Ante la ya reconocida tensión entre lo nacional y la emergencia de diferentes identidades que se reflejan en nuevos y variados patrimonios, hoy puede parecer difícil renovar el llamado de hace 25 años a cuidar el patrimonio de la Nación. Sabemos que el patrimonio no es uno, sino que hay diversos.
A 25 años de la primera conmemoración del Día del Patrimonio en Chile, vale la pena preguntarse por el origen y el sentido de esta celebración. Ya desde el último tercio del siglo XX, a los clásicos festejos de centenarios, se habían sumado conmemoraciones anuales en torno a acontecimientos, efemérides o causas específicas.
En tal contexto, y como efecto del creciente sentimiento conservacionista que, a nivel mundial, había activado el interés por la protección del patrimonio natural y urbano, surgieron, desde el último tercio del siglo, los primeros días del patrimonio. Estas celebraciones se caracterizaron por dar acceso a sitios históricos a mayores audiencias y por un despliegue de actividades culturales orientadas a promover la valoración y preservación del patrimonio.
Con similares objetivos de ampliar el conocimiento de edificios públicos y monumentos históricos, además de ofrecer iniciativas de difusión del patrimonio cultural, desde 1985, se comenzó a celebrar el Día del Patrimonio Europeo.
En Chile, esta tradición se inició hace 25 años. En 1999, en un acto celebrado en la antigua Biblioteca Patrimonial de la Recoleta Dominica, en Santiago, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle, se instituyó el Día del Patrimonio Cultural, bajo el Decreto Supremo N° 91, del 10 de marzo de ese año.
Esta ceremonia fue liderada por el entonces Ministro de Educación y la Directora de la DIBAM y tuvo como principal objetivo fomentar en la comunidad el conocimiento y disfrute de su patrimonio, que incluía no solo edificios y monumentos sino que también tradiciones y manifestaciones culturales, así como la reflexión en torno a la memoria colectiva.
Dado que al inicio del siglo XXI la noción de patrimonio se amplió significativamente y surgieron nuevos debates sobre su diversidad y el reconocimiento de que no existía un patrimonio único de la Nación sino múltiples y variados, desde el año 2022, este día pasó a llamarse Día de los Patrimonios.
A propósito de estos 25 años, es posible mencionar al menos dos reflexiones respecto de los impactos y giros que ha tenido el sentido de esta celebración.
La primera, es destacar que el creciente interés del patrimonio desde mediados del siglo XX, y su consecuente “celebración” coincidió con el tránsito de la historia hacia versiones menos oficiales dando espacio a nuevos relatos del pasado nacional que, en palabras de Raphael Samuel, incluían a diversos sectores en lugar de la sociedad como un todo y a contextos y objetos que hasta ese momento no se consideraban parte de la historia, fuere por su carácter trivial o por su temporalidad reciente. En este sentido, la valoración del patrimonio contribuyó a ampliar el conocimiento del pasado y del saber mientras sus conmemoraciones, han aportado a una mayor democratización de la historia.
La segunda reflexión se centra en la conmemoración en sí misma. Así como Jacques Ravel destacó que en la Francia de la década de los setenta existía una empresa conmemorativa proliferante y multiforme, las celebraciones en torno al patrimonio, a menudo, deben lidiar con las tensiones inherentes a este concepto, relacionadas con quién y cómo se decide qué lugares o episodios se recuerdan y bajo qué relatos.
Ciertamente, las conmemoraciones pueden revelar o perpetuar ciertas narrativas históricas, o debatir sobre las tensiones y conflictos que surgen en torno a la memoria y a la identidad. Pero desde una perspectiva crítica y reflexiva, estas conmemoraciones ofrecen la posibilidad de preguntarse por esa construcción y de avanzar en la negociación de las memorias colectivas e identidades culturales. Especialmente si se considera que la selección, organización y presentación del pasado en los momentos de conmemoración son representaciones que influyen en su comprensión e interpretación.
Ante la ya reconocida tensión entre lo nacional y la emergencia de diferentes identidades que se reflejan en nuevos y variados patrimonios, hoy puede parecer difícil renovar el llamado de hace 25 años a cuidar el patrimonio de la Nación. Sabemos que el patrimonio no es uno, sino que hay diversos, y este debate cobró más fuerza al iniciar el siglo XXI.
Aun así vale la pena recordar el espíritu que dio origen a la institucionalización de ese día en nuestro país, cuando la directora de la DIBAM se refirió a que “la tarea del cuidado del patrimonio cultural nos enseña a ser ciudadanos …más que consumidores…Porque el patrimonio no es para ser consumido sino cuidado en común”.
En otras palabras, apuntaba a que impulsar la conciencia sobre la importancia de preservar y difundir el patrimonio cultural, era fomentar el respeto. Hoy, es evidente que el patrimonio histórico se ha tornado relevante en el mundo entero. Es más Francois Choay, ha llegado a señalar que éste ha pasado a ser un “culto” que involucra mucho más que la constatación de una satisfacción en tanto “revela un estado de la sociedad y de las interrogantes que la habitan”. Entonces, en el día de los patrimonios, parece oportuno reflexionar sobre estas interrogantes.