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“Emperador en Roma” de Mary Beard: radiografía de una época CULTURA|OPINIÓN

“Emperador en Roma” de Mary Beard: radiografía de una época

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Es un libro muy entretenido, que se lee con interés y reflexión, porque su autora no solo es especialista en este mundo, sino que hace cruces y análisis que permiten relacionar ese pasado con nuestro presente y formas de gobernar y plasmar políticas que se mantienen vigentes.


El imaginario de generaciones sobre diversos temas históricos, en este caso el Imperio Romano, se ha construido sobre interpretaciones que provienen no solo de la literatura o de la historia escolar, sino de las visiones cinematográficas hollywoodenses, varias de ellas basadas en libros leídos y releídos (para mi generación, Ben-Hur, Quo Vadis, Espartaco, Julio César, entre otras).

Esta obra de la historiadora y académica británica Mary Beard, especialista en el mundo clásico, es atrayente no solo por estar muy bien escrita, sino por su amenidad; sus capítulos nos permiten ver y vivir determinados sucesos de esta gran epopeya -nada menos que la creación de un imperio que duró cinco siglos- entrelazados con la vida cotidiana. Desde luego, es una historia del poder, presente varios siglos antes en las llamadas ‘civilizaciones’, como Egipto y Grecia.

Seguramente, la mayoría de quienes leyeron o leerán este libro, han visto más de alguna vez el mapa de lo que fue el Imperio Romano, pero observar hoy sus dimensiones nos deja sin palabras, más allá de repensar un pasado del que también somos herederos, en tanto nos reconocemos mayormente cercanos a la cultura occidental.

Una vez más, uno de los grandes poderes de la lectura es su capacidad de poner en juego las palabras de otros, las propias, las recordadas de lecturas previas, y constituirse en un abrepuertas que nos (de)muestra que el lenguaje, el pensamiento y la imaginación están en permanente construcción y nos permiten viajar por tiempos y espacios desconocidos, pasados y futuros, reales o imaginarios.

Por sus más de 500 páginas ordenadas en 10 capítulos desfilan cerca de treinta emperadores, sus vidas cotidianas, las comidas, los caminos hacia el poder que habitualmente requerían la eliminación de quienes pudieran ser un obstáculo, en tanto la sucesión no era exclusivamente consanguínea. Temas religiosos, la percepción de que todo eso requería crear normas, estructuras sociales, legales, códigos, crear una imagen de cómo debía ser un emperador, fueron requisitos esenciales para controlar un imperio cuya extensión debe haber sido la mayor conocida, al menos para occidente.

Entre el siglo I a. de C., desde (Octavio) Augusto como emperador, el imperio se mantuvo por cerca de cinco siglos, constituyéndose en la gran potencia de su tiempo. De acuerdo con datos entregados por Mary Beard, el imperio -fuera de Italia- alcanzó a ¡50 millones de habitantes!

Los capítulos 1 y 2 cuentan cómo se construyó la imagen del emperador, acorde con sus obligaciones y la necesidad progresiva de un orden que prefigura el inicio de la burocracia. Desde qué decir, cómo decirlo, cómo vestirse, cómo referirse a él, sus funciones, legados, principios basales; nada menos que una manera de ser y hacer política vigente varios siglos después, ya que reconocemos sus huellas en varios lugares del planeta.

Los capítulos 3 y 4 describen la vida puertas adentro en un palacio imperial: su construcción (con pasadizos secretos para escapar o esconderse), comidas, invitados, peligros reales. El capítulo 5 ahonda en la corte, quiénes la integraban, libertos y esclavos, cocineros, galenos, esposas, parte inseparable de la figura imperial.

El capítulo 6 nos cuenta el trabajo de ser emperador, entre sus tareas, responder a las innumerables peticiones de los súbditos y preocupaciones por avanzar hacia conceptos de ciudadanía no solo para quienes eran “romanos”, sino para quienes formaban parte de territorios conquistados por el imperio, que no se transformaban en esclavos. Una cita de este capítulo, a propósito de una reforma radical: “En el año 212 e.c. [d. de C.] el emperador Caracalla concedió de un plumazo la ciudadanía romana -con el estatus y los derechos legales que eso implicaba, desde la herencia a los contratos- a todos los habitantes del Imperio romano que no fueran esclavos, probablemente más de 30 millones”. (p. 286)

El capítulo 7 abre puertas al merecido ocio, con variadas formas de entretenerse, más allá de los espectáculos de lucha entre gladiadores y esclavos y, desde luego, siempre con la presencia del emperador.

El capítulo 8 nos muestra las visitas imperiales a las provincias, mezcla de descanso y responsabilidades, parte del rol y su presencia activa en los ejércitos como un soldado más.

El capítulo 9 aborda la representación, especialmente para quienes nunca lo verían; de ahí la importancia de las esculturas en todo el imperio. Más allá del parecido real con el emperador de turno, todas son muy parecidas, ya que son imágenes de cómo debían verse. El capítulo 10 y último muestra su muerte y la conservación para quienes compartían, al menos, algunas características con los dioses.

El epílogo se centra en Alejandro Severo, asesinado junto a su madre en 235 y que, de acuerdo con Beard, marca el fin de una era.

De manera central, es una reflexión sobre el PODER: cómo se construye y se ejerce, roles e imágenes para otros, pero también para los propios, más acotado -sin duda- al mundo occidental. Hay principios y obligaciones, pero también caben los caprichos y los excesos y excentricidades que pueden darse fácilmente cuando se percibe que existe una forma de poder que no tiene límites cuando se es emperador.

Es un libro muy entretenido, que se lee con interés y reflexión, porque su autora no solo es especialista en este mundo, sino que hace cruces y análisis que permiten relacionar ese pasado con nuestro presente y formas de gobernar y plasmar políticas que se mantienen vigentes en tanto se han ido adecuando a nuevos contextos.

Para quienes están más profesionalmente interesados, hay una excelente bibliografía. Por otra parte, sugiero detenerse especialmente en las ilustraciones; nunca son un mero adorno, pero aquí tienen un rol especialmente valioso, en tanto son pinturas, estatuas (de emperadores y algunas emperatrices), mapas, inscripciones, árboles genealógicos, lápidas, reconstrucciones de planos arquitectónicos, monedas, cuadros cronológicos, reproducciones de joyas, que refuerzan esta construcción de la imagen de un Imperio y de quienes fueron parte de él.

De esas ilustraciones, incluyo una pintura no solo maravillosa, sino que está inspirada en un hecho atribuido a este emperador, más allá de que sea real o imaginario: Las rosas de Heliogábalo (1888), del notabilísimo Lawrence Alma-Tadema (p.225), parte de una colección privada, en Wikimedia Commons y libre de derechos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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