En “Nosotros en la arena”, Francisca Izquierdo nos instala de golpe en este escenario, de una manera similar a la de Camus en El extranjero (“Hoy día mamá a muerto, o quizás ayer. No lo sé”).
En el ciclo inevitable de lo vivo, nacer y morir son momentos inevitables, constantes, ya sea en el entorno más cercano o en el contexto general e inexorable de la existencia. Nacemos y vivimos de infinitas maneras y experimentamos alegrías y tristezas que debemos interpretar, conjurar para que el estado de duelo que implica el incesante cambio que transcurrimos pueda, eventualmente, dar lugar a eso que llamamos felicidad.
Al leer esta novela debut, cabe recordar al recientemente fallecido Paul Auster, con una frase suya: “La muerte no es el único y verdadero árbitro de la felicidad, sino que es la única medida por la cual podemos juzgar la vida misma”, frase que bien podría haber sido uno más de los 8 precisos epígrafes que introducen los respectivos capítulos de Nosotros en la arena, la novela con que Francisca Izquierdo ha decido instalarse, fuera de la intimidad de su escritura y sus más cercanos, como escritora. Decisión valiente, pero inevitable. Los escritores son como los salmones, siempre llega un momento en el que tienen que iniciar ese viaje contra la corriente para poder plasmar en el texto el lenguaje que narra, expresa, dice las historias que no pueden sino contar. Es una cuestión de vida o muerte, en la que escribir es la vida y el silencio la muerte.
En “Nosotros en la arena”, Francisca Izquierdo nos instala de golpe en este escenario, de una manera similar a la de Camus en El extranjero (“Hoy día mamá a muerto, o quizás ayer. No lo sé”). Esta novela comienza diciendo, en la voz de Sara, su protagonista: “Fue por la tarde de un día de noviembre. Murió mi padre”, una frase seca, directa, tal como Vallejo describe los golpes de la muerte en su poema Los heraldos negros: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! / Golpes como del odios de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma…Yo no sé!”.
Para después continuar: “La barba le había crecido, parecía un náufrago, sus ojos se cerraron cuando lo abracé. La siguiente semana, ordené su departamento; encontré cartas, fotos y objetos de personas que yo no conocí. Se notaba que algunos habían sido guardados con especial devoción. Quise quedarme allí por largo tiempo recogiendo los pedazos de la historia de mi padre.” / “Y, sin embargo, estoy aquí . La película de mi vida comienza a aparecer en la bruma de mi memoria.” / “Hoy soy una mujer sentada frente a un lago, fumando un cigarro mientras el humo se funde con el murmullo del agua.”.
Con ese término de vida, con ese inicio del duelo, de la despedida, arranca esta novela que de la mano de las coincidencias lleva a la escritura a convertirse en la “única medida por la cual podemos juzgar la vida misma”, como dijo Auster.
Leí la novela por primera vez, terminada y aun sin editor, sin publicar. En mi computador, desde un archivo pdf. No pude sino decirle a la autora que había logrado una novela de verdad, que era una escritora, que esperaba ver el libro publicado. Y ello se convirtió en un hecho, de la mano de editorial Zig Zag, que con su decisión de publicar abrió es esa puerta esquiva que suele dejar en el silencio a muchos escritores. Es una gran cosa que este no haya sido el caso.
Francisca Izquierdo ha construido con la voz de Sara y ese cuadro familiar de padres, madres, marido, hijos, recuerdos, amistades, contexto social, e intimidad que se desnuda, una historia sincera, conmovedora, personal -tenga o no que ver de alguna manera con su propia biografía, si bien es perfectamente válido afirmar que, por distante que parezca un relato, sus raíces están aferradas de infinitas maneras a la identidad existencial del escritor.
Alejada de la contingencia política o social, de las exploraciones experimentales, de las narraciones identitarias o de los feminismos de última generación, esta novela tiene una sutileza, elegancia y profundidad existencial que hace recordar los relatos de Edith Wharton, Katherine Mansfield, Djuna Barnes y, también, a nuestra María Luisa Bombal. A su manera, Izquierdo muestra la potencia de la mirada literaria femenina, no desde una trinchera, sino desde la perspectiva que destaca la necesaria diferencia.
Los personajes de Nosotros en la arena, se han refugiado ante la pena en la casa del lago, están en el Sur de Chile. Ahí, en un ir y venir en el tiempo, Sara va reconstruyendo la memoria y saldando y abriendo cuentas con el pasado y el presente. En ese espacio privilegiado, cómodo, muchas veces cuestionado en el establishment cultural vigente en nuestro país, Francisca Izquierdo da voz -con una candidez no exenta de profundidad- a las complejidades del vivir también presentes en las existencias de personas cuyas vidas, vistas desde la superficie o la simplicidad del prejuicio, comparten con esos otros los mismos dolores, dudas e incertidumbres, el nacer y el morir, como en esa canción de la cantante setentera Melanie: Beautiful people, una de cuyas estrofas dice: “Beautiful people / You ride the same subway / As I do ev’ry morning / That´s got to tell you something / We’ve got so much in common / I go the same direction that yopu do / So if you take care of me / Maybe I’ll take care of you…”.
Esta referencia a la cantante folk norteamericana, no cae fuera de tiesto porque en en esta novela, la autora ha sabido insertar esas referencias de contexto cultural, música incluida, que dan cuenta de donde se ubican los personajes, desde donde se nos cuenta este relato familiar. Afirmando, que el privilegio, cuando se trata de la vida, aunque genere diferencias, nos obliga a reconocer que, al final de cuentas, en todas partes se cuecen las mismas habas.
El llamado de la literatura, el compromiso del escritor es hacer visible lo que es invisible o ha sido invisibilizado. En Nosotros en la arena (título que me hace pensar en nosotros siendo la arena de un reloj de arena), Francisca Izquierdo construye a Sara y su entorno, atravesándolos con el clavo del duelo por la muerte de Ismael: padre, abuelo, suegro, ex marido y, a través de una prosa precisa, honesta, delicada, invita al lector a transitar el proceso de la vida, sin pretensiones textuales y con gran agudeza psicológica, con un decir que se preocupa de la belleza de la palabra y la imagen, con una franqueza que elude la crudeza innecesaria, con una inteligencia que conduce al lector a través de una historia que no tiene -porque no necesita- clímax ni desenlace especial, pero que, a través de sus páginas, nos hace querer saber qué viene después.
Esta novela podría haber terminado de muchas maneras, pero el autor es siempre el dueño exclusivo al respecto.
En un relato intimista, familiar, breve y profundo, leve y complejo, me atrevo a decir que Nosotros en la arena no termina en su último capítulo, precedido por ese epígrafe con la letra de una canción del cantante pop contemporáneo Harry Styles, sino desde los dos anteriores, el que parte con la letra de una canción de Supertramp y el que lo sigue con un decidor poema de Teresa Calderón.
Las claves quedan zumbando en el aire, como una invitación a leer esta primera novela con curiosidad y merecido interés : “I know it sounds absurd. / Please tell me who I am” (dice Supertramp), “porque te juro lo sé todo / aunque no digas ni pío” (agrega Teresa Calderón) y remata Syles recomendando: “Stop your crying baby. / It’s a sign of the times. / We gotta get away / we got to get away…”.
Bravo por este debut, a leer la novela, acompañar a Sara en su viaje intimista, y esperar el próximo texto de Francisca Izquierdo. El salmón no podrá detener su frenética carrera.
Ficha técnica:
“Nosotros en la arena”, Francisca Izquierdo, Ed. Zig Zag, Santiago, 2024, 224 págs.