Espero que esta última gran tormenta nos ayude a mantener en nuestra memoria el hecho de que durante una tormenta de gran magnitud los ríos siempre tienden a volver a ocupar sus cauces originales, aunque años de sequía nos hayan ayudado a olvidar que este tipo de eventos podían volver a ocurrir. Por ello es de vital importancia considerar -al menos- la estimación de mapas de riesgo de inundación, y priorizar el uso de planicies de inundación (libres de asentamientos humanos) en los planes reguladores comunales, planicies que deben ser estimadas utilizando los mejores datos y técnicas disponibles, para evitar futuras tragedias humanas, sociales y materiales.
A fines de junio fuimos testigos de cómo la fuerza del agua cobró la vida de personas, causó el colapso de importantes obras de infraestructura, y ha arrasó con la vivienda y servicios básicos de miles de familias, la gran mayoría de ellas de escasos recursos.
Este evento meteorológico fue anunciado con varios días de anticipación, y aun así ocurrieron todos los daños mencionados anteriormente. Las razones de lo anterior son múltiples, desde la falta de una adecuada gestión de largo plazo de los riesgos hidrometeorológicos hasta una incapacidad para cuantificar con certeza qué zonas serán inundadas a partir de un pronóstico meteorológico de una tormenta intensa.
Cómo me dice siempre un experto geofísico e ingeniero civil: “las lluvias no causan desastres, pero sí el aumento de los caudales derivados de ellas”.
Ya pasada la emergencia deberemos reconstruir casas, caminos, puentes y canales con una gran presión mediática para hacerlo rápido. Sin embargo, ¿cuánta importancia se le dará al “¿cómo haremos dicha reconstrucción?”.
En particular me refiero a si seguiremos el exitoso ejemplo de revisión de todas las normas de diseño estructural después del terremoto de 1985, y cómo las lecciones que sacamos de dicho evento redujeron considerablemente los daños materiales y humanos registrados en los terremotos posteriores. Cuando somos testigos de las lamentables pérdidas humanas y materiales que causan terremotos de menor magnitud en otros países, nos enorgullecemos de vivir en Chile.
Sin embargo, cuando hablamos de nuestra preparación ante tormentas intensas, ¿hemos actualizado nuestros manuales de diseño para que incorporen el tipo de tormentas que nos han afectado últimamente, las cuales posiblemente nos volverán a afectar durante el resto del siglo 21?
Si bien los avances científicos en el área de los recursos hídricos han sido numerosos y muy veloces durante la última década, al parecer nuestros manuales de diseño no han progresado al mismo ritmo.
En particular, el “Manual de cálculo de crecidas y caudales mínimos en cuencas sin información fluviométrica” de la Dirección General de Aguas es del año 1995, no incluye conceptos como calentamiento global, cambio climático, diseño de caudales máximos en condiciones no estacionarias (o sea, en un clima cambiante), uso de datos grillados para mejorar nuestra estimación de la ubicación de la línea de nieves (“isoterma cero”), uso de datos grillados para forzar y verificar modelos hidrológicos (aquellos que transforman lluvias en caudales), ni sugerencias para la implementación online de pronósticos locales de caudales de crecida y de las áreas de inundación asociadas.
Todo lo anterior no es ciencia de frontera, sino que es ciencia de uso cotidiano y operacional en muchos países desarrollados. Afortunadamente en Chile tenemos los recursos humanos necesarios para enfrentar los desafíos anteriores, sólo falta la decisión política de priorizar dichos temas.
Lamentablemente parece que nuestro país tiende a olvidar con facilidad las tormentas intensas, dejando en un segundo plano de importancia estos desastres naturales frente a los terremotos e incendios forestales.
A modo de ejemplo, después de las intensas tormentas que en mayo de 2019 afectaron a la región del Bio-Bío, el presidente Sebastián Piñera anunciaba a la prensa que “ahora tendremos que ser capaces de enfrentar de la misma manera los ‘huracanes’ y trombas marinas”, y durante la misma visita a la Región del Biobío anunció el despliegue de radares meteorológicos para anticipar los fenómenos atmosféricos.
Varias reacciones en la prensa ayudaron a priorizar la adquisición de algunos radares atmosféricos, incluso se llegó a hablar de “seis radares de Banda C”.
Sin embargo, hasta la fecha … nada.
Si bien es cierto hemos mejorado nuestra red pluviométrica, la cual nos permite medir la lluvia caída, la mayoría de nuestros pluviómetros no están ubicados en las cabeceras de nuestras cuencas, dando lugar a grandes incertezas en la estimación de la cantidad total de agua caída en una cuenca durante una tormenta intensa.
Por último, espero que esta última gran tormenta nos ayude a mantener en nuestra memoria el hecho de que durante una tormenta de gran magnitud los ríos siempre tienden a volver a ocupar sus cauces originales, aunque años de sequía nos hayan ayudado a olvidar que este tipo de eventos podían volver a ocurrir.
Por ello es de vital importancia considerar -al menos- la estimación de mapas de riesgo de inundación, y priorizar el uso de planicies de inundación (libres de asentamientos humanos) en los planes reguladores comunales, planicies que deben ser estimadas utilizando los mejores datos y técnicas disponibles, para evitar futuras tragedias humanas, sociales y materiales.