La carta undécima es enjundiosa para el lector por la vívida descripción de aquel país. En ella comienza diciendo: “La población total de Chile alcanza, según se cree, a un millón de almas, excepción hecha de los indios no domesticados”. El rasgo anotado no deja de sorprender.
La portada de este libro de Samuel Burr Johnston es muy significativa como paratexto, es decir, que muestra gráficamente lo que será el acontecer de la narración.
En un primer plano hay una máquina tipográfica de hace siglos atrás, mientras que en un segundo plano se ve a un grupo de personas que avivan la cueca -o zamacueca- de una pareja que baila al ritmo del arpa y la guitarra. Una bandera chilena ondea al aire. En el plano final, hay un paisaje que se diluye, pues en ese entorno está el título de esta obra. La portada nos ubica en un contexto histórico determinado del acontecer nacional lo que se ve refrendado por el título: “En aquel país. Aventuras de un tipógrafo yanqui en Chile (1811-1814)”.
La frase principal es como una paráfrasis de los inicios de los cuentos tradicionales -los Märchen, cuentos de hadas- por la forma escrituraria con que estos se inician -en aquel tiempo-, solo que aquí se habla de un país como lejano para el enunciante narrativo.
En una primera instancia lectora es como si en aquel lugar pudieran ocurrir situaciones insospechadas. En el transcurso de la lectura se advertirá que es así. Aquel país es Chile en los albores de la república. Seguidamente, está el subtítulo donde el vocablo aventuras ocupa el lugar central. El título de la presente edición fue sugerido por el prologuista de la edición Simón Soto, ya que el yanqui había puesto una denominación propia de una relación histórica del descubrimiento o la conquista del Nuevo Mundo.
Efectivamente, se trata de las aventuras de un tipógrafo yanqui en Chile en el segmento de años que se indican. La palabra aventuras inmediatamente nos ubica en un espacio tiempo determinado -el cronotopo de Mijaíl Bajtín- donde ocurrirán un conjunto de sucesos de distinta índole para quien se ve involucrado en los hechos mostrados. En este caso es un sujeto histórico llamado Samuel Burr Johnston de profesión tipógrafo y de nacionalidad norteamericana, un yanqui. El relato de las peripecias del protagonista es casi como novelesco, a pesar de que de vez en cuando pesan más las referencias documentales en lo que podría ser la trama de su testimonio.
El texto de Samuel Burr Johnston se adscribe a los formatos escriturarios de la denominada literatura de viaje o de viajeros. Generalmente, los países exóticos o desconocidos llamaban la atención de personas que se aventuraban a recorrer o hacer un periplo aventurero por aquellos lugares donde podrían experimentar distintas vivencias. Es una literatura de índole referencial, pues siempre hay un espacio geográfico que se describe mostrando todo lo que llama la atención del viajero o viajera.
La aventura se consigna mediante la escritura que puede adoptar diversas modalidades escriturarias como las cartas -es decir, el protagonista envía la correspondencia a otro sujeto contando lo visto y lo vivido-, los diarios de viaje -donde el sujeto aventurero deja atestiguado el acontecer del día a día-, o las memorias -en que el protagonista rememora el pasado desde un presente lejano. Normalmente es así. Se recuerda el pasado con excepción de las cartas donde hay un tiempo presente de la acción que se envía a un receptor o lector concreto. En definitiva, cualquiera que sea el formato, se trata de la categoría de los géneros referenciales.
La obra de Burr Johnston es un testimonio de un viajero en un país incipiente donde las peripecias vivenciales no dejan de sorprender a un lector del siglo XXI. Realmente, estos personajes eran aventureros como Cristóbal Colón que se echó a la Mar Oceana pensando que iba en el rumbo recto, pero no fue así. Probablemente, Chile al estar ubicado en el finis terrae encerraba lo que todo aventurero buscaba: lo insólito y lo sorprendente, incluido los peligros y las zozobras de lo ignoto.
De este modo, los textos de María Graham o el de Gabriel Lafont de Lurcy o de otros tantos dejaron testimoniado sus experiencias en aquel país donde a más de alguno los sorprendió la experiencia más insospechada para extranjeros como lo son los terremotos como lo experimentaron los mencionados.
En “En aquel país. Aventuras de un tipógrafo yanqui en Chile (1811-1814)”, el tipógrafo a instancias de su editor norteamericano le dio una estructura de cartas a la crónica o testimonio de viajes a un innominado receptor. En la carta séptima, recurre al estilo del diario, pues muestra al potencial lector el acontecer de algunos días.
El texto de Burr Johnston fue traducido del inglés por el historiógrafo José Toribio Medina y en el prólogo o nota biográfica del autor Samuel Burr Johnston da las luces históricas para comprender el sentido del texto del norteamericano. El lector podrá enterarse que Samuel llegó a Chile con el fin de instalar la primera imprenta en Chile donde se imprimieron La Aurora de Chile y El Monitor Araucano, los primeros periódicos nacionales.
Sin embargo, el texto testimonial del yanqui va más allá de este objetivo, pues fue un buen observador de los acontecimientos históricos que se estaban viviendo en el naciente país y en el Perú. El paso por el Cabo de Hornos es descrito como una novela de aventuras. De la misma manera, sus cartas -que no son tales, de acuerdo con el dato de Medina-, nos dan cuenta de Valparaíso y sus alrededores, viaje a la capital por caminos donde existía el peligro, fiestas desatadas -como dice el prologuista de esta edición-, el cautiverio en el Perú y otras tantas situaciones dignas de un aventurero a carta cabal.
La carta undécima es enjundiosa para el lector por la vívida descripción de aquel país. En ella comienza diciendo: “La población total de Chile alcanza, según se cree, a un millón de almas, excepción hecha de los indios no domesticados”. El rasgo anotado no deja de sorprender, pero históricamente era así. También se decía incivilizados o salvajes.
Respecto del clima argumenta que es, “tal vez, el más agradable del mundo si se exceptúa el de Italia, al cual se le parece mucho”. Se refiere a las carreras de caballos y a las corridas de toro que describe como una práctica frecuente donde el derramamiento de sangre de caballares o de los toros es habitual, y que “al anochecer se traen a la plaza toros de refresco, a los que se les aplica banderillas de fuego y se les suelta para que bramen y se retuerzan del dolor para diversión del público”.
Burr Johnson se sorprende de la semana de Pasión y de los devotos que se van disciplinando con azotes. La flagelación -cuenta- dio origen a la fundación de las casas “de ejercicios” donde las personas se encerraban “por tiempo de diez días, consagradas al ayuno, a la oración y a darse de azotes”. Concluye diciendo que los eclesiásticos por el poder que tienen “sobre el ánimo del pueblo han contribuido por mucho a retardar la marcha de la revolución”. Interesante lo que dice a continuación de que “el estado de las Letras en Chile es muy mísero, estando casi todo el saber relegado en el país a los eclesiásticos”.
En síntesis, la obra de Samuel Burr Johnston se lee con agrado. Quienes gusten de la historia pasada de nuestro país no saldrán defraudados. El autor narra con la propiedad de un verdadero creador literario.
Samuel Burr Johnston. “En aquel país. Aventuras de un tipógrafo yanqui en Chile (1811-1814)”. Santiago, Editorial Planeta. 2024. 182 páginas)