La exasperante Mélanie Claux y su afán de reconocimiento volcado a las redes sociales como negocio. La explotación de esos niños, quienes van ganando protagonismo con el progreso de la historia, y las consecuencias que hay detrás de este canal familiar al que son sometidos, sería inaguantable sin el contrapeso de Clara Roussel y su investigación desde el mundo físico y real. Donde se ve sometida a la barbarie y la sangre en muchos de sus casos. Y a causa de esta vida, de este enfrentamiento, va optando por un ascetismo, en medio de una época donde los recuerdos predigitales comienzan a borrarse detrás del roce del tiempo.
La escritora francesa Delphine De Vigan se dio a conocer con la novela “Días sin hambre”, una historia autobiográfica donde trata el tema de la anorexia durante su juventud.
Esa primera narración, presentada bajo seudónimo y escrita con porfía durante las horas libres luego del día de trabajo, fue el comienzo de una carrera que ha construido libro a libro, de la mano de una creciente ambición.
Con “Nada se opone a la noche”, su quinta novela, consiguió el éxito internacional, un canto de amor filial conducido como una investigación policial. Se ha dicho que su manejo de las emociones remite a la contención de Marguerite Duras.
Ahora, en “Los reyes de la casa” nos introduce en un tema abrumador y tal vez riesgoso. Como lo es siempre cuando un autor intenta mostrar el mundo actual y la influencia de la tecnología en la vida inmediata, tecnología que cambia a una velocidad enigmática. La autora nos interna en el universo de los niños influencers, de los canales familiares y el negocio que amasan sus padres exhibiendo esta supuesta cotidianidad a través de las redes.
La descripción del mecanismo de este negocio de venta de ilusiones es donde reside el riesgo. Después de leer algunas páginas sobre manipulación laboral de menores, exposición de una frivolidad rampante y los cálculos del capitalismo más estúpido imaginable, nos veamos tentados a no querer saber más. Es en ese momento donde entra en acción el oficio de De Vigan, su oficio de narradora. Sabe cuándo y dónde enganchar al lector, sabe cuándo debe entrar aire en la escena y sobre todo como armar los contrapesos.
Mélanie Claux es la madre de Sammy y Kimmy. Creció frente al televisor viendo hipnotizada los primeros realities que sacudieron a la televisión francesa, hasta conseguir una efímera participación en uno de ellos, es expulsada el primer día. Años después, convencida de su excepcionalidad como madre comienza a subir videos de sus hijos en las redes sociales. Son videos caseros, cotidianos y al mismo tiempo contienen una dosis de consejos y datos. Frente al éxito, las marcas de productos infantiles tocan a la puerta, el número de seguidores crece como la espuma y las exigencias de producción y horas de trabajo se multiplican.
Por otro lado, está Clara Roussel, policía de la Brigada Criminal de París, dueña de una especial capacidad de deducción y anticipación. Hija de una familia que se enorgullece de haber librado cada una de las batallas posibles en una tradición de luchas sociales, a través de asambleas, huelgas y manifestaciones, volcados a la calle desde las últimas décadas del siglo XX. La forma en que el padre recibe la noticia de que su hija formará parte de aquella institución, considerada parte del enemigo e instrumento de represión, demuestra ternura y una humanidad que sospechamos se está desvaneciendo en los tiempos actuales:
«Le pidió que se sentara, se tomó el tiempo de abrir la ventana antes de instalarse frente a ella, carraspeó y encendió un cigarrillo. Abrió la boca para decir algo, algo serio que sin duda llevaba preparado, una frase, un consejo, unas palabras de ánimo, algo contundente y definitivo. Pero no le salió nada. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Suspiró y se limitó a sonreír con las manos abiertas, en señal de rendición.»
«Sin embargo, aquella noche había querido decir unas palabras tan sencillas que se le habían ido de la cabeza. Había querido decir: Ten cuidado.»
El destino de Clara y Mélanie se cruza el día en que Kimmy, la menor de los dos niños desaparece mientras se encontraba jugando en los jardines del condominio y la familia comienza a recibir una serie de extrañas peticiones.
La novela comienza con la transcripción de las últimas stories que sube Mélanie en Instagram. Detrás de este análisis se encuentra Clara Roussel, quien se ha convertido en una mujer que vive por y para el trabajo policial.
Haciendo uso de saltos temporales entre el pasado y el presente, nos enteramos sobre la vida de ambas desde sus inicios hasta el día de la desaparición de la niña. Después la autora sigue componiendo el destino de cada uno de ellos en dirección a un futuro cercano al nuestro, donde percibimos erróneamente elementos de ciencia ficción, pero al mismo tiempo sabemos, no sin inquietarnos, que se trata de una imagen real de nuestra sociedad y de nuestros días. Una imagen sobre la falsa felicidad proyectada en nuestras pantallas, donde todo es artificio y todo está en venta.
Nuevamente De Vigan coquetea con el thriller o el policial para atrapar nuestra atención, pero en el fondo es un relato social sobre el torbellino digital que nos consume y del cual no estamos del todo conscientes.
La exasperante Mélanie Claux y su afán de reconocimiento volcado a las redes sociales como negocio. La explotación de esos niños, quienes van ganando protagonismo con el progreso de la historia, y las consecuencias que hay detrás de este canal familiar al que son sometidos, sería inaguantable sin el contrapeso de Clara Roussel y su investigación desde el mundo físico y real. Donde se ve sometida a la barbarie y la sangre en muchos de sus casos. Y a causa de esta vida, de este enfrentamiento, va optando por un ascetismo, en medio de una época donde los recuerdos predigitales comienzan a borrarse detrás del roce del tiempo.
«En un mundo en el que cada gesto, cada desplazamiento, cada conversación deja huella, Clara desearía no dejar ninguna»
«Desde hace algún tiempo, Clara tiene la sensación de vivir a la contra, en un repliegue imposible, al margen de esas redes supuestamente sociales, repletas de amores artificiales y de odios auténticos, al margen de esta Red de ilusiones, atiborrada de selfies y de frases lapidarias, al margen de todo lo que circula a la velocidad del sonido»
En un momento del libro Clara Roussel se pregunta si ella es la que está equivocada o fuera de lugar, y si son las Mélanie Claux las que están en lo correcto, en el centro de los acontecimientos. Concluye que es así. Ella tan solo seguirá haciendo su trabajo, y gracias a su obsesiva entrega, a su capacidad de deducción, de leer secretos y deseos en el rostro de las personas, va a hacer por esos niños, ya adolescentes, un último favor.
Ficha técnica:
“Los reyes de la casa”, Editorial Anagrama, 344 páginas.