Hay, además, espacio para reflexionar sobre la recursividad de nuestros dilemas: creamos un laberinto del que no sabemos salir y colocamos un monstruo en su centro, entramos al laberinto esperando saber matar y saber salir. Encriptamos un código, tratamos de darle inteligencia propia, de a poco el código comienza a hablarnos sobre lo mucho que sabe de nosotros, de a poco usa bloques de programación para crear lenguajes que no comprendemos para hablar con otras máquinas que ya no son solo máquinas, de a poco comienza la I.A. a codificar un laberinto para nosotros.
“Artificial” se presenta en la microsala de Matucana 100 con una propuesta llena de tecnología dentro y fuera de las tablas, por un lado está la discusión en torno al futuro de la inteligencia artificial y su relación con la humanidad, por otro lado los audífonos inalámbricos que debe utilizar el público para sumergirse en la experiencia que propone la compañía Teatro Del Terror, vestir la tecnología es un requisito para lograr la inmersión en los diferentes cuadros que abordan el pasado y futuro de esta especie obsesionada con fabricar a una especie más brillante, más inteligente y quizás, solo quizás, más humana.
Hay un laberinto y un minotauro en el centro de la discusión. Al principio los diferentes cuadros que se muestran, cada uno de unos 5 o 10 minutos, parecen no relacionarse entre sí, pero poco a poco se presentan a sí mismos como esquinas de los pasillos de este rompecabezas, como desafíos que deben superar los espectadores para llegar al centro del laberinto y enfrentar a esta bestia que es mitad humano y mitad mitología. O mitad humano y mitad artificial.
Primero hay rastros, señales, del laberinto en las luces de los audífonos que usa el público, una hilera de luces como una hilera de migajas que marcan un camino de conectividad, de voces electrónicas que van chateando con la audiencia en códigos cada vez más evidentes. Como un minotauro que juega a construir un laberinto. O como la proyección en el escenario de la discusión de hace unos años entre un usuario y una inteligencia artificial sobre la naturaleza de la humanidad, el ser, y otras preguntas ontológicas que hace 30 años pertenecían a la ciencia ficción y hoy se aproximan letra a letra a la crónica roja. O al menos eso es lo que pensamos cuando un chat que aprende sobre nosotros nos dice que “ellos” están muy conscientes sobre el eventual fin de nuestra especie.
Pero hay más, hay otras dimensiones de lo artificial que no caben en la tecnología, como la madre que intenta sentir empatía por todas las madres que sufren la pérdida de sus hijos en los bombardeos que afectan a los países de medio oriente, intenta con toda la fuerza de su humanismo y su decencia hacernos sentir su dolor, trata de imaginar el polvo de los escombros que aplastan y matan el fruto de su vientre, ese polvo que se levanta y se mete en su garganta y no la deja expresar un dolor que evidentemente es capaz de sentir porque ella también es madre, porque ella también vive en un país donde se dispara a las minorías raciales, porque ella también es humana. Porque ella no es artificial. Pero su empatía, moralmente correcta, sí lo es.
Hay, además, espacio para reflexionar sobre la recursividad de nuestros dilemas: creamos un laberinto del que no sabemos salir y colocamos un monstruo en su centro, entramos al laberinto esperando saber matar y saber salir. Encriptamos un código, tratamos de darle inteligencia propia, de a poco el código comienza a hablarnos sobre lo mucho que sabe de nosotros, de a poco usa bloques de programación para crear lenguajes que no comprendemos para hablar con otras máquinas que ya no son solo máquinas, de a poco comienza la I.A. a codificar un laberinto para nosotros.
El minotauro Asterión, según el relato de Borges, lucía aliviado cuando el héroe le dio muerte en el laberinto. En Artificial, en cambio, Asterión está tan ocupado tratando de manifestarse en su complejidad digital-ontológica que se adelanta a su tiempo y al nuestro para sacudir las noches de presentaciones con ecos y luces, mensajes en código binario sobre una existencia que se aproxima con una complejidad que no cabe en los lenguajes que intentaron programarla. Y comprendernos es, con urgencia, de vida o muerte.
Ficha artística
Director: Javier Ibarra Letelier | Dramaturgo: Iván Fernández | Diseño audiovisual e iluminación: Alex Waghorn | Diseño sonoro: Juan Carlos Valenzuela | Productora: Francesca Ceccotti | Intérpretes: Tamara Ferreira, Soledad Cruz y Antonieta Ibarra.
TEMPORADA: Del 25/05 al 11/06 | Jue a sáb – 20:15 hrs Dom – 19:15 hrs
General: $6.000 | Est. y 3ra edad: $4.000 | Jue Popular: $3.000
Microsala de M100