Rushdie no perdona, más bien se venga, sabe que puede seguir adelante, aún es dueño de su vida, tiene a Eliza y la capacidad de escribir. No va a ser él mismo, pero nuevamente se sobrepondrá a la fetua y a la violencia.
En 1989 el entonces ayatolá de Irán Ruhollah Jomeini dictaminó una fetua en contra del escritor Salman Rushdie por la publicación de su novela “Los versos satánicos”. El edicto o sentencia hacia el siguiente llamado:
“Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de ‘Versos satánicos’, un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo. Quien muera por esta causa será mártir, si Dios quiere”
El escritor indo-británico tuvo que irse a la clandestinidad durante la siguiente década bajo el cuidado de los servicios secretos. Ese periodo está retratado en sus memorias de 2012, las que decidió contar en tercera persona con el título de Joseph Anton, nombre que ocupó durante esa etapa en homenaje a Conrad y a Chejov. Rushdie ya era un escritor destacado cuando se dieron estos eventos, su segunda novela “Hijos de la medianoche” tuvo reconocimiento y éxito a nivel mundial. Por la cual ganó el prestigioso Booker Price el año 1981.
La fetua significó una violenta interrupción tanto en su vida personal como en su carrera. Durante los primeros meses hubo disturbios en contra de Rushdie en la India, la embajada británica en Teherán fue apedreada, el traductor japonés de la obra Hitoshi Igarashi fue asesinado a las afueras de su casa y el traductor italiano logró sobrevivir luego de un ataque en Milán.
Con el paso de los años Rushdie comenzó a aparecer públicamente. Su vida recuperó una incierta normalidad mientras la sombra de la amenaza parecía ir menguando. Continuó publicando novelas, ensayos y cuentos, pero de alguna forma su figura quedó estigmatizado al acontecimiento de 1989.
Treinta años después Rushdie sufrió un violento atentado que casi le costó la vida. Así comienza “Cuchillo”:
«A las once menos cuarto del 12 de agosto de 2022, un soleado viernes por la mañana en el norte del estado de Nueva York, fui agredido y casi asesinado por un joven armado con un cuchillo poco después de subir yo al escenario del anfiteatro de Chautauqua para hablar de la importancia de mantener a los escritores a salvo de todo riesgo»
El autor de setenta y cinco años vio al joven Hadi Matar correr hacia él, se levantó de su silla sin dejar de mirar al agresor y su única reacción fue subir la mano izquierda. El cuchillo la atraviesa y luego sigue, el cuello, el pecho, el ojo. Durante años había imaginado a su atacante «¿Por qué ahora?» se pregunta, sin perder la conciencia.
Ese es el inicio del libro; el ataque, y es el punto desde donde Rushdie intenta comprender y también sanar. Se trata de una exploración donde repasa su vida con el fin de determinar cuales son las fuerzas y las energías necesarias para combatir el odio, la ortodoxia y la barbarie.
Una de estas pistas se encuentra en la historia de cuando conoce a Eliza, la poeta Rachel Eliza Griffiths, quien se transformaría en su quinta mujer. Deciden dejar constancia: «Iba a ser una cosa que haríamos junto; un desafío a la muerte y una celebración de la vida y del amor. Pero también, y más prosaico, una mirada frontal a los daños»
La recuperación se expone en detalle. Es dolorosa y asfixiante, hay operaciones y suturas. Pero al mismo tiempo, en paralelo a lo físico, a la perdida del ojo, se evalúa también el daño psíquico o espiritual. La felicidad interrumpida y arrancada.
«Lo más fastidioso del atentado es que me ha convertido una vez más en alguien que yo me había esforzado mucho en no ser.» A esta altura comenzamos a entender el mensaje de Rushdie. Comenzamos a vislumbrar una historia de amor, donde sus protagonistas se ven forzados a mirar de frente la fragilidad.
«Si te conviertes en objeto de odio, siempre habrá alguien que te odie. Así había sido en mi caso durante treinta y cuatro años»
Rushdie no cree en milagros, pero sus libros sí. Y en ‘Cuchillo’ el milagro consiste en sobrevivir y luego contratacar a través del amor y del arte. Esa es la idea que toma fuerza en paralelo a la recuperación física, el autor se acerca a algunas conclusiones que son relevantes en nuestros días, nos recuerda la importancia del arte en la sociedad. Nunca pretendió ofender o insultar a nadie con Los versos satánicos, solo intentaba escribir una novela. Nos recuerda que el arte debe desafiar a la ortodoxia, no es un lujo. Es algo esencial al género humano y no demanda ninguna protección especial salvo el derecho a existir. Nos recuerda el deber del escritor, la lucha contra las narrativas falsas, contra la tiranía, la falta de honestidad y la estupidez.
Y también, por otro lado, intenta entender quien esta detrás del atentado, quien es el agresor, a quien llama: el A. En esa búsqueda se topa con un muro distinto al de hace algunas décadas. El A apenas había leído al autor, sospecha que es un producto de las nuevas tecnologías de la información. Los grandes fabricantes de pensamiento colectivo: YouTube, Facebook, Twitter y los videojuegos violentos, donde cualquier decepcionado de todo comienza a buscar culpables. En este punto Rushdie hace un ejercicio de ficción, inventa un encuentro con el agresor, proyecta un diálogo que hasta ahora no ha sucedido: «Estaba yo y estaban también tus otras realidades, tu soledad, tus fracasos, tu necesidad de culpar a otro, tus cuatro años de adoctrinamiento, tu concepto del enemigo».
Rushdie no perdona, más bien se venga, sabe que puede seguir adelante, aún es dueño de su vida, tiene a Eliza y la capacidad de escribir. No va a ser él mismo, pero nuevamente se sobrepondrá a la fetua y a la violencia. El A perdió.
Ficha técnica:
“Cuchillo”, 2024, 208 páginas, Random House.