En dos palabras: “Reggaetón, Religión” es un libro de narrativa débil que horada a una cultura y va dirigido a la porción de su fanaticada ya avezada en el género urbano, pues no ofrece personajes ni medianas siluetas de los artistas.
No me junto con fake
Tristeza, dolor de estómago, disgusto y desgano. Un poco de todo eso despierta el nuevo libro de la ex bloguera Joven y Alocada, Camila Gutiérrez, llamado “Reggaetón, Religión” (Ed. Planeta, 2024). Un libro que se presenta en el género de la no ficción, pero que, al no evidenciar sus fuentes, ni testimonios, es conveniente leerlo como una ficción. Quizá, un fanfic.
Página tras página, avanzan párrafos repletos de cahuines y de una lectura forzada sobre los astros del perreo como seres que se baten entre el canuteo o no –en sus palabras– diría el mismo Héctor el Father, se escoge al mundo o a Dios (104). Y esta retórica bíblica se extiende hasta el hartazgo, lo que hace que el motivo último de sus “teorías conspiranoicas”, paranoides declaraciones y groserías aparte, se funden sólo en suposiciones. De alguna manera Camila Gutiérrez cree saber lo que sus lectoras (asume que serán mujeres) quieren saber. Y se equivoca, como muchas veces lo hará en las doscientas páginas del libro.
Cada capítulo tiene un título que muchas veces no tiene nada que ver con lo que contiene, así como epígrafes que tampoco corresponden al artista que busca esbozar. La mayoría de las veces vemos una sumatoria de datos frikis, descripciones de rankings musicales y anécdotas irrelevantes como cuando le mostró un glúteo a J Balvin –luego de colarse en su fiesta de cumpleaños– o, cuando arqueaba su columna frente a un Tito –ex ex ex corista de Tego Calderón– para que la foto que le tomaba se viera un trasero prominente. O como cuando le escribió un “Te amo” por DM a Rosalía. Nada de esto tiene que ver con la cultura del género urbano.
El libro ahonda en comentarios de comentarios a videoclips en Youtube, en muchísima data extra-musical, manosea conceptos que desconoce como “aura”, “mística” o “arpegios”, sacados de la manga sin motivo. Inventa tablas, listados y esquemas sobre canciones que según ella, serían más o menos que otras. Es más, nos habla a la rapidita sobre la relación entre reggaetón y lengua, y en cómo Martín Caparrós –un autor argentino con bastantes años y letras po’ encima– dice que el reggaetón ha cumplido el sueño bolivariano, porque ahora (por fin) los latinoamericanos entendemos palabras de uno y otro país. Dudo que Simón Bolívar estuviese de acuerdo con esto o con que hablemos castellano, que es lo que hablamos según la autora. En este siglo cantamos reggaetón en español.
De torpe escritura espontánea, con frases escritas en mayúsculas para llamar la atención –registro útil en redes sociales–, y resabios de una impostura juvenil con intervenciones como “(ji)” o diminutivos para ser más cándida de lo que realmente se es, Gutiérrez nos atiborra de códigos QR que llevan siempre a una escuálida playlist en Spotify.
Es urgente decir que ver Youtube, leer comentarios y escuchar Podcast no es investigar, y que, en último caso, lo que este libro realiza es una burda simplificación y vaciamiento de un fenómeno socio-cultural contundente en problemáticas, lecturas e interpretaciones. También es urgente decir que los artistas del reggaetón no son profetas de ninguna religión más que del ritmo y del dinero. Y que si bien, muchos de ellos provienen de hogares cristianos y terminan su carrera regresando a los cultos, lo hacen cuando van en caída libre al delirio y/o en irrefrenable decadencia: cuando ya no hay líricas ni contenidos propios, cuando se los come su irrelevancia. Pero esta vocación de masividad tanto de la religión como del reggaetón, es algo que ni siquiera es tocado por la autora; así como tampoco piensa en cómo religión y reggaetón representan modos de subsistencia económica y de pertenencia comunitaria: cuando falla la una, aparece la otra. O cómo la culpa funciona de imán para ex creyentes, hoy capitalizados hasta los dientes, gozosos de aportar a las arcas del culto. Gutiérrez pudo haber escrito con tanta propiedad sobre estas situaciones y ser un aporte real para la comprensión y memoria de este momento.
Digo esto último considerando la permanente ansiedad que sufre la autora por decir algo disruptivo, que la rompa. Pero que rompe nada: no hay nada menos rebelde que ser cristiano, usar terminología bíblica y que, como bien cita y reconoce Gutiérrez –citando a Pablo Chill-e– “hasta el canuto de mi pobla tiene más calle que tú”; pues justamente hay algo que falta en medio de su verborrea. Ese “algo” constitutivo de lo urbano es la experiencia y urgencia de la calle, su peligro, temeridad, la sensación gregaria de pertenencia, lealtad, la amistad en la adversidad, la fe en el amigo, en la gang; no en un dios que golpea, corrompe, que posterga a la mujer y la obliga a la sumisión familiar eterna. Sin calle, sin experiencia popular, ni experiencias que mitiguen ese vacío, el hecho de que en el libro no encontremos a Vico C, Arcángel (el del nombre más bíblico, además), Nicky Jam, Tito el Bambino, Farruko, Eddie Dee, Ñengo Flow, Zion y Lennox, J Álvarez, Anuel, De la Ghetto, Tony Dize, Franco el Gorila, Polaco, Tempo, Cosculluela, Juanka, Gotay, Dálmata, Omega, Jayco, Maluma, Kevin Roldán, Glou, Jenny la Sexy Voz, Natti Natasha, Tokisha, Villano Antillano, Arca, incluso C. Tangana, hace que lo que hay sea muy insuficiente.
Tito (…) luego del concierto, me hace una clase de lo que no sé,
y la verdad es que no sé nada (73)
Cuando se refiere al reggaetón chileno la gravedad es nivel UTI: pareciera que nuestra escena emergió de la nada, sin vinculación al estallido o la pandemia, a las migraciones, a la supervivencia familiar. Como si esta música naciera por magia, justo antes de su play, más no en la violencia económica, barrial y social, el tráfico o la traición.
Sólo con una mano en internet y sin compromiso vital, Gutiérrez –no desconoce sino que– suprime deliberadamente la existencia de medios de comunicación especializados, escenarios, fiestas, investigadores, gestores. No hay barrio que respalde, más que Ceaese y Dj Lizz. Y esto es importante, porque tal y como la relación entre la cultura hiphopera y la del reggaetón se encuentran unidas y repelidas –al mismo tiempo y mutuamente– desde los años 80’s, el respeto es un código de honor que la calle forja. Y cuando la calle forja lo hace con virulencia. Los artistas del género lo saben. Yo lo sé.
Leo la violencia que ha recibido Gutiérrez en redes sociales, al promocionar este libro y evidenciar la operación de apropiación sobre este fenómeno socio-musical, gentrificando sin moral, ni ética de clase: esa que da lo que corresponde y cuidaría al otro porque es un par. “Respete para que lo respeten” diría la cultura pop latinoamericana. A cambio, nos encontramos con una autora que pelea sola, se excusa por lo que no sabe, por lo que no hizo, ofreciendo argumentos a enemigos imaginarios y declarando lo triste que sería que nadie dijese nada sobre su libro. El silencio sería lo peor. Sirva este texto para saciar esa sed.
Probablemente, el momento más cringe de este libro –y hay que ver que hay muchísimos– es el capítulo de Young Miko, una joven reggaetonera puertorriqueña, la primera en reconocerse lesbiana públicamente y de gozar su hegemonía: rubiecita, ojito claro, delgada, tierna y sexy. Ella más que sujeto de análisis, es el amor platónico de la escritora –además de un insufrible Raw Alejandro del que nunca termina de hablar–, con la cual se proyecta a tal punto de hacer un cruce entre su vida y la de ella, pues también provendría de una familia cristiana y –junto a su hermano– les daría a conocer a sus padres su orientación sexual. “El diablo está en mí” –habría pensado Young Miko cuando descubre que les gustan las niñas ¿En serio pensó eso?
“Reggaetón, religión” es un libro que decide mantenerse ignorante, blanqueando 1) la raíz afrocaribeña de la que proviene el reggaetón, así como 2) la religión cristiana impuesta a fuerza en América, que no sólo sepultó a miles de personas, sino también el registro de nuestra historia, creencias y prácticas culturales pre-colombinas. Este libro, escrito por una regalona editorial, desde la misma España depredadora, reproduce el gesto extractivista, de usurpación de tesoros socio-culturales, como el de las catedrales instaladas sobre templos previos.
Con sólo dos frases para Kevin Martes 13, ninguna a Gale Gale y mencionando sólo a dos productores chilenos: Distobal y Taiko, no hubo espacio para la transformación cultural y social que el flow chileno genera el día de hoy. Sin siquiera una alusión a las dimensiones de género, raza, clase o lugar de procedencia, muy poco queda de narrativa reggaetonera en esta redacción de morbo y majadería bíblica. No obstante, sí hay muchas “patitas”: esa actitud de autovalidación (a pesar y a costa de otros actores) tan vecina de la soberbia. Por ejemplo, cuándo afirma dónde se originaría el reggaetón global y también el chileno (afirma que en Ceaese); al indicar cuándo tal o cual artista perdió la mística; al hablar de personas que le han dicho algo pero no les nombra; al hacer eco de la permanente estigmatización de los caseríos de Puerto Rico, describiéndolos como centros delincuenciales; al despreciar al gran ausente del relato: la calle.
No obstante, matizo y rescato algunos aspectos de este libro. El primero, podría ser un verdadero hallazgo: el hacer del típico problema comunicacional del “teléfono” un género narrativo y no lo digo con ironía. El segundo, es abandonarnos en el abismo al comentar que le ha preguntado a ChatGPT cómo sería un libro de reggaetón escrito por una autora chilena y éste le escupiría un esquema. Siendo que –efectivamente– el libro lleva muchos esquemas, a pito de nada. El tercero, es que efectivamente hay una relación vinculante entre el reggaetón y Japón, una relación poco explorada y que la autora se esmera en rescatar sus guiños, otorgándole un capítulo, el único temático. El problema es que su solitaria fuente –un académico español– la datea mal. Le dice que en tierras niponas las personas ebrias no pelean en bares, que no se escucha reggaetón, que Akihabara –epicentro del animé, videojuegos, reventas y del porno– es Kawaii. Pero no es así, son justo lo contrario.
Pongo en relieve pequeñas esquinas luminosas como: “No hay ningún ‘no me enamoro porque me hicieron daño’. Esta soltera viene desde el disfrute y va hacia el disfrute” (133); aunque, por otro lado, esto sea cuestionable. Porque tal como a ella se le cayó el Bad Bunny que vociferaba que le gustaba la chocha de Puerto Rico y terminó con la Kardashian más deslavada, Camila Gutiérrez –antes wannabe pokemona evangélica y bisexual–, hoy ya no es (esa) soltera, sino la “señora” del operador político más relevante del Frente Amplio y el fundador de Revolución Democrática, Giorgio Jackson. Y esto no es un detalle, pues ella evidencia que el cahuín es un vehículo, una coordenada y una narrativa que conlleva una política de vaciamiento que devora y arruina todo a su paso. Genera morbo y goce a costa de otro, en este caso, la historia de una comunidad y un género musical. Engullir todo, sin respiro ni estómago, desde esa posición de élite, es el espacio de enunciación política y literaria que hoy representa Camila Gutiérrez. Cabe preguntarnos, entonces ¿por qué y qué es lo que le interesa del reggaetón? ¿Cuál es el tesoro/el capital económico y cultural por el que viene? Elocuente nos dice: “A veces hay que dejar de ser fiel a uno mismo para poder llegar a serlo” (41) exculpando algo o quizá repitiéndoselo a si misma.
En dos palabras: “Reggaetón, Religión” es un libro de narrativa débil que horada a una cultura y va dirigido a la porción de su fanaticada ya avezada en el género urbano, pues no ofrece personajes ni medianas siluetas de los artistas. “Quiero que sepan que sé que no supe, aunque nunca sepa todo lo que no sé” (214) declara en las últimas hojas, ante una bandada de espíritus (poco) santos que asume vendrán a sacarla de onda, pero que no han llegado, ya sea por desprecio, resquemores o porque la lectura les desanimó. Entonces Gutiérrez hace una profecía: “toda gracia tiene su reverso” (14); y este libro es justamente eso: su revés.
https://www.youtube.com/watch?v=CUYrEiymUMY
Arcángel y Bad Bunny – Tú no vive así
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