A un mes de la partida del cineasta Pedro Chaskel, cuesta dimensionar la magnitud de su legado a la cultura nacional. Junto a sus películas, se proyectará una ética de la mirada plasmada en la búsqueda de la verdad.
Pedro Chaskel (1932-2024) fue parte de una generación en que la búsqueda por la verdad era un elemento vital de la existencia. La observación de la realidad era un mecanismo que permitía trascender la superficie, y la experiencia de vivir constituía un enigma a desentrañar.
Conoció cercanamente al científico Alejandro Lipschütz y la poeta Violeta Parra, trabajó con el músico Gustavo Becerra, el poeta Jorge Teillier y el fotógrafo Fernando Bellet. También fue contemporáneo de los cineastas Aldo Francia, Raúl Ruiz, Miguel Littín, Helvio Soto y Sergio Bravo, quienes transformaron la cinematografía nacional en los años 60.
Su obra cinematográfica podría considerarse como un escrito autobiográfico del siglo XX, en el cual conviven la fascinación poética por habitar este mundo, como la búsqueda por retratar los horrores de una condición humana enceguecida por el poder.
A los casi 40 documentales que filmó entre 1962 y 2015, debe agregarse su profunda vocación pedagógica plasmada en numerosas generaciones de nuevos cineastas que pasaron por sus aulas, el arrojo por defender la conservación de nuestro patrimonio audiovisual, el activismo gremial y el constante apoyo a los cineclubes como formadores de base para el conocimiento general del cine. Por ende, tuvo una visión integral respecto al lugar que le corresponden las imágenes en una sociedad moderna.
Dirigió el Cine Club Universitario desde el año 1954, para luego ser uno de los fundadores de la Cineteca de la Universidad de Chile, actualmente la institución pública más antigua dedicada a la recuperación del cine en el país.
En 1964 asume la dirección del Departamento de Cine, aportando a que el cine pudiese autodenominarse como nacional, ya que entonces aún se situaba atrapado en el marasmo industrial. Trabaja permanentemente con Héctor Ríos, el gran fotógrafo del Nuevo Cine Latinoamericano, con quien comparte una mirada crítica sobre lo real, y desde ese lugar filman Aborto (1965), Testimonio (1969) y Venceremos (1970), la que se exhibe en Cannes a pesar de ser una modesta película de 16mm.
Esa mirada quedará en la historia del cine chileno al registrar el sobrevuelo y posterior bombardeo de los aviones Hawker Hunter al palacio de La Moneda, la dramática mañana del 11 de septiembre de 1973. Quizá sin proponérselo, Chaskel antepuso la operación cinematográfica frente a una realidad indescriptible, legando al futuro la imagen de una caída irreversible.
Fue la última película que filmó en la Universidad de Chile, la que comenzaba a llenarse de civiles designados por encargo de las autoridades militares que se adueñaban de cada institución pública. Chaskel y su esposa Fedora Robles huyen del país, pero logran sacar oculto ese histórico registro en 16mm, restaurado 50 años después en 4K con la directa supervisión de su realizador.
Trabaja casi 10 años en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfico, y retorna a Chile en 1983, donde se coloca a disposición de un proceso social que busca derrocar al totalitarismo.
Trabaja clandestinamente en la producción de documentales que mostraban una realidad que los medios oficiales ocultaban: la represión, la tortura, los asesinatos, las arbitrariedades cotidianas y las injusticias, se convirtieron en películas estremecedoras que, al interior del país circularon en casetes de video, pero que en el exterior recibían importantes premios.
“Somos +” (1986), “Imágenes de un Primero de Mayo” (1987) y “Por la vida” (1987), realizadas junto a Pablo Salas, serán una trilogía que orienta la mirada hacia aquellos actores sociales que colocaban en tensión la oficialidad, criticando duramente la deshumanización que comenzaba a cubrir el país.
Para romper con un orden social y cultural no basta solamente con la denuncia o el malestar. Por ello, su mirada sensible alcanzó un formato masivo con la serie documental “Al sur del mundo”, realizada por un equipo de profesionales dirigida por Francisco Gedda, la que rompió las convenciones del consumo televisivo, proponiendo a cambio una estética que entremezclaba lo didáctico con lo poético.
Aquellas 17 películas otorgan una honda mirada humanista sobre el territorio, la cultura popular y la identidad, abordando un país rico en saberes y del cual recupera sus vestigios.
A un mes de la partida del cineasta Pedro Chaskel, cuesta dimensionar la magnitud de su legado a la cultura nacional. Junto a sus películas, se proyectará una ética de la mirada plasmada en la búsqueda de la verdad.
“Y esta verdad tiene que ver con develar lo que hay más allá de la realidad inmediata. La mirada del documentalista puede develarnos incluso aspectos terribles sin perder su calidad poética”, dijo en un discurso, aludiendo la capacidad de abstracción de quien es capaz de convertir lo pedestre en un modo de volver a ver.
El cine, como refugio frente al dolor, permite descifrar el significado a la existencia mediante la búsqueda de la verdad, motivación central de su cine. Para ello empleó diversos formatos cinematográficos, siempre en vías de cuestionar las posibilidades del lenguaje.
Humilde, nunca dejó de agradecer a quienes le dieron esa libertad creativa, la Universidad de Chile y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, donde plasmó sus obras más inquietas. Su vocación formativa le significó proyectar estos postulados, convirtiéndolo en uno de los pilares del documental chileno, influencia permanente para aquellos que vendrán teniendo la posibilidad de crear las imágenes del futuro.