No es verdad que la crisis de enfermedades respiratorias y la dolorosa muerte de algunos lactantes se deban exclusivamente a la falta de diligencia de algún funcionario gubernamental específico. Tampoco es cierto que la tragedia de la última pandemia tenga como explicación una simple negligencia de un laboratorio chino. Los efectos catastróficos de las pandemias que nos han afectado y que probablemente seguirán aquejando a la humanidad tienen una complejidad biológica y social altamente entrelazada.
La esencia de todos los fanatismos y visiones extremistas descansa en una interpretación hipersimplificada de la realidad. El cerebro de los seres humanos está diseñado para buscar patrones y explicaciones que conecten distintas experiencias en una definición racional única y directa. Por eso, los memes, los eslóganes e incluso algunas consignas políticas, para bien o para mal, han sido capaces de generar movilizaciones de masas históricas o producir una opinión pública masiva y categórica independiente del sustento.
Sin embargo, las realidades tanto de la naturaleza como de las sociedades humanas son altamente complejas, y en ellas actúan innumerables variables en múltiples dimensiones, que a veces incluso empujan en distintas direcciones y que simplemente escapan a las explicaciones sencillas y directas.
No es verdad que la crisis de enfermedades respiratorias y la dolorosa muerte de algunos lactantes se deban exclusivamente a la falta de diligencia de algún funcionario gubernamental específico. Tampoco es cierto que la tragedia de la última pandemia tenga como explicación una simple negligencia de un laboratorio chino. Los efectos catastróficos de las pandemias que nos han afectado y que probablemente seguirán aquejando a la humanidad tienen una complejidad biológica y social altamente entrelazada.
La depredación de la naturaleza ha expuesto a los seres humanos al contacto con animales que habían vivido apartados durante milenios. La zoonosis, la transmisión de enfermedades entre especies, es una realidad mucho más presente que antes debido a las condiciones de hacinamiento en las que viven las sociedades modernas y a la alta movilidad de los seres humanos en el planeta, lo que facilita el contagio global casi instantáneo. El confinamiento de los últimos años sin exposición a nuevos virus, la crudeza del invierno, la contaminación del aire, la inequidad en la infraestructura hospitalaria y la falta de vacunas para algunas enfermedades respiratorias, todo eso combinado es lo que produce la crisis de enfermedades respiratorias actual. Es difícil resumirlo en un meme, un titular o hacerlo viral.
Para este tipo de problemas complejos, las soluciones simples no sirven. No basta con pedir una cabeza específica, acusar a la ONU, a los chinos, a las farmacéuticas internacionales o al gobierno de turno. Afrontar racionalmente las amenazas que están a la vuelta de la esquina, ya sea la gripe aviar, la viruela del mono, el dengue o incluso nuevos coronavirus, requiere una visión a largo plazo y acciones que comiencen hoy. No solo se trata de discusiones, mesas de expertos, nuevos planes y generación de documentos sobre políticas, sino de acciones concretas para desarrollar capacidades de respuesta.
Los jugadores más o menos expertos en ajedrez saben que el triunfo no se basa casi nunca en una sola jugada magistral. Esta puede funcionar una vez, pero difícilmente constituirá una respuesta sostenible. La solución se construye mediante movimientos, uno a uno, que sean funcionales a un plan que va posicionando piezas y establece gradualmente una ventaja que permite la aparición de salidas incluso inesperadas. Chile debe adoptar esta estrategia.
Es necesario construir las bases del conocimiento a través de acciones que, si bien no solucionan el problema en el corto plazo, generan capacidades estructurales que optimizan las posibilidades de éxito. ¿Algunas medidas imprescindibles? Mayor inversión en ciencia básica y aplicada, fortalecimiento de la formación de recursos humanos avanzados, mejora del equipamiento e infraestructura para la investigación, implementación de programas de desarrollo a largo plazo y un mayor fomento a la cooperación entre el Estado, la academia, el sector privado, las regiones y las comunidades. En otras palabras, se requiere un aumento prudente pero significativo del presupuesto en ciencia y tecnología de manera sostenida, ya que ni el enfoque simplista de buscar culpables, ni la mera retórica son suficientes.