Hablar de la UC es también hablar del fenómeno social que hay detrás, un sentido de pertenencia “multicultural”, nos dice Escobar, y eso implica salir de los espacios estrechos o las clasificaciones, que muchas veces orientan más los prejuicios que las lecturas.
“¿Es posible hablar de uno sin hablar de la UC? ¿Podemos presentarnos en una cita, en un trabajo, en un cumpleaños y dejar a la Católica de lado? ¿Se puede establecer un muro entre nuestras vidas y nuestro equipo? ¿Podemos hacer un pacto de ficción (aunque sea momentáneo) con el ladrón de nuestras vidas?”
Fragmento del libro.
“Formas de ser cruzado” (Provincianos Editores, 2024) es un libro coral, podríamos ocupar esa palabra, donde quince voces narran, con devoción y penumbra, su amor por el equipo de la Franja, o sea, la Universidad Católica.
Una antología de cuentos seleccionados por Joaquín Escobar (1981), que prologa esta edición con “Ternura, rizoma y coraje”, y que se dio la tarea de reunir textos que no fueron reeditados en libros sobre la UC y confiar relatos a “quienes literariamente confiaba”.
Una constelación de nombres conforma este volumen como Luz María Astudillo, Diego Zúñiga, Benjamín Escobar, Carola Opazo, Rodrigo Diez, Matías Celedón, algunos más famosos que otros, escritores, estudiantes, periodistas, profesores, contadores públicos, fanáticos y anónimos, cuyas escrituras y saberes transitan desde la crónica y la ficción, el ensayo y la arenga. Destaca, en este sentido, el interés por abordar diversas épocas y acontecimientos, casi con intención enciclopédica, donde la evocación tiene un lugar privilegiado, más allá de una u otra generación.
Dice Escobar:
“La UC no es un lugar de paso, no es un sitio estático, es una nave espacial de melancolías que, haciéndonos parte de una tripulación tierna y fervorosa, nos hace bailar y envejecer sin que nos demos cuenta”.
Hablar de la UC es también hablar del fenómeno social que hay detrás, un sentido de pertenencia “multicultural”, nos dice Escobar, y eso implica salir de los espacios estrechos o las clasificaciones, que muchas veces orientan más los prejuicios que las lecturas. Desmitifica, por un lado, el imaginario que representa a la Católica como un club momio, facho o “paltón” y, por otro lado, la idea de que el equipo no pueda ser un objeto literario en sí mismo, construido por sus fanáticos, como un rizoma con muchas raíces “desde las cuales puede surgir el conocimiento”.
Y allí cabe una carta de una niña al Beto Acosta, un relato acerca de un extraño hincha con la camiseta de Miguel Ponce, una investigación acerca de los descensos del equipo, recuerdos de 1984 en un Chile gris y dictatorial, o la historia de una estudiante que hace lo imposible por asistir a un clásico, incluso vender sopaipillas al interior del estadio.
Joaquín tiene un trabajo, un propósito y eso recorre su obra. Él es un hincha pero no se queda, digamos, en la experiencia o la anécdota, busca ampliar el análisis y la reflexión, convocando las emociones propias y ajenas, con la cual configura un pequeño ecosistema literario alrededor de la Franja.
Pienso este libro, y muchas otros, claro está, desde ese atisbo que trasluce algo no completamente asible o entendible o audible, que deja un pequeño espacio, una rendija, una pequeña alegría en medio de una inmensidad que, más encima, rehúye y se va. Un camino que no lleva a ninguna parte, como diría Bolaño en Literatura +enfermedad=enfermedad, porque escribir no es curar, no es la solución a ningún problema, porque los problemas, a veces, no tienen solución, y está bien que sea así. Que no existan soluciones.
Escribir no es curar, repito, pero es lo que queda: el delirio y la creación, lo nuevo, solo un gesto, una ilusión, esos caminos, siguiendo al detective salvaje, “por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea”. Dice Escobar: “Yo me niego a vivir sin ilusiones, no quiero acostarme creyendo que todo será penca y gris, siempre busco sonreír, aunque todo se termine desplomando por la cornisa”.
El también sociólogo y magíster en literatura latinoamericana se empecina, y no hay nada que reprocharle. Y probablemente, como dice, “falta mano de obra literaria que nos permita construir una obra gruesa de todo lo que es la UC”. O sea, más y más literatura, y no importa, adiciono, que sea sobre la UC o sobre Gandhi; sobre un taller automotriz en 10 de Julio, la casa Usher, los niños pobres (y no tan pobres) drogándose con tusi, o Annie Ernaux.
Joaquín Escobar tiene un proyecto, insisto. Y parece que nada va a detenerlo. Más allá del lugar común y la fragilidad de este enunciado, quiero referirme al deseo. Al deseo y la pasión detrás de este libro. A esa incandescencia, a veces delirante, a veces demasiado extemporánea para los parámetros neoliberales que suelen premiar, por sobre lo furibundo y lo genuino, la candidez de escrituras con pocos bemoles, demarcadas por discursos académicos hegemónicos, donde no pasa nada, porque no hay mucho para contar.
Escobar nos cuenta. Necesita contar. Junto a otras voces. Y eso, a estas alturas, es elogiable.
Ficha técnica:
Varios autores. “Formas de ser cruzado”. Provincianos Editores, 2024. 216 páginas.