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Fondo de Investigación para Universidades (FIU): el menosprecio del gobierno por la ciencia básica CULTURA|OPINIÓN

Fondo de Investigación para Universidades (FIU): el menosprecio del gobierno por la ciencia básica

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Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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Cualquiera sea el caso, el programa FIU podría convertirse en otro programa de fomento científico que, como otros que han sido propuestos en años recientes, posiblemente fracasará en resolver las graves deficiencias estructurales de nuestra ciencia.


Un nuevo programa público de financiamiento para la investigación científica, bautizado como “Fondo de Investigación para Universidades”, fue publicitado con entusiasmo este fin de semana. “Hoy nace el nuevo FIU”, rezaba un anuncio en un importante medio de prensa, seguido del siguiente mensaje: “Porque Chile sueña el futuro desde el conocimiento, construimos una nueva forma de financiar la investigación científica de manera estructural en las universidades”. A su vez, la Ministra de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, Aisén Echeverry, señalaba en una entrevista que “hoy nosotros financiamos un proyecto, se ejecuta, el equipo se desarma y volvemos a foja cero. Es un cambio de lógica, porque ya no se trata de un proyecto, sino que de una estrategia de investigación que se proyecta en el tiempo y no en la lógica de armo, ejecuto, desarmo.”

El financiamiento público de la investigación científica es, en la mayoría de los casos, de carácter competitivo. Es decir, los investigadores deben competir entre sí para obtener fondos públicos (siempre escasos), por lo general mediante la presentación de proyectos de investigación que son evaluados por pares. Este sistema posee una gran ventaja, al reducir —al menos en teoría— las posibilidades de sesgos y favoritismos, generando además la ilusión de basarse en el mérito. Sin embargo, es de público conocimiento que el actual sistema competitivo y basado en proyectos conlleva una serie de problemas. Los dos más graves son, por una parte, la inestabilidad del financiamiento (que a su vez se traduce en la imposibilidad de dar continuidad a las líneas de investigación) y la consiguiente precariedad para el personal de I+D asociado; y, por otro, la aparición de una serie de “incentivos perversos” —como se les denomina en la literatura— que reducen la calidad de la ciencia. En consecuencia, no solo es necesario madurar hacia nuevos sistemas de financiamiento de la investigación, sino que es incluso urgente. En este sentido, el objetivo del gobierno del presidente Boric de avanzar hacia un sistema de tipo “basal” o “estructural” es una buena noticia. Sin embargo, y como ha sido lo usual con las decisiones relativas al fomento científico durante la actual administración, un buen propósito podría verse arruinado, por una implementación deficiente y caprichos ideológicos.

En días recientes se conocieron los detalles oficiales del “Programa de Financiamiento Estructural I+D+i Universitario (FIU)”, cuyo objetivo es “asegura(r) fondos estructurales para investigaciones relevantes a nivel regional y mundial, complementando el modelo de financiamiento por proyecto y orientando los recursos a necesidades territoriales, impulsando la creación de conocimientos y tecnologías aplicadas en todo Chile” (las cursivas son de mi autoría). Para que un programa de tipo “estructural” contribuya a reducir los impactos negativos del actual modelo competitivo, deben observarse dos condiciones imprescindibles. Primero, este debe ser accesible para todas las universidades que desarrollen investigación, sean públicas o privadas, independiente de su grado de madurez institucional. Segundo, un programa de este tipo debería apuntar a todas las áreas del conocimiento, y en especial a todos los tipos de investigación, en particular para la ciencia básica y la investigación motivada por curiosidad, ya que otros tipos de investigación (como la investigación orientada por “misiones” o “desafíos” y, sobre todo, la ciencia aplicada) pueden contar con otras fuentes de financiamiento.

Las primeras informaciones que se conocieron sobre el programa FIU sugerían errores en ambos aspectos. Por ejemplo, declaraciones preliminares de algunas autoridades insinuaban que el programa aplicaría solo a las universidades del CRUCH. Sin embargo, en la información dada a conocer en estos días se señala que el programa también estará abierto a universidades privadas (con una pequeña “letra chica”, detallada más adelante). Respecto a la segunda condición que debe cumplir un programa de tipo estructural, el programa FIU comete una discriminación incomprensible, al excluir explícitamente la investigación básica y motivada por curiosidad, en especial en su línea denominada “FIU Frontera”, la cual solo financiará “capacidades de I+D+i que logren dar respuestas a misiones complejas con enfoque estratégico nacional, inter y transdisciplinario, en temas pertinentes a los desafíos país”. Es decir, los investigadores e investigadoras que no trabajen en los temas que la autoridad (a través de procesos siempre de escasa participación y aún peor diálogo público) haya definido como “misiones” (y, además, en “temas pertinentes”) no podrán participar del programa, con lo que no solo seguirán sometidos al asfixiante ambiente del sistema competitivo, sino que además perderán terreno frente a los pares que sí desarrollen líneas de investigación “misionales” (como se les denomina en la jerga), quienes por supuesto podrán seguir participando en las postulaciones a fondos competitivos, generándose de este modo una “élite misional” bien financiada, versus un todavía subfinanciado “resto de la comunidad científica”. Es decir, el programa FIU, más que corregir vicios del sistema competitivo, seguramente terminará acentuándolos.

Por otro lado, el concepto de “misión” aplicado a la ciencia posee una serie de problemas (a los que me he referido en una columna anterior en este medio). No solo el concepto fracasa en dar cuenta del real proceso por el cual el conocimiento científico se transforma en soluciones a los problemas que enfrenta nuestra sociedad, sino que además genera, pese a todos los disclaimers y aclaraciones de sus defensores, una élite de “ganadores” a expensas de áreas y disciplinas “perdedoras”, las que son vistas por algunos como ciencia inútil, indeseable o de menor rango, y a las que se impide su desarrollo a un nivel de excelencia acorde al potencial de nuestra comunidad científica, reconocido internacionalmente.

Pero incluso si se creara una tercera línea del programa FIU destinada a la ciencia básica y motivada por curiosidad, aún queda otro problema por resolver: el programa “FIU Frontera” (una de las dos líneas que tendrá este instrumento) está abierto solo para universidades con acreditación institucional de “excelencia” (seis o siete años), apenas una docena de instituciones, algunas de las cuales ya poseen investigadores bien financiados y que en ciertas disciplinas suelen adjudicarse una cantidad significativa de los fondos competitivos hoy existentes. Por ejemplo, solo las dos universidades que hoy tienen siete años de acreditación acapararon el 34% de los proyectos FONDECYT Regulares en la última convocatoria. Para apreciar el impacto de esta restricción, imaginen un “Fondo de Desarrollo Urbano” al que solo puedan postular las comunas del sector nororiente de Santiago, como Las Condes o Vitacura.

Desde luego se podrá argumentar que el propósito del programa FIU es resolver problemas, “desafíos” o “misiones”, y no solucionar los problemas asociados a la lógica competitiva basada en proyectos. Al respecto, cabe señalar dos cosas. Primero, si lo que se quiere es resolver problemas concretos de nuestra sociedad, necesitamos más ciencia básica y motivada por curiosidad, mejor financiada, con investigadores que también reciban un apoyo diferente al actual sistema competitivo. Segundo, vale advertir que es la misma autoridad la que ha argumentado, en diversas oportunidades, que la idea de este fondo es “complementar la lógica de la concursabilidad” y otorgar recursos “de largo plazo”, apuntando de forma indirecta a los problemas del modelo competitivo.

Cualquiera sea el caso, el programa FIU podría convertirse en otro programa de fomento científico que, como otros que han sido propuestos en años recientes, posiblemente fracasará en resolver las graves deficiencias estructurales de nuestra ciencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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