El autor chileno focaliza su interés en lo que sería el proto Che que después se transfiguraría en un comandante Guevara multiplicado en diversas imágenes de la cultura de masas, incluido el cine con Omar Sharif como el guerrillero en 1969.
El texto narrativo del escritor chileno Juan Pablo Meneses (Santiago, 1969) es, no me cabe la menor duda, un ejercicio interesante desde la perspectiva escrituraria que adopta el relato, así como por el asunto de que trata, es decir, aquello que vive en la tradición propia ajeno a la obra literaria, pero que va a influir en su contenido -parafraseo la clásica definición kayseriana, respecto de asunto literario. La imagen del Che Guevara en la portada y la palabra revolución como título indican por dónde transitará el orden de la historia. En el imaginario histórico la figura de Ernesto Che Guevara forma parte de cierta iconografía desde que fuera muerto en las alturas de un lugar de Bolivia donde quería expandir la revolución iniciada en la isla caribeña de Cuba.
El relato de Meneses se desplaza sobre la base de dos formas retóricas que en la discursividad se entrelazan. Se trata de la novela y la crónica. La primera tiene como fundamento lo ficcional, mientras que la segunda trabaja sobre la base del testimonio, en otras palabras, de lo documental. La crónica como formato periodístico. En la elaboración de lo narrado ambas tienden a fundirse lingüísticamente. Este pareciera ser el primer mérito del texto. A veces el lector no se dará cuenta dónde comienza una o la otra. El índice, además, es sintomático: de las tres partes en que divide la obra, el autor centra el quid del asunto en la segunda que se denomina La novela, mientras las que enmarcan a esta se titulan La denuncia y La historia. En consecuencia, la centralidad del relato es una novela que se escribe. Es una historia enmarcada de hechos históricos de carácter cronístico que son los que encierran la novela. Pero esto es como un espejismo, pues los enmarque resultan ser además como una confluencia narrativa con el centro. Esta ambigüedad discursiva -en el buen sentido de la palabra- también es interesante para el lector del texto novela/crónica de una situación concreta respecto del Che.
Icónicamente, el argentino guerrillero muerto en La Higuera, Bolivia, en 1967, se convirtió andando el tiempo en una figura que trascendía su actuar revolucionario. La imagen de su cadáver en Vallegrande expuesto en un lavadero es conocida. Allí está con los ojos abiertos en una posición que lo transformaría en una imagen cuasi religiosa. La foto de la portada de la obra de Meneses está basada en la clásica fotografía de Alberto Korda tomada en 1960. El Che Guevara con su cabello melenudo y una barba -como todos los barbudos de la revolución cubana- y la clásica boina sobre su cabeza con una estrella al centro de aquella. Una estrellita acompañará al lector en varios momentos del devenir de las páginas. El Che mira hacia el infinito en esa foto como en actitud mesiánica. Sintomáticamente, el cuerpo yacente en el lavadero lo muestra con sus ojos abiertos como un Cristo yacente. Desde la foto de Korda, el guerrillero se transformó en un icono más allá de connotaciones políticas. Se convirtió en una imagen cultural, especialmente de la pop o de la denominada cultura de masas.
La obra de Meneses tematiza aspectos que he descrito someramente. En dicha estructuración narrativa, el autor chileno focaliza su interés en lo que sería el proto Che que después se transfiguraría en un comandante Guevara multiplicado en diversas imágenes de la cultura de masas, incluido el cine con Omar Sharif como el guerrillero en 1969. Todo parte con la escultura de varios metros de altura que el alcalde Tito Palestro en la comuna de San Miguel en Santiago de Chile a principios de los años setenta planifica construir el primer monumento en el mundo en homenaje al comandante, idea que será configurada por el escultor porteño Praxíteles Vásquez en que muestra al Che con sus brazos en alto empuñando una ametralladora. La estatua se inauguró en 1970 cuando Salvador Allende era presidente de Chile, y la visitó Fidel en aquella estadía de varias semanas en el país y manifestó, según cuenta la historia, que veía por vez primera a su amigo, el Che, convertido en bronce. Posteriormente, el monumento sufrirá varios atentados, terminará decapitado en abril de 1973 y desaparecido.
Juan Pablo Meneses trabaja narrativamente el asunto en torno a la desaparición de la estatua o del monumento. Por eso es por lo que la primera parte de la novela/crónica se llama La Denuncia. Se refiere a las acciones que lleva a cabo el protagonista con el fin de dar con el paradero de la imagen desaparecida en tiempos de la dictadura. La obra gira en torno a Juan y a Celia, quienes trabajan en el ámbito de las producciones televisivas o de streaming. Una empresa les ha comprado la idea de una serie documental acerca del Che y el famoso monumento desaparecido. En la tercera parte, el lector podrá saber o atisbar dónde fue a parar el guerrillero, todo esto dentro de la ficcionalización del relato con la mezcla de lo cronístico. En el transcurso de esa búsqueda que no es otra cosa que la Revolución del título, va surgiendo el tema anexo: el comandante, el Che, transformado en fetiche.
En resumen, quien se adentre en las páginas del libro de Juan Pablo Meneses podrá percibir la historia de una estatua revolucionaria del alcalde Palestro y Praxíteles, programada por Meneses con este interesante cruce de formatos retóricos y voces narrativas. Demás está decir que el streaming nunca se concretó.
Ficha técnica:
Juan Pablo Meneses. Revolución. TusQuets, editores. 2024. 262 páginas.