La profundidad y amplitud de temas que abre Patricia a partir de Ercilla, nos permite respirar la época gracias al verosímil literario que alcanza esta novela, que nos coge desde la primera frase para no soltarnos. La complejidad de los personajes, las escenas, las acciones, los indicios y las locaciones en las que entraman sus vidas, junto al manejo de la dimensión literaria, la dejan muy en alto en la tradición literaria chilena, atreviéndose a temas de alta complejidad histórica y narrativa, un lugar que podríamos decir comparte sólo con autores como Carlos Tromben o Guillermo Parvex a nivel nacional, acercándose decidida en su trabajo a los grandes biógrafos de la literatura universal, con los que no arredra en coincidir en algún personaje para mostrar lo que ella tiene que decir con su voz sólida y resuelta.
La nueva aventura literaria de Patricia es descollante en varias dimensiones, las que se entrelazan magistralmente en una complejidad que nos permite ver, en un fresco amplísimo, una porción de la historia no tan sólo de Chile; si no que también de América y Europa y especialmente de este hecho determinante para la humanidad conocido como el descubrimiento y la conquista de América, cuyo episodio central es la guerra de Arauco. Libro épico que nos habla de la guerra y también del viaje de un espíritu en el mundo y en la mente de su personaje central, que vivió ocho años en este continente, entre 1555 y 1563, cuestión que de pronto nos recuerda una de las más grandes obras de la literatura de todos los tiempos como es “La Odisea”, de Homero.
Llama la atención cómo la autora dibuja personajes que logran adquirir altura de titanes en una peripecia continua, cuyo foco se centra en quien fuera cortesano, soldado y poeta y que nos permite ver la vida de la nobleza europea, los mares, la navegación de entonces, la exuberancia del continente americano o la vida de sus habitantes originarios, desde un privilegiado primer plano.
Personaje principal que “fue paje y gentilhombre del príncipe Felipe hasta el momento en que embarcó hacia las indias. Y lo hizo con tanta ilusión, a pesar de estar conciente de que, al abordar el barco en que cruzaría el atlántico, cambiaba los encantos de la vida cortesana por la incertidumbre y los sacrificios” (p.11), mientras “en su bolsa de cuero portaba los libros de sus autores favoritos, entre ellos unos poemas de Garcilaso de la Vega, el soldado poeta que lo habría hecho soñar cuando era paje” (p.26).
En este libro se comentan los años de formación de Alonso, especialmente las fuentes literarias de las que se alimentó en la corte de Valladolid: el ya citado Homero y Cicerón, Ovidio, Epicuro, Virgilio, Platón, Sócrates y toda la exquisita galería clásica de los anaqueles reales en los que tuvo la oportunidad de formarse. Junto a eso y a la estrecha relación de Alonso con el príncipe Felipe -quien después sería el Rey Felipe II, “El prudente”-, también podemos ver su relación con tantas y tan variadas personalidades: Fray Bartolomé de las Casas, Jerónimo del Alderete, el Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, el cosmógrafo Jerónimo de Bibar y muchos otros que enriquecen la imaginería y los diversos conocimientos de Ercilla.
En aquella época, la cristiandad medieval, recién bañada por los primeros rayos del renacimiento, se instalaba en ultramar a través de la doble hazaña de la conquista y la evangelización y “La guerra era un justo medio para expandir la fe de Cristo y sacar a todo un continente del pecado. Así lo quería Dios. Si no, ¿cómo se entendía que trescientos españoles lograran someter a un imperio de veinte millones de habitantes? La única explicación válida era la ayuda de la providencia. Las epidemias que había enviado Dios sólo afectaban a los indígenas y no a los españoles. Se mueren porque Dios así lo quiere para que sus continuas ofensas a la fe y sus pecados lleguen a su fin” (p.63).
Pero más adelante podemos inferir que la verdadera lucha no se daba entre españoles contra el indio; se daba entre las armas y la cruz, entre la codicia y la fe, como en los versos de Ercilla que Patricia nos acerca: “¡Oh incurable mal! ¡oh gran fatiga / con tanta diligencia alimentada! / ¡Vicio común y pegajosa liga, / voluntad sin razón desenfrenada, / del provecho y bien público enemiga, / sedienta bestia, hidrópica, hinchada, / principio y fin de todos nuestros males! / ¡Oh insaciable codicia de mortales!”, cosa que la autora ilustra claramente en el siguiente pasaje: “Luis Toledo arribó una semana más tarde con bastimentos y más soldados.
Lo acompañaba Juan Núñez Vargas, el tesorero real, a quien García hizo apresar en el momento y envió al Perú, porque se negó a entregarle todo el dinero que había en las arcas reales de Santiago. Fray Gil González intercedió por él y García lo amenazó con ajusticiarlo si seguía importunando su gobierno. Entonces el fraile pidió permiso para partir a Santiago para ocuparse allí de las cosas de los indígenas y García se lo denegó. (…)
El religioso se vengó en la misa del domingo. La inició diciendo que predicar el evangelio con las armas era un contrasentido. La doctrina de Jesús era la doctrina del amor. Recordó, mirando fijo a García, que como fraile dominico tenía oportunidad para opinar sobre los métodos de conquista” (p.140). De lo anterior podemos consignar que los españoles venían por el oro y por la tierra, en un afán extractivista que se ha venido versionando de forma contínua en La Araucanía en función de la carne, los granos y actualmente la producción forestal.
En cuanto a la guerra que libran los españoles contra los mapuche, la autora nos comenta que “el adversario indefenso no tiene cómo responder a los cañones y arcabuces. La muerte toma partido por ellos. Algunos compañeros muestran verdadero goce con el sufrimiento ajeno. Como si ver seres humanos en el paroxismo del dolor los tranquilizara” (p.124) y “concluyes que la falta de principios morales de tus compañeros es el gran impedimento de la paz” (p.124): “Por la fuerza de la pólvora violenta /Nunca se vio morir tantos a una… /Miembros sin cuerpo… /Lloviendo lejos trozos y pedazos… /Las voces, los lamentos, los gemidos… /Hinchan el aire” (p.137).
En el viaje, en la aventura “llegas a Tucapel con la convicción de que sacarás de esa jornada una lección universal y que todos tus apuntes, versos y reflexión darán pie a un poema que narrará la guerra de Arauco” (p.126) y así nuestro personaje, que viene de España, el mar, Panamá, Valparaíso, Santiago, Arauco, Millarapue, continúa hacia Cañete, Purén e Imperial.
Es en esta novela donde podemos encontrar un continuo coherente y compacto de aventuras, peripecias y fracasos de la conquista, como la expedición de Pedro de Urzúa en busca del Dorado; o cuadros de belleza conmovedora, como es el caso del pasaje en que se refiere a Las vírgenes del Sol del Imperio Inca; el sufrimiento de enfermedades, o la locura de Lope de Aguirre y los peligros constantes sufridos por nuestro protagonista, narración que por momentos nos recuerda de forma vívida escenas de la película “Aguirre, la ira de Dios”, de Werner Herzog, o “La Misión”, de Roland Joffé.
Otro aspecto muy interesante es que de vuelta en España de su experiencia y ya en Burgos, Ercilla se alojó en el monasterio de las Huelgas y “paseando por el monasterio con una monja que se interesó por los asuntos de las Indias se enteró de que en él se encontraba enterrado el Rey Fernando de Castilla, el hijo del Rey Alfonso el Sabio. Visitó su tumba en el mausoleo. Fernando fue el noble que nació con un lunar en el pecho, del cual se desprendía un pelo grueso al que llamaron cerda. Sus hijos adoptaron el apellido De la Cerda, de modo que todos los De la Cerda eran descendientes suyos” (p.192), pasaje que no deja de hacernos pensar en que la autora se incluye en el relato de la novela a través de su propio nombre, de su apellido imposible de disociarlo al De la Cerda; interesantísimo recurso narrativo y que nos acompaña a casi todo lo ancho de la obra.
La profundidad y amplitud de temas que abre Patricia a partir de Ercilla, nos permite respirar la época gracias al verosímil literario que alcanza esta novela, que nos coge desde la primera frase para no soltarnos. La complejidad de los personajes, las escenas, las acciones, los indicios y las locaciones en las que entraman sus vidas, junto al manejo de la dimensión literaria, la dejan muy en alto en la tradición literaria chilena, atreviéndose a temas de alta complejidad histórica y narrativa, un lugar que podríamos decir comparte sólo con autores como Carlos Tromben o Guillermo Parvex a nivel nacional, acercándose decidida en su trabajo a los grandes biógrafos de la literatura universal, con los que no arredra en coincidir en algún personaje para mostrar lo que ella tiene que decir con su voz sólida y resuelta.
Ficha técnica:
“ERCILLA o las contradicciones del imperio”, Patricia Cerda, Penguin Random House Grupoo Editorial, S. A., Santiago, abril del 2023.