La obra permite apreciar de manera vívida la verdadera catástrofe que la ideología puede producir en las vidas de las personas, sobre todo cuando aquella es de carácter totalitario, condicionando de tal manera las visiones de mundo y las aproximaciones a lo real.
Un relato que atrapa, una ficción anclada en hechos reales pero que consigue aventurarse hacia situaciones inusitadas y sorprendentes, unos personajes bien caracterizados, con rasgos distinguibles, caracteres delineados y expresiones humanas que por momentos conmueven, y que recrean de manera reflexiva e incluso introspectiva, la historia que los chilenos hemos vivido y sufrido el último medio siglo.
Se trata de la última novela del destacado escritor Roberto Ampuero, “Nunca volveré a Berlín” (Penguin Random House Grupo Editorial, 2024. 317 páginas), que se centra en la figura crepuscular del ex líder supremo de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, durante su exilio chileno en los años 90, cuando nuestro país le concedió asilo como refugiado luego de que la Alemania unificada lo dejara libre de los cargos que se le imputaban, por consideraciones humanitarias.
Hay que decir también, que esta es una novela de ajuste de cuentas con un pasado lleno de divisiones, conflictos, tragedia y dramatismo, tanto en el devenir histórico de la sociedad chilena como en la trayectoria vital del propio autor, en cuyo desenvolvimiento aparecen y se concatenan actitudes y comportamientos humanos alejados del autoexamen, de la rigurosidad, la integridad y la verdad.
La figura de Honecker que muestra la novela es la de un hombre derrotado, fracasado, desilusionado; mas no arrepentido. Un hombre que en años recientes ha presenciado el fracaso más estrepitoso de un sistema político, social, económico y cultural, que tuvo la pretensión arrogante de transformar a los seres humanos y construir una sociedad de armonía, abundancia, paz y felicidad, a costa del control más absoluto y sibilino de prácticamente todos los aspectos de la vida de las personas. El comunismo, que también se desplomaría en el país que lo había instaurado en 1917, y que en las décadas siguientes había promovido un incesante activismo revolucionario en todo el mundo, se había convertido en un verdadero sucedáneo secular, laico, desalmado o desespiritualizado, de la auténtica fe y de la religión.
Un régimen estrictamente totalitario, que mantuvo sometidos a su esquema y a sus dogmas, a millones de seres humanos alrededor del mundo, que en el caso particular de Alemania Oriental tuvo que incurrir en el delirio de levantar un muro infranqueable para impedir la huida del país de sus ciudadanos, y que finalmente sucumbió no por una agresión externa, sino por el agotamiento, la desmoralización generalizada y una insostenible fatiga interior. Muchos alemanes orientales, y también algunos exiliados chilenos en ese país, se desilusionaron al observar y sufrir las precariedades del sistema, sus promesas incumplidas, el clima generalizado de sospecha en que discurría la vida cotidiana, el ambiente orweliano que invadía los espacios de convivencia, el autoritarismo despiadado de los líderes, la falta completa de libertad, la imposibilidad de tomar el control del propio proyecto de vida y, finalmente, la definitiva resignación a vivir una existencia sin esperanza.
Honecker llega a Chile en 1993 por distintas circunstancias, una de las cuales dice relación con la presión ejercida por la izquierda, en especial por el Partido Comunista, sobre el gobierno de la época para concederle asilo, como una muestra de reconocimiento por la acogida y hospitalidad que la extinta RDA ofreció, en la década de 1970, a los chilenos que se exiliaron en ese país. Se radica en la comuna capitalina de La Reina con su mujer, Margot, que por años ejerció el cargo de ministra de Educación del régimen, donde vivía una hija del matrimonio con su marido chileno y el nieto del ex jerarca.
En ese paraje precordillerano de nuestra capital transcurre apacible y tranquila la fase final de su existencia, tensionada a veces por recuerdos, la conciencia tardía de decisiones equivocadas y la presencia inesperada e incómoda de figuras fantasmales, que lo interpelan y le hacen ver que sus ideas muchas veces traicionaron la ortodoxia del materialismo histórico, y enrumbaron hacia derroteros extraviados de la sana doctrina.
Para todos estos cuestionamientos y reproches, el Honecker ya vencido y postrero siempre encuentra explicaciones, justificaciones que aluden a la hostilidad y agresión del mundo capitalista hacia su país, la necesidad de evitar la fuga de su población, la voluntad permanente de procurar bienestar de sus ciudadanos, y las enormes exigencias y sacrificios envueltos en la ardua tarea de construcción del socialismo.
La obra permite apreciar de manera vívida la verdadera catástrofe que la ideología puede producir en las vidas de las personas, sobre todo cuando aquella es de carácter totalitario, condicionando de tal manera las visiones de mundo y las aproximaciones a lo real, que finalmente son sacrificados y aplastados los valores humanos más importantes.
La visión ideológica deforma y distorsiona la realidad, y además la obliga a adecuarse o amoldarse a la artificiosa construcción de razón con que los líderes y los estamentos privilegiados del sistema, pretenden modelarla, regularla, regimentarla. En este estado de cosas, evidentemente no puede haber cabida para el despliegue de la libertad y del pensamiento crítico, ni tampoco se le pueden conceder prerrogativas de ninguna especie a la verdad.
Lo que importa es el modelo, el esquema de ideas, la prefiguración abstracta de una sociedad perfecta que provee la misma ideología, y entonces la realidad tiene que ser intervenida y conducida hacia el horizonte delineado en un futuro improbable por la imaginación ideológica, a fuerza de voluntarismo, férreo control social, escasa reflexión y un tipo de pensamiento rayano en lo mágico.
Estas construcciones ideológicas finalmente inciden, a veces de manera dramática, en las vidas de las personas comunes y corrientes. Condicionan y hasta distorsionan los proyectos de vida, los anhelos íntimos, las emociones y, desde luego, la autenticidad e integridad de las relaciones interpersonales que se establecen en la convivencia.
En este sentido, esta novela habla también de amores malogrados o destrozados por la ideología, con su consecuencia trágica de vidas rotas, tedio vital, ausencia u olvido de sentido, y profunda desesperanza. A veces, los dirigentes de una sociedad, los políticos, los que han alcanzado posiciones de conducción de los asuntos colectivos, son inconscientes, si no derechamente irresponsables, de los efectos indeseados que puede desencadenar la implementación de ideas alejadas de la sensatez, del sentido común, de la humanidad.
También sucede, en ocasiones, que a fuerza de promover el buenismo, ese buenismo medio adolecente, ingenuo y bien pensante que invade la esfera pública, se provocan en la sociedad resultados que significan derechamente afectar, desviar o destruir vidas, proyectos e ilusiones.
Los personajes de esta novela encarnan o son víctimas de esos estragos: un antiguo exiliado chileno en Alemania Oriental que ahora sirve de traductor al ex gobernante en su vida chilena, y una compañera de estudios y novia de aquella época devenida en periodista, que busca acercarse al destituido líder para domeñar y canalizar sus propias cuitas.
Son seres que se han visto en la necesidad de reinventar sus vidas porque el sistema en el que vivían, la ideología que lo inspiraba y el régimen que lo sostenía se interpusieron forzosamente en sus proyectos, en sus anhelos, en su intimidad, malogrando emociones, frustrando promesas y haciendo imposible que sus vidas pudieran seguir el curso que, en su juventud, quizá ingenuamente, ellos habían proyectado y que añoraban.
El ocaso de Honecker relatado en esta novela, radicado en un Chile que de manera paulatina y no sin ingentes dificultades, buscaba recuperar la democracia y restañar las heridas aún abiertas por los desencuentros del pasado reciente, simboliza la caída final de una idea, de un sistema, y de una experiencia histórica que cobró muchas vidas humanas, destruyó ilusiones y terminó sepultando una utopía.
Esta novela presenta una historia que le confiere realismo a ese sistema, y que además muestra una dimensión humana, cercana, existencial de lo que significa vivir en un sistema totalitario que no sólo amaga la libertad, sino que también inhibe el impulso y la necesidad interior natural de las personas por ser forjadoras de su propio destino.