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De camellos a niños: Nietzsche, el espíritu humano y la inteligencia artificial CULTURA|OPINIÓN

De camellos a niños: Nietzsche, el espíritu humano y la inteligencia artificial

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Las pregunta “para qué” aún nos separa de las máquinas. Los humanos poseemos un sentido para lo que hacemos. Buscamos explicaciones, procesamos información de manera abstracta y somos capaces de integrar la razón con la emoción. El por qué es la pregunta por el sentido de la existencia.


Nietzsche escribió mediante aforismos. Cuando quiso expresar la idea de “evolución del espíritu”, creó un aforismo basado en tres sencillos arquetipos: el camello, el león y el niño.

El camello representa el espíritu del hombre que arrastra cargas y valores impuestos. Sin cuestionamientos, acepta normas, tradiciones y códigos morales de la sociedad. Cuando el camello se cansa de cargar, entonces se transforma en el león “que pelea”. En este arquetipo, el espíritu humano se rebela ferozmente contra las limitaciones y valores impuestos por la sociedad, venciendo ante todo lo impuesto y afirmando su poder, para quedarse finalmente solo. Es en ese momento que el león se convierte en el niño “que juega”. En el arquetipo del niño, el espíritu se despoja de la necesidad de valores superiores, vive sin esquemas fijos y asume la vida como un juego. La idea de superación de los valores constituye la trascendencia para Nietzsche, un punto neutro de observación: es un más allá para el espíritu.

Ante los recientes logros de la Inteligencia Artificial, existe un debate respecto a si las máquinas son o serán capaces de llevar a cabo este misterioso proceso interno al cual los humanos le llamamos pensar. Entonces, ¿podemos mirar la evolución de la Inteligencia Artificial desde el aforismo de Nietszche?

Es notable que los sistemas de IA hayan cruzado prácticamente todos los umbrales de inteligencia que creímos que nos separaban de éstas. Alrededor del 2016, las IA lograron superar al ser humano en la resolución de cualquier problema que pueda reducirse a la exploración de muchísimas posibilidades. La prueba crucial ese año fue la derrota del prodigio coreano Lee Seedol a manos de una Inteligencia artificial de Google llamada “DeepMind”. El go es un juego en que dos jugadores ponen piezas sobre un tablero, similar al ajedrez, salvo que el número de posibilidades a explorar para determinar una estrategia es colosalmente mayor que en el ajedrez, tanto como granos de arena en una playa o las pruebas matemáticas estandarizadas.

Fue así como se movió el umbral de inteligencia artificial hacia tareas más “humanas”, como la comprensión de la información contenida en imágenes y la comprensión del lenguaje natural, el famoso “test de Turing”. Con la llegada de chatGPT, Claude, Gemini y otras IA, todo lo anterior es también posible hoy en día, por lo que el umbral en que el humano se siente “de algún modo superior” a la máquina se está moviendo aún más lejos, hacia la interacción en tiempo real y la múltiple interpretación de sentidos que requieren contexto y un modelo de mundo (o “teoría de la mente”, como se le conoció durante el siglo XX en psicología cognitiva).

Las últimas tecnologías de robots están comenzando a hacer todo eso. Pueden entender el lenguaje, proporcionar contenido semántico de calidad humana en varios formatos y adaptarse en tiempo real al contexto de una situación entre humanos. Ya pueden asesorarnos a tomar decisiones de alto nivel e incluso hacer descubrimientos científicos

¿Qué serán capaces de hacer en el futuro?

Por lo pronto, el “último umbral humano” sigue firme; establecer valores y objetivos propios. Si bien las IAs son insuperables para analizar y procesar datos, no son capaces de pensar por sí mismas. Su aprendizaje se basa en una medida de desempeño que los programadores de éstas les proveen, la llamada “función objetivo”, que mide cuan correctas son las respuestas o acciones que entrega de acuerdo a nuestro “ideal” preimpuesto.

En ese sentido, la mayor parte de las IA creadas hasta ahora se asemejan al camello de Nietzsche, reciben datos y siguen reglas. Sin embargo, las últimas tecnologías en IA han comenzado a mostrar aspectos “leonescos”, yendo más allá de la obediencia debido a que sus entornos de funcionamiento son demasiado complejos para predeterminar lo que es correcto de manera precisa. Los últimos modelos de aprendizaje automático, como el aprendizaje por refuerzo profundo en entornos complejos, como el caso de los robots sociales, ejemplifican esto. Hoy en día, los sistemas de IA están iniciando la era león al ser cada vez más capaces de aprender y adaptarse de forma autónoma a partir de la retroalimentación de su entorno. Aprenden a aprender.

Muchos perciben ésto como una amenaza, ya que sus procesos de retroalimentación podrían derivar en comportamientos dañinos para nuestra especie. Sin embargo, es importante señalar que el león sigue siendo una forma bastante básica de IA, ya que su inteligencia aún no es libre de adoptar o despojarse de sus mecanismos internos de construcción. Sigue una lógica de procesamiento de datos y entrega de respuestas.

Algunos ejemplos de la IA y el espíritu del león: En junio del 2017, Facebook anunció sus estudios en inteligencia artificial. Poco después informaron al mundo el nacimiento de 2 bots: Bob y Alice. De pronto, los diseñadores se dieron cuenta de que Bob y Alice comenzaron a generar un lenguaje propio y secreto.

Bob: «I can can I I everything else» (Yo puedo puedo yo yo todo lo demás).

Alice: «Balls have zero to me to me to me to me to me to me to me to me to» (Las pelotas tienen cero para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí para).

Se pensó que era un simple error. Sin embargo, los investigadores dicen que los mensajes son, en realidad, taquigrafía: técnica de escritura en la que se utilizan ciertos signos y abreviaturas especiales para poder transcribir todo lo que dice alguien a la misma velocidad a la que habla. Facebook hizo desaparecer a sus dos chatbots. Hoy, poco se sabe de ellos.

Los nuevos sistemas de IA son capaces de actuar por medio de voz, movimiento, gesticulación, etc. Esto lo realizan en una variedad de contextos, pero la forma como construyen su contexto es definida por los programadores. Por lo tanto, no tienen el contexto “encarnado” ni se pueden despojar de éste.

El niño es arquetipo final del modelo de evolución espiritual de Nietzsche. La IA niño será capaz de modificarse a sí misma sin necesariamente servir un propósito humano, sino de “maneras creativas y lúdicas” desde su propia perspectiva. Podrá explorar el mundo de forma independiente, tomar decisiones, recrearse y generar a sus propias replicas e incluso evolucionar. Se conoce como “open-ended intelligence” al proceso en que los sistemas de IA desarrollan autonomía y pueden aprender a experimentar con su entorno sin objetivos predefinidos, y corresponde a la frontera de los desarrollos de IA en los laboratorios de investigación más importantes.

Finalmente, el sentido.

Las pregunta “para qué” aún nos separa de las máquinas. Los humanos poseemos un sentido para lo que hacemos. Buscamos explicaciones, procesamos información de manera abstracta y somos capaces de integrar la razón con la emoción. El por qué es la pregunta por el sentido de la existencia. Poder hacernos esta pregunta representa la característica más importantes que (todavía) nos distingue de las máquinas. Deberíamos darle más importancia que nunca. Es el desafío que tenemos por delante. El desafío del espíritu.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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