambio climático. Por otro lado, Chile central es considerado un hotspot de biodiversidad mundial, dado su alto nivel de endemismo. No obstante, dicha área es la que menos representación tiene en la red nacional de Áreas Protegidas y la que concentra mayor cantidad de población humana.
Respecto a su estado de conservación, el grupo investigador utilizó los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, UICN, para realizar la clasificación, lo que determinó que la nueva viola se encontraría en “peligro crítico”.
“Como la planta está en el límite altitudinal, es una especie muy sensible al cambio climático y no sabemos la velocidad con que pueda adaptarse a ello. Por otros estudios del IEB, también sabemos que en Chile central hay muchas especies exóticas que están aumentando el límite de distribución, lo que supone que algunas podrían llegar a ese nivel de altura, ocupando el hábitat de Viola imbricata y afectando negativamente su hábitat”, explica Juan Luis Celis.
Otra de las amenazas que advierte Celis, es la minería, ya que las especies andinas se ubican en zonas donde hay muchos minerales, lo que podría conllevar a prospecciones mineras y proyectos de este sector industrial.
“El turismo también podría ser una amenaza, ya que estas zonas se explotan cada vez más, especialmente las de montaña”. Ejemplo de ello, es la idea de hacer un gran centro de esquí en Longaví, un tema que se discute hace mucho tiempo, por lo que es muy importante que el turismo sea regulado. También el gobierno está liderando un megaproyecto de construcción de un embalse en San Fabián de Alico, y hay mucha literatura científica que asegura que una obra así cambia el microclima de una zona y no sabemos qué consecuencias puede tener esto en especies de altura y cómo sería su velocidad de adaptación a esos cambios”, detalla Kora Menegoz.
Respecto a los pasos futuros, se espera que este hallazgo sobre nuestra biodiversidad, pueda seguir abriendo nuevas líneas de investigación, como es el análisis genético de ésta y otras especies de violas descritas. Por otro lado, Juan Luis Celis espera que la clasificación del estado de conservación de la especie -realizada por el grupo investigador- pueda ser aprobada por el Ministerio del Medio Ambiente y de esta manera, aportar a una mayor conservación de la planta y su ecosistema.
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