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La verdadera inteligencia CULTURA|OPINIÓN

La verdadera inteligencia

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Lo fundamental es que los humanos podamos tomar decisiones no solo basándonos en la inteligencia, sino que integrando un nivel de conciencia fundamental, que considere antes que todo el bienestar del planeta y el respeto a los derechos humanos.


Escribo estas líneas en razón de la cercanía de la realización del Segundo Encuentro Internacional de Literatura Negra y Fantástica que organiza la corporación Letras de Chile (www.letrasdechile.cl) con diversas organizaciones colaboradoras, entre ellas ETHICS de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. El evento parte el 4 de septiembre de 2024.

Trabajé, como ingeniero, por diez años, entre mediados de los 80 y de los 90, en aplicaciones e investigación en Inteligencia Artificial, cuando mucha gente te miraba como si fuera un peligroso demente. En la universidad y en el mundo privado, construyendo sistemas que resolvieron problemas de manera original e inédita. Leí cientos de papers y decenas de libros, asistí a cursos, aprendí nuevos lenguajes y sistemas especializados para simulación cognoscitiva (una de las denominaciones más técnicas de la IA). Refiero lo anterior con la finalidad de mostrar que escribo no sólo desde la imaginación literaria, sino que desde un conocimiento profundo de estos temas.

A esos diez años, debo agregar los veinte que he pasado escribiendo novelas sobre la IA y los humanos, su relación y potencial coexistencia. Cuatro de esas novelas ya han sido publicadas y conforman la serie del cyborg, iniciada por “Flores para un cyborg” (1997), que obtuviera el Premio Mejores Obras Literarias 1996 en novela inédita, que va en su cuarta edición chilena y además ha sido publicada en España, Croacia e Italia. La tetralogía se completa con “Las criaturas del cyborg” (2010), “Ojos de Metal” (2014) y “Los sueños del cyborg” (2022), publicadas por Simplemente Editores.

Es decir, he pasado una buena parte de mi vida reflexionando y trabajando sobre estos asuntos con seriedad, profundidad y el siempre necesario humor.

Soy de quienes creen que la inteligencia es la capacidad de resolver problemas y eso implica que no sea una conducta exclusiva de los humanos, pues está claro que la poseen todos los animales. Ya sé que es una definición pragmática y operativa, pero no conozco otra que me resulte más precisa y satisfactoria, quizás justamente porque tiene fragilidades.

Hemos construido una civilización que se cimenta desde la tecnología para resolver problemas, que ha evolucionado desde las herramientas más primitivas -pasando por el fuego, el vapor, la electricidad, la computación- hasta la energía nuclear y la IA. Estamos orgullosos de esa construcción, aun cuando seguimos protagonizando devastaciones, genocidios y guerras espantosas. ¿Cómo nuestra exitosa inteligencia no nos ha permitido detener el holocausto nazi, por ejemplo?

Lo que pasa es que la inteligencia y la consciencia caminan por veredas diferentes, que no se cruzan. En nosotros conviven ambas, pero la inteligencia es práctica, concreta, como por ejemplo una de sus manifestaciones, que es la tecnología, que puede ser usada para el mal (hay muchos ejemplos, como los hornos crematorios nazis, las bombas atómicas lanzadas en Japón, los bombardeos en Gaza, la manipulación de los ciudadanos a través de las redes sociales).

Ser inteligente no tiene nada que ver con la capacidad de ser empático, experimentar amor u odio, sentir placer o dolor, sufrir; de esto las máquinas no saben nada, y los animales, especialmente los mamíferos, tenemos una experiencia amplia y constante.

Las personas podemos utilizar la consciencia para resolver problemas, pero no es lo usual, si revisamos con atención. Noah Harari ha reflexionado sobre estos temas con profundidad.

Las máquinas que conocemos pueden ser inteligentes, resolver problemas complejos con éxito, pero carecen de consciencia. Esto es lo esencial. Yo soy un convencido de que las máquinas serán -quizás algunas ya lo sean- más inteligentes que nosotros, en esa línea de resolver problemas.

Esto ya lo advirtió un extraordinario matemático inglés: Alan Turing, que escribió un artículo capital para la IA: Maquinaria computacional e inteligencia”, publicado en 1950. Allí propone el famoso test de Turing o Juego de las Imitaciones. A es una máquina, B un humano, C otra persona. El objetivo de A es comportarse como un humano y engañar a C. Los tres se comunican a través de un sistema de terminales, donde pueden escribir, pero no verse (para evitar los prejuicios). Después de un tiempo, si C no es capaz de asegurar cuál es cuál, eso significa que la máquina es inteligente.

Turing anticipa que la capacidad de las computadoras irá creciendo con el tiempo hasta alcanzar la fantástica potencia de un cerebro humano, que combina la acción de cien mil millones de neuronas. Probablemente ya estamos cerca de esa frontera, las máquinas exhiben gran inteligencia, peor carecen de consciencia. Pueden simularla, pero no poseerla. Aunque eso no implica que no logren alcanzarla de alguna forma.

Justamente ese el tema de mi serie del cyborg. En “Flores para un Cyborg” se combinan elementos de la ciencia ficción, el género negro y la novela social moderna. Una trama delirante conduce a un androide a trasponer el límite que separa a máquinas y humanos, haciendo realidad el sueño de la inteligencia artificial.

Tom, el cyborg, es construido por Rubén, un científico que aprovecha el exilio para hacer un doctorado en robótica. Rubén diseña a Tom con el fin de contradecir las limitaciones de sus obtusos profesores y así superar la soledad que siente lejos de su patria. Tom, como parte de su desarrollo (no previsto por su creador) alcanza la capacidad de tener emociones y consciencia, el asunto sobre el que hemos estado discutiendo. La causa de ello es un misterio que se va explorando en la serie.

Terminada la dictadura de turno en su país, que es Chile, el científico retorna con el cyborg, cuya existencia es mantenida en secreto gracias a su aspecto y comportamiento humanos. El regreso será una prueba de fuego no sólo para esta dupla, sino para todos quienes los rodean. En la tierra de Rubén sobreviven las heridas de una larga represión. Los antiguos torturadores son boyantes hombres de negocios, el narcotráfico y la corrupción prosperan y los políticos –carentes de convicciones– se preocupan solo de su bienestar.

“Flores para un cyborg” está en el centro de este dilema entre inteligencia y consciencia. El cyborg toma decisiones fundadas en las emociones ante la situación de su país y opta por luchar por sus ideales. Y ahí se produce un cruce con el asunto del Encuentro: la coexistencia de lo negro y lo fantástico en la literatura contemporánea.

Acaso será posible que una máquina alcance o supere nuestro nivel de consciencia, es un asunto no resuelto a la fecha. Lo mismo aplica para la existencia de otras civilizaciones en universos remotos todavía inaccesibles. Lo fundamental es que los humanos podamos tomar decisiones no solo basándonos en la inteligencia, sino que integrando un nivel de conciencia fundamental, que considere antes que todo el bienestar del planeta y el respeto a los derechos humanos. No podemos abdicar en favor de IA para que tomen las decisiones por nosotros desde un campo ajeno a las emociones y los sentimientos. En ese ámbito aún mantenemos una ventaja, aunque el tiempo para reaccionar y dar paso a la verdadera inteligencia se nos vaya terminando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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