Publicidad
Tres uruguayos CULTURA|OPINIÓN

Tres uruguayos

Publicidad
Pablo Bravo
Por : Pablo Bravo Periodista y escritor.
Ver Más

Los escritores Juan Carlos Onetti (1909-1994), Mario Levrero (1940-2004) y Ramiro Sanchiz (1978) comparten elementos en sus obras marcadas por una intensión experimental con la forma y la estructura narrativa, así como atmósferas existenciales y kafkianas.


Diversos, complejos y ricos hilos literarios pueden rastrearse al oriente del Río de la Plata, en Uruguay, un país pequeño con suficiente personalidad propia y originales singularidades. No pretendo en este espacio hablar de la “literatura uruguaya”, no podría, simplemente -de manera del todo subjetiva- me referiré a tres autores en los que he podido detectar un cierto sentido de continuidad y, por supuesto, de altísima calidad.

Los escritores Juan Carlos Onetti (1909-1994), Mario Levrero (1940-2004) y Ramiro Sanchiz (1978) comparten elementos en sus obras marcadas por una intensión experimental con la forma y la estructura narrativa, así como atmósferas existenciales y kafkianas. Evidentemente, también presentan diferencias: Onetti es más sombrío y pesimista, Levrero es más absurdo e hipnótico, y Sanchiz más fantasioso y ecléctico.

En el primer caso, se ha dicho que la mayor obsesión de Juan Carlos Onetti fue crear una ciudad imaginaria, Santa María. Una de sus obras notables, La Vida Breve (1950), constituyó un hito al haber concretado una renovación de la técnica narrativa, entre otras dimensiones, por la inclusión de varios niveles ficticios, lo que -a su vez- intentó mostrar una serie de asuntos existenciales vinculados al protagonista, Juan María Brausen.

La novela comienza cuando Brausen escucha una conversación entre una mujer y un hombre en el departamento contiguo. Más adelante se revelará que esta mujer es la Queca: Brausen se obsesiona con lo que oye a través de la pared. Al mismo tiempo, el protagonista reflexiona sobre la enfermedad de su esposa, Gertrudis, quien se ha sometido a una ablación de mama. Esta imagen poco a poco se transforma en una metáfora del deterioro de su matrimonio. Sin esperanza, se deja llevar por la angustia pero, a la vez, se vislumbra una vía de escape en la ficción ligada a la escritura de un guion de cine que se concreta en la creación de la ciudad imaginaria de Santa María y sus habitantes.

Elogiada por la crítica, no obstante, La Vida Breve no logró popularidad entre los lectores, quizá por su complejidad. Para Mario Vargas Llosa esta es la mejor novela del uruguayo y la calificó como “una de las más ambiciosas de la literatura latinoamericana, de una audacia y originalidad comparable a la de los mejores narradores del siglo XX”.

Nuestro segundo narrador es Mario Levrero, considerado una suerte de mito por las extrañezas de su conducta, así como por su apuesta por una literatura que distorsiona la realidad y/o que se entreteje con ella. Más de alguien se ha referido a él como genio maldito de la literatura uruguaya. Polifacético, fue fotógrafo, guionista, librero, creador de crucigramas, dibujante de cómics e, incluso publicó un manual de parapsicología. En su obra se pueden reconocer visiones existencialistas de la ciencia ficción, del cine mudo y del género policíaco, así como profundizaciones en la llamada literatura del yo.

Aunque independientes entre sí, a sus tres primeras novelas (La Ciudad, El Lugar, París) se les ha atribuido un carácter unitario y, por lo mismo, suele llamárselas “trilogía involuntaria” o “trilogía luminosa”. A través de sus páginas el lector puede hallar una serie de discursos emitidos como monólogos narcisistas (¿posible huella de James Joyce?) en tensión con un contexto real: algo así como la lucha del yo por escribirse y constituirse simultáneamente. En la trilogía se despliega una constante ambigüedad donde no queda clara la veracidad de lo narrado, interrelacionándose cotidianeidad, sueños, lo imaginado y los recuerdos.

La Ciudad (1970) comienza con un hombre que llega a un sitio donde hay una casa abandonada en pésimo estado, afuera llueve copiosamente. Pese al tiempo, abre puertas y ventanas para airear las piezas y se va de compras para disponer de lo mínimo. A partir del momento en que se va, entramos en lo fantástico, porque llega a un pueblo donde pocos se conocen, aunque se sabe todo de todos. Su constante errancia es presentada por medio de una escritura pulcra, elegante, sin digresiones. Pero no nos engañemos: La Ciudad parece una pesadilla contada con minuciosos detalles. En El Lugar (publicada en 1982, pero escrita antes que París) hallamos a un personaje dado a la errancia donde puertas y corredores se suceden sin fin.  Con angustia y extrañeza, la novela propone al igual que en La Ciudad, un ambiente kafkiano con fantasía desbocada y una atmósfera asfixiante. En París (1980), el protagonista arriba a la capital francesa (o a una versión muy singular de ella) después de 300 años: allí comienza a vagabundear, tal como experimentamos en los textos anteriores. Los personajes deambulan sin rumbo en paisajes desvaídos, intemporales, en un ambiente de permanente desesperanza y con una trama que avanza en un aparente y completo azar.

El último autor de esta saga es el prolífico Ramiro Sanchiz: nacido en Montevideo en 1978, a la fecha cuenta con 18 novelas publicadas. Además de escritor y traductor, ejerce como periodista cultural y gestiona la editorial independiente MIG21. También ha sido guitarrista de heavy metal y compositor.

Se le ha llamado “el escritor del multiverso”. Lo anterior se debe a su “Proyecto Stahl”, una iniciativa que ha apuntado a explorar diferentes posibles vidas literarias para un único personaje: Federico Stahl. Por ejemplo, en Ahab (2015), Stahl habita un mundo devastado donde una nave alienígena se convierte en vector de contagio. En Las Imitaciones (2019), Stahl es una leyenda de rock que recuerda a Bob Dylan, Jim Morrison y David Bowie. Y en la más reciente y alabada Un pianista de provincias (2022), Federico Stahl inicia una gira musical en un mundo en el que se ha agotado el petróleo y en el que se ha extendido <<la maraña>>, una forma nueva de vida surgida de las grandes concentraciones de basura de los océanos.

Ramiro Sanchiz ha definido al “Proyecto Stahl” como una suerte de macronovela compuesta por diferentes relatos, novelas y cuentos, con el protagonista Stahl como exclusivo elemento en común entre mundos paralelos.

Hace pocos días alguien me aconsejó a un cuarto escritor: Gustavo Espinosa. Aún no lo he leído, espero pronto sumergirme en su obra. Desearía, ojalá, encontrar un nuevo ejemplo de la buena salud de la que gozan las letras uruguayas. Tarea para la casa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias