Para el Presidente será tan complejo cambiar esta realidad, que resulta difícil siquiera imaginar, por ejemplo, que el nuevo ministro Jaime de Aguirre ponga término al Fondart, una de las políticas culturales públicas más cuestionadas, donde se premia con dineros públicos a una fauna variopinta y chapucera de corporaciones, fundaciones truchas, gestores culturales chantas y expertos en rellenar complejos formularios de postulación, todo lo anterior en desmedro de verdaderos talentos artísticos, que muchas veces no les da ni para tener un computador para postular.
Para tratar de entender la seguidilla de conflictos en los que se ha visto envuelto el Ministerio de las Culturas, conviene tener presente que la relación cómplice, e impropia en muchos casos, entre poder, política y arte, es una realidad compartida por moros y cristianos. Sin ambigüedad, podemos afirmar que el uso político y comunicacional de las artes por los gobiernos de todos los colores es un hecho que ha ocurrido en todos los lugares y en todos los tiempos.
En consecuencia, no debería sorprender que la elección de Gabriel Boric como Presidente de la República, en un contexto histórico de radicales transformaciones sociales, como el que hoy Chile atraviesa, generó muchas y tal vez exageradas expectativas, respecto a la importancia que su Gobierno les asignaría a las artes.
Sin embargo, el primer año de gestión del Ministerio de las Culturas estuvo marcado por la casi total irrelevancia. Expresión de esta triste realidad es que la ministra de las Culturas Julieta Brodsky siempre fue la ministra de Estado, por lejos, menos conocida.
Es verdad que durante su gestión se entregaron un par de bonos en plata para quienes acreditasen pertenecer a la actividad artística, pero creo que la cosa no va por repartir billetes a diestra y siniestra a personas que no tenían más merito que llenar un formulario autodefiniéndose como artista.
Era evidente que las dificultades y los innegables errores que ocurrieron obligarían al Presidente Boric, finalmente, a desvincular a la ministra Brodsky de su cargo.
A pesar de todo lo anterior, resulta innegable el interés y el compromiso genuino que el Mandatario tiene con la cultura y el arte en particular, pero será muy difícil que, con solo cambiar a una ministra y la llegada de Jaime de Aguirre, se logre romper con una inercia, que viene desde los gobiernos de la Concertación y que se traduce, entre otras cosas, en que con la llegada de cada nuevo gobierno aparezcan las pugnas por las cuotas de cargos que cada partido político reclama para sí, teniendo como predecible consecuencia la llegada de enjambres de asesores y expertos de todos los tipos, colores y pelajes.
Para el Presidente Boric será tan complejo cambiar esta realidad, que resulta difícil siquiera imaginar, por ejemplo, que el nuevo ministro Jaime de Aguirre ponga término al Fondart, una de las políticas culturales más cuestionadas, donde se premia con dineros públicos a una fauna variopinta y chapucera de corporaciones, fundaciones truchas, gestores culturales chantas y expertos en rellenar complejos formularios de postulación, todo lo anterior en desmedro de verdaderos talentos artísticos, que muchas veces no les da ni para tener un computador para postular.
El ejemplo antes descrito, lo único que incentiva es elitizar y promover una relación de dependencia clientelar entre las personas e instituciones antes mencionadas y los gobiernos de turno, además de reforzar un sistema siniestro que apuesta más a la competencia que a la promoción de las artes.
La maraña de papeles y laberintos burocráticos que hoy tenemos es tan compleja que, de seguro, ni Gabriela Mistral, Violeta Parra o Víctor Jara, solo por nombrar a tres de los más grandes artistas que ha dado este país, habrían ganado jamás un proyecto Fondart.
En definitiva, los vientos refundacionales que, más temprano que tarde, también deberán llegar al Ministerio de las Culturas, obligarán al Estado de Chile a construir una nueva institucionalidad cultural que, esta vez, sí esté al servicio de promover a aquellos artistas que, teniendo el talento, requieren de una oportunidad de parte del Estado.