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“Diablas”,  una novela negra desde la fiscalía de una ciudad marcado por el narco CULTURA|OPINIÓN

“Diablas”,  una novela negra desde la fiscalía de una ciudad marcado por el narco

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Rodrigo Ramos Bañados
Por : Rodrigo Ramos Bañados Periodista y escritor.
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La autora escribe una nueva página de la novela negra contemporánea chilena, desde un contexto actual enfocado desde donde las “papas del narcotráfico queman”, en este caso el Norte de Chile en su fracción más cruda. Una novela necesaria donde la ficción parece demasiado real.


Cuántos universos hay en el interior de las carpetas con documentos judiciales. Cuánta energía comprimida guarda un documento. Vidas puestas al límite sobre las cuales un tribunal debe decidir. Vidas que terminan archivadas y pasan al olvido. Casi todos los días muere alguien de manera violenta, por allá, lejos, donde el país no alcanza, en medio de la pampa. Por ahí hubo un sicópata del que ya casi nadie se acuerda.

En la cuantificación de causas del siempre exigido sistema judicial, el propósito de hacer justicia parece deshumanizarse. Si a esto lo llevamos a un lugar considerado como el patio trasero del país; como la ciudad más violenta de Chile; un lugar dónde pocos se atreven a desarrollar una carrera profesional y donde la relativización de diversos delitos parece ser una constante -con la tasa más alta de homicidios per cápita a nivel nacional-, la situación se torna monótona, o sea: se cumple castigando la menudencia y se pierde de vista lo importante, lo trascedente. La demanda por delitos, a fin de cuentas, no deja ver el horizonte, o de otro modo: no te metas con los de arriba porque también caeremos nosotros.

Carla Retamal Pacheco, en su novela “Diablas” (Aguarosa Libros), propone desde éste sobrepasado mundo judicial, en este caso la fiscalía de Alto Hospicio, una mirada a los márgenes de un territorio permeabilizado por el narcotráfico y en completo abandono por parte del Estado. En medio de este desierto de “Diablas”, a ratos salvaje, impenitente, habitan personas habituadas a la convivencia con la pasta base y la violencia, pero con la lucidez necesaria para sobrevivir.

Narrada en primera persona, “Diablas” comienza cuando una abogada deja su zona de confort, en el sur del país, y arriba a un Iquique que de entrada le parece resplandeciente con toda su noche, sus tradiciones andinas, religiosas y sus playas. De inmediato la abogada entiende que la dinámica de la ciudad es distinta al centro y al sur del país. No es el Chile que ella conoce. Cuando se conoce el lugar y se ha vivido en éste, las descripciones de la novela para el lector se hacen familiares -en mi caso-. Para un lector que no conoce las profundidades de Iquique y Alto Hospicio, a ratos la novela puede resultar una guía de turismo bizarro. Por ejemplo, el célebre vertedero de ropa usada en Alto Hospicio es parte de las locaciones de la novela, y no es cualquier parte, por ser un lugar donde habita en su alrededores la entrañable Lagartija, una pastabasera con una carga de sabiduría popular que la hace distinta.

El deslumbramiento inicial cambia cuando la abogada comienza su trabajo en la fiscalía de Alto Hospicio, donde la realidad a veces es más cruel que la de una película. La novela avanza cruzando historias como la de un homicidio por Violencia Intrafamiliar, cuyo eje revela las precariedades de la migración, las mulas o el tráfico de ovoides y el abuso sexual con los vaivenes amorosos de la narradora donde sobresale el Sata, un artista urbano con vínculos narcos.

Los accesos a los expedientes de los casos y la manera de explicar los procesos judiciales, le dan fuerza a una novela que ya se hace interesante por la sola anécdota de describir lugares como zoológicos clandestinos para el tráfico de animales o decorados de un after con sexo en vivo en una vieja casona de Iquique con toda la carga erótica.

“Diablas” es una novela que avanza rápido, bien estructurada, que tiene el mérito de profundizar en el mundo judicial con sus intereses y egos inflados y chiflados y salir indemne, dejando el sabor que a fin de cuentas el placer es el que mueve las lucas en el país y en el mundo. Así, los titiriteros del narcotráfico seguirán manteniendo su impunidad ante la vista gorda de la justicia y del Estado. Como bien dice la novela, “condenar a una mechera que hurta un bistec equivale a las clases de ética a los gerentes de un holding que factura millones de dólares y defrauda a medio Chile. Pero así es como funcionan las moledoras de carne: por kilo”.

La autora, quien residió en Iquique, escribe una nueva página de la novela negra contemporánea chilena, desde un contexto actual enfocado desde donde las “papas del narcotráfico queman”, en este caso el Norte de Chile en su fracción más cruda. Una novela necesaria donde la ficción parece demasiado real.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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