Recientemente leí una interesante columna titulada Necropolíticas y los cuerpos que no importan en tiempos pandémicos de las autoras Lorena Núñez, Constanza López-Radrigán, Nicole Mazzucchelli y Carolina Pérez Carvallo. Casi, en “paralelo”, estaba revisando la introducción que hace Marcelo Expóstito en el texto El arte no es suficiente, publicada en 2014 con textos de Nelly Richard, Suely Rolnik, Luis Camnitzer, Néstor García Canclini, entre muchos otros. La mención que hago a estas dos publicaciones es por encontrarles relaciones en una problemática global que lleva décadas, y que se expresa en momentos “explosivos” cada cierto tiempo. Me refiero a la (des)articulación de los cuerpos por parte de los Estados-Naciones, las cuales se agudizan en su problema en momentos de crisis económicas, políticas y sanitarias.
El primer texto hace referencia, con datos principalmente periodísticos y filosóficos, a la exclusión y estigmatización de las personas diversofuncionales a partir de la perspectiva del capital económico, socio político y cultural chileno. Esta columna nos muestra que la actual pandemia ha develado la importante, y peligrosa, exclusión, por parte del sistema, de los cuerpos improductivos y/o “enfermos”. Denuncian que ya hemos llegado el punto donde en varios hospitales se comienzan a tomar decisiones (no reconocidas oficialmente aún) sobre lo que se ha llamado “la última cama”, y en estas decisiones se ha discriminado a personas de edad avanzada, con discapacidades físicas o mentales. Una discriminación biopolítica presente hace mucho, pero que se hace literal en estas circunstancias.
Lo interesante del segundo texto, que menciono al comienzo, es la relación que Expósito realiza con respecto a un resumen de un recorrido global sobre las acciones de arte activistas en el mundo, desde la década d los 80 hasta principios del 2000, a partir de la relación con la ausencia y presencia de los cuerpos, en principio, desaparecidos y excluidos de las relaciones sociales, es decir, donde el pacto social es muy débil en la búsqueda de un “común” para la convivencia entre todos y todas desde las más diversas diferencias expresadas a través de los cuerpos que el sistema considera como abyectos, pero que no lo explicita obviamente. En este sentido, Expósito nos recuerda los comienzos de los nuevos ciclos históricos de protestas en el mundo y las innovaciones expresivas de estos nuevos ciclos, donde la subjetivación es el lugar central del problema.
Uno de los puntos importantes que menciona, con respecto al título, se refiere a que no significa que el arte no sea relevante en las urgencias del mundo, sino que ya no es suficiente. En este último sentido nos recuerda las posiciones de muchos artistas de las vanguardias de los 60 hasta fines de los 80, donde una cantidad importante de personas renegaron de su condición de artistas para hacer política directa. Expósito nos menciona que en los nuevos ciclos de protestas globales las artes se integran a partir de la subjetividad y colectividad desde las relaciones de la micropolítica hacia ingentes problematizaciones de los colectivos “ciudadanos” locales y globales. Es parte de los ejercicios conceptuales y prácticos donde lo privado siempre es público.
En este sentido, la interesante, e importante relación, del texto de denuncia de “Necropolíticas y los cuerpos que no importan en tiempos pandémicos” y “El arte no es suficiente” es una vinculación que, a través del tiempo, no ha cambiado sus problemáticas principales sobre la invisibilización y exclusión de ciertos grupos en la sociedad. Las acciones como “El Siluetazo” en Argentina a comienzos de los 80, el colectivo “ACT UP” (Coalición del sida para desatar el poder) a fines de los 80 en Nueva York, “Ne pas plier” en las periferias metropolitanas de París a fines de los 80 y “APEIS” (Asociación para el empleo, información y solidaridad de desempleados y precarios) de París a principios del 2000, son algunos ejemplos de involucramiento de las prácticas subjetivas del arte en lo directamente político para el intento de contribución a los cambios del mundo (y no solo a la apreciación estética como aún imaginan muchas personas). En este involucramiento, la relación con los cuerpos, en tanto performatividad radical de la precarización de la vida y, particularmente, la de los cuerpos discriminados, toma una relevancia importante en las nuevas semióticas de las protestas en el mundo.
Los signos y símbolos, que comienzan a presentarse en los espacios públicos, son resultado de las ideas y colaboraciones entre artistas y comunidades directamente afectadas para, en conjunto, elaborar imágenes y acciones donde conviven lo político como forma de protesta y lo artístico como elemento de subjetivación relevante de las diferencias de los unos con los otros, pero que en conjunto forman un cuerpo de acción metafórico y denunciante de ese lugar de desconocimiento privado de la imaginación y los sueños que se expresa en el colectivo en base a lo común, manifestado a través de una radicalidad de exposición de los cuerpos (ya sean en la potencia de la ausencia en el Siluetazo), o en las exposiciones directas de las primeras discriminaciones biopolíticas hacia los VIH positivos con “ACT UP”.
Es interesante ver que estos ejemplos para la producción de diálogos (artistas, comunidades, activistas, académicos, etc.) para la reconstrucción de la dimensión política, opacada por el neoliberalismo, lo hemos estado viviendo en Chile, fuertemente, desde las manifestaciones estudiantiles con nuevas expresiones, no académicas, del arte, hasta la multiplicidad de expresiones populares desde octubre del 2019. Hoy, en plena pandemia, las rearticulaciones de la imaginación política-artística se encuentra en procesos de revisión introspectiva (no detenida), pero en la diversidad (no en una consensualidad homogénea de sentido “colectivo de identidad” de construcción cultural como propone Abujatum, Aravena, Bergoeing, Concha, Freund, Gómez, Lamarca y Seebach y Warnken en la columna “El rol de la cultura en la crisis” publicada en el Mercurio el 20 de este mes). La colectividad, se ha mostrado en las diferentes experiencias de las acciones que menciona Expósito, no es en una identidad común, sino en la multiplicidad, involucrando lo que entendemos como discapacidad.
La discriminación de los cuerpos, que exponen las autoras de la primera columna, da un diagnóstico fuerte de lo que sabemos y olvidamos con rapidez sobre la discriminación a través de de la exclusión de ciertos cuerpos de la sociedad. Las reivindicaciones que nos recuerda Expósito son un interesante ejemplo de acciones dirigidas, justamente, a la incorporación de los cuerpos a través de los ejercicios culturales y artísticos en el entramado de la denuncia política por la validación sustancial de esos cuerpos y su estar ontológicamante potente en el mundo de la diferenciación.