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“Poema de Atacama”: no hay que dejar que la arena tape las huellas de la memoria CULTURA|OPINIÓN

“Poema de Atacama”: no hay que dejar que la arena tape las huellas de la memoria

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Rodrigo Ramos Bañados
Por : Rodrigo Ramos Bañados Periodista y escritor.
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El libro de Daniel Jesús Ramírez y Eliana Hertstein, del colectivo Familia Runrún, reflexiona con un ensayo y poesía en torno al sentido y las posibilidades de la existencia en el Desierto de Atacama.


Atacama es el nombre que los españoles le dieron al territorio habitado por comunidades indígenas a su llegada. La interrogante es cómo o por qué razón los ibéricos le dieron ese nombre, que usamos hoy, y que suena bien al oído por esa cuatro “A”, más la cuatro consonantes.  Podemos introducir Atacama a la centrífuga del mercado, como una marca de ropa de deporte aventura, al igual que Patagonia; y claro, ya tenemos Atacama resort; Atacama trecking; Atacama Lodge o Atacama Minning Service SAP -qué asco- y Atacama hasta con k, estilo bar, para hacerla más chora dentro del híbrido turismo nocturno de San Pedro de Atacama, por ejemplo.

Qué pensaron estos españoles, que no eran mucho de pensar, al ver este manto de desierto cruzado por minúsculos valles. La interrogante se la respondieron los habitantes ancestrales de esos lugares, quienes no necesitaban escribir para dejar huella o marcas en su territorio.

Encontré que Atacama, etimológicamente, podría venir del quechua, con Tacama (pato negro, en referencia al yequ de la zona; vale agregar que también hay un pisco peruano con ese nombre) o pat’acama (reunión de gente). Y del K(c)unza, Tecama (tengo frío), por el frío nocturno del desierto, deduje, o acca tch-cámar sájnema (yo voy al pueblo).

Por territorio, quizás el K(c)unza da en el clavo, con el “tengo frío”. Atacama bajo cero –o bajo efecto que suena a nombre de fiesta electrónica sicodélica-, es una realidad. Digamos, mientras más se sube el cerro, en este caso los españoles, más se recagaban de frío. Son varias las metáforas que relacionan al frío con la soledad.  Bajo estas raíces etimológicas, los invasores españoles escribieron por primera vez la palabra, hurtando la voz indígena –porque los tipos no eran muy creativos, de hecho, bautizaban todo con nombres de santos y santas-, para definir ese territorio como desolado en el mejor de los casos.

Esta búsqueda del origen de la palabra Atacama me hace sentido después de leer el libro Poema de Atacama, de Daniel Jesús Ramírez y Eliana Hertstein, del colectivo Familia Runrún, que reflexiona con un ensayo y poesía en torno al sentido y las posibilidades de la existencia en el Desierto de Atacama. Poema de Atacama en el fondo es una instalación poética, lúcida, que como tal invita a la reflexión.

Aquí nacimos y aquí nos morimos en medio de un horizonte frío y el otro afiebrado. Atacama después de todo se ha hecho artificialmente habitable por migrantes económicos.

Los de aquí (como uno) nacieron y se acostumbraron a habitar su costa desértica como los changos.  Los otros,echaron raíces en el interior. Lo común entre los de la costa y los del interior es siempre la escasa agua y mantenerse dentro de una comunidad, a veces solidaria, que pueda sostener la vida. Fuera de los márgenes nos “empampamos” –o sea nos convertimos en momia-, nos traga el desierto.

La organización en un primer paso -no me metería con el concepto de fraternidad porque el interés económico, egoísta, es la principal razón del poblamiento de estos parajes-, genera la semilla de la supervivencia (hoy esto es visible en el florecimiento de nuevas caletas costeras) en el desierto costero. Y ese tipo de comunidad desértica hallable en las caletas y campamentos mineros (desde las salitreras a los actuales), con sus autarquías, generan una cultura única, resiliente al clima y olvidadiza de los vaivenes de la historia, pero llena de luchas internas, económicas y sociales cuyo común ha sido la represión y muerte violenta.

El desierto de Atacama bajo la bandera chilena ha sido dividido, marcado y cuantificado por sus riquezas. Números para sumar millones de dólares por la extracción y números de fallecidos por las reivindicaciones sociales (matanzas varias y campos de concentración) y por la exposición a los procesos industriales (y con el efecto contra el medio ambiente). Los números han sido y son la compresión del desierto de Atacama para el estado chileno, o sea el desierto bajo la aritmética. Cálculos que se siguen sacando en Santiago o en la sede de una multinacional en Australia. Cada hectárea del desierto de Atacama tiene un precio, vale.

No hay que dejar que la arena tape las huellas de la memoria de Atacama.

En Poema de Atacama hallamos este cuerpo dolorido. Un cuerpo que puede ser el de una lagartija sobre una piedra o el de un ser humano migrante buscando el cobijo del sol y del frío; buscando agua entre las piedras y la camanchaca o buscando piedras valiosas para poder sobrevivir y quedarse. El cuerpo del obrero olvidado del salitre o de las adolescentes asesinadas en Hospicio. Cuerpos olvidados sembrados en un cuerpo dolorido.

A la vez, la tierra dolorida por una maquinaria parásita que se instala, extrae y se marcha dejando la cicatriz del relave.

Antes de la invasión europea, el K(c)unza era la lengua utilizaba en el territorio Lican-Antai para la comunicación, la denominación de la geografía local, las estrellas y los distintos paisajes ecológicos. Los españoles tradujeron el idioma y lo llevaron a la escritura. La escritura creó realidad y globalizó el territorio. Los números llegaron con la revolución industrial y el capitalismo y se mantienen hasta hoy midiendo cada centímetro de este cuerpo dolorido bautizado con la musical palabra: Atacama.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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