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“Carcoma” de Layla Martínez: golpes sin piedad al lector CULTURA|OPINIÓN

“Carcoma” de Layla Martínez: golpes sin piedad al lector

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Antonio Rojas Gómez / Letras de Chile
Por : Antonio Rojas Gómez / Letras de Chile Escritor y periodista. Es autor de más de una docena de libros y figura en antologías de Chile y el mundo, como Canadá, Italia y Rusia. Con Editorial Forja ha publicado un relato infantil El Jardín de los Suspiros y la novela La mujer del jardinero, ganadora del Premio Pedro de Oña en 1971.
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Es un pueblo de gente mediocre, pobre, brutal y cobarde, cuya juventud vive soñando en abandonarlo para emigrar a una ciudad donde sea posible vislumbrar mejores oportunidades de crecer y alcanzar la riqueza. Y no es que no haya riqueza en el pueblo. Porque también hay familias ricas, que lo tienen todo, que son dueñas de todo y abusan de los pobres desheredados de la fortuna. Claro que, si hablamos de riqueza humana, tanto les falta a los unos como a los otros.


¡Válgame Dios, cómo escribe esta mujer! Va golpeando sin piedad al lector desde las líneas iniciales: “Cuando crucé el umbral, la casa se abalanzó sobre mí. Siempre pasa lo mismo con este montón de ladrillos y mugre, se lanza sobre cualquiera que atraviese la puerta y le retuerce las tripas hasta dejarle sin respiración”. Y no deja de vapulearlo hasta que la novela ha terminado y agrega una página de “Agradecimientos”.

Bueno, muchos autores lo hacen; tal vez lo consideren de buena educación. Pero esta autora que hoy nos interesa, empieza por agradecer “a mi abuela materna, por dejarme contar la historia de su casa y de su familia. Por explicarme las vidas de los santos y enseñarme a escucharlos. Por hablarme de los muertos que se aparecen en una esquina de la alcoba…” y termina agradeciendo hasta a “mi bisabuelo (que) «vivía de las mujeres» (y) ha sido parte de la historia que cuenta este libro y ha sido parte de mi historia”.

¡Vaya usted a creerle que todo lo que cuenta es cierto y en realidad forma parte de su propia vida! ¡Pero por Dios que es interesante y tremendamente humano! Tanto que al lector le cuesta alejarse de estas páginas para retomar su propia vida, que difícilmente será tan endiabladamente atractiva como la que llevan las tres protagonistas en un pueblo cercano a Madrid.

He dicho las tres protagonistas. La primera es la muchacha que inicia el relato, ya sabemos cómo. La segunda, su abuela, con la que se va alternando en la narración, un capítulo cada una. Las dos viven juntas en la misma casa y escriben de manera similar, digamos que tras cada una de ellas está la misma mano. Y la tercera protagonista es la casa, esa que se abalanza sobre todo el que se atreva a cruzar el umbral de su puerta, y que oculta en sus armarios y rincones tanto a vírgenes y santos como a muertos, algunos, víctimas de las otras dos protagonistas.

El pueblo, cuyo nombre no se da a conocer, puede ser cualquiera por el que usted haya pasado o en el que haya vivido alguna vez. Es una especie de resumen de todos los pueblos y aún de las ciudades, y de todo el mundo occidental civilizado, el que, como bien decía Gabriela Mistral, aún está por civilizar.

Es un pueblo de gente mediocre, pobre, brutal y cobarde, cuya juventud vive soñando en abandonarlo para emigrar a una ciudad donde sea posible vislumbrar mejores oportunidades de crecer y alcanzar la riqueza. Y no es que no haya riqueza en el pueblo. Porque también hay familias ricas, que lo tienen todo, que son dueñas de todo y abusan de los pobres desheredados de la fortuna. Claro que, si hablamos de riqueza humana, tanto les falta a los unos como a los otros.

También a las protagonistas que cuentan la historia, la joven y su abuela, que algo tienen entre manos, algo turbio que no se atreven a confesar. El lector se da cuenta y procura saber qué trama este par, en qué turbios pasos andan juntas, a pesar de que no se pueden ver la una a la otra y difícilmente se toleran.

“Mi nieta creía que después de la detención la gente no iba a volver a pedirme, que no iban a querer que les hiciese atados ni les dijese si sus muertos se habían perdido o se los habían llevado los ángeles. Pero yo conozco bien a ese atajo de falsos y arrastrados. Nos han cogido miedo y vienen más que nunca. A veces se juntan dos o tres en la puerta cuando cae la noche y no me acuesto hasta las tantas de la mañana. La casa nota el miedo que traen y chirría y cruje. Las sombras se han vuelto tan espesas que a veces alguno de ellos las ve, igual que nosotros. Notan un bulto negro que se arrastra en una esquina y apartan la vista sin decir nada, con más miedo que cuando entraron”.

Así habla la abuela en la página 132, casi al terminar el libro. Pero el lector aún no lo sabe todo. El misterio se mantiene y se mantendrá hasta el final. Y como si eso fuera poco, después el lector se encontrará con los agradecimientos de la autora, de lo que ya hablé.

Me falta decir que la autora, Layla Martínez, es española y esta es su primera novela. ¡Cómo irán a ser la quinta o la sexta! Fue publicada en España en 2021 y tuvo treinta reimpresiones en un año. Ahora, Editorial Laurel la ha publicado en Chile. Vale la pena leerla. Cualquier lector la disfrutará a concho. Pero, sobre todo, deberían leerla los escritores. Uno siempre aprende de los libros de excelencia.

Ficha técnica:

Carcoma
Layla Martínez
Editorial Laurel, 138 páginas

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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