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Catalina Gato, y ese pequeño gigante con muchas vidas CULTURA|OPINIÓN

Catalina Gato, y ese pequeño gigante con muchas vidas

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Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Lo que busca “Catalina Gato” es hacer patente un trasfondo mayor, con diversas acciones simultáneas, con reporteros, policías, camarógrafos, personal sanitario y también vecinos, todos imbuidos en una maqueta a escala, en la cual el gato es una especie de tótem que todo lo ve.


Te has preguntado, cuál es el único ser que puede en un mismo día botar el árbol navideño, una montaña de libros y toda la reserva de mermelada que te esmeraste en preparar para el invierno, y al rato volver tan campante y literalmente, “haciéndose el cucho”.

Por supuesto que es el gato, ese pequeño y adorable salvaje que, según Julio Cortázar, nos dio una importante lección de vida. “Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”.

Venerado por los egipcios, quienes lo consideraban la prolongación de Bastet, diosa del amor, la belleza y la protección. Aunque siglos más tarde, la superchería religiosa hizo que esa auspiciosa perspectiva cambiara abruptamente, cuando el Papa Inocencio VIII, vio en ellos la encarnación del mal, y miles de gatos fueron quemados.

Independientemente de cómo los veamos, la artista visual Catalina Gato, con su experiencia como diseñadora teatral, propone un diorama o escenificación, emplazada en Santiago, con un “Gato gigante” quien, haciendo gala de su costumbre habitual, duerme e inmiscuyéndose en el espacio urbano.

Descontando el juicio valórico derivado de la mitología, la historia o la cultura popular, lo interesante en esta apuesta, es que no sitúa al felino como el hechor, sino más bien como un protagonista pasivo, pero omnisciente, entendiendo que el verdadero peligro se encuentra en las calles, porque mientras más grandes y pobladas sean las ciudades, estas sacan relucir un componente “endogámico”, dado que encuban un cierto parentesco que lo relaciona entre sí, dado que enfrentan desafíos equivalentes.

Se puede tratar de Santiago o Valparaíso, y este último por ser puerto, posee tantas virtudes como riesgos propios de su condición portuaria. Ahora, lejos de estigmatizar, está más que claro que la intención de este proyecto, es develar el verdadero semblante citadino. No por nada, forma parte del Pabellón Internacional, expuesto en el Edificio Caralps, más conocido como “La Nave”, e inserto en una ruta con más 85 artistas de 9 países, que trajo de vuelta, a la duodécima versión de la Bienal Internacional de Artes de Valparaíso (2024).

Otro aspecto importante, de este “Gato Gigante”, exhibido previamente en Galería Hifas y en la National Gallery de Praga, en República Checa, es cómo su autora la visibiliza, ya que no es usual hacer del diorama un recurso artístico, que todavía es percibido como un territorio inexplorado, salvo por los tradicionales dioramas creados por Zerreitug, en algunas estaciones del metro de Santiago, y que han sido parte de nuestro inconsciente colectivo por años.

Quizás por eso mismo, muchos lo ven como una anécdota hecha obra, pero esa banalización no cabe en este caso, ya que si bien Catalina Gato, incorpora elementos de la instantánea, lo que busca es hacer patente un trasfondo mayor, con diversas acciones simultáneas, con reporteros, policías, camarógrafos, personal sanitario y también vecinos, todos imbuidos en una maqueta a escala, en la cual el gato es una especie de tótem que todo lo ve.

En ese marco se articula la acción, partiendo por la idea de miniaturizar la urbe, lo que implica que su peligrosidad queda automáticamente encapsulada, y si a eso le incorporas un felino gigante, rompe de plano con esa acuciante cotidianeidad, pero siempre a tono con los escenarios que ponen de manifiesto ficciones que, aun estando empapadas de realidad se mezclan con un mundo próximo a lo onírico.

En paralelo, dejan entrever el origen escenográfico de una artista, licenciada en Artes con mención en Diseño Teatral y magíster en Arte mención Patrimonio, por lo que no es raro que indague y cree mediante objetos de utilería atmósferas propicias tanto para títeres, stop motion o estos peculiares personajes que deben lidiar con realidades tan incómodas y condicionadas por la hegemónica inseguridad del espacio público, al que se agregan además, una reflexión sobre las pandemias, sus mutaciones, las secuelas del extenso confinamiento.

Un hecho que ciertamente, pone entredicho a sus habitantes. Todos protagonistas “subalternos” de una ciudad donde el gato es la excepción -quien está por sobre- pero no necesariamente como deidad.

Aun cuando parece ser la representación de algo muy poderoso, pero siempre en esa suerte de contigüidad doméstica, lo que presupone que está inserto bajo la lógica que ya le conocemos (entre la modorra y la indiferencia), pero también con la astucia propia de su especie. Por lo que no deja de ser un enclave inseparable del hecho histórico representado, el que se acrecienta mediante esta exaltación hiperbólica, donde querámoslo o no, existe una subconsciente dominación, encarnada tanto por su aparente tamaño, como por el simple hecho de estar ahí. Lo que curiosamente pareciera coincidir, con lo expresado por el antropólogo Marcel Mauss, cuando afirma que “el gato es el único animal, que ha logrado domesticar al hombre”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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