En una bonita ceremonia realizada en el Museo Salvador Allende de la comuna de Santiago se homenajeó a varios colegas otorgándoles la membresía honorifica debido a sus aportes al colegio y a las ciencias antropológicas del país.
El viernes 11 de octubre se conmemoraron los 40 años de existencia del Colegio de Antropólogos de Chile en una bonita ceremonia realizada en el museo Salvador Allende de la comuna de Santiago.
Se homenajeó a varios colegas otorgándoles la membresía honorifica debido a sus aportes al colegio y a las ciencias antropológicas del país. En primer lugar, recibió el honor René San Martin quien, tras una larga lucha contra los poderes dictatoriales de la época, pudo recibir su grado de doctor en la Universidad de Estrasburgo, no sin antes haber sido profesor y fundador de carreras en nuestro país. Ante la presencia de su familia, en sus palabras de agradecimiento reconoció la importancia de esta universidad en su formación.
En segundo lugar, ocurrió lo mismo con la colega Mónica Weisner, quien además de ser antropóloga es una destacada médico. Justamente sus análisis y estudios parten desde la antropología de la salud. Esta envió un sentido mensaje por encontrarse en el extranjero.
Por ultimo y en forma póstuma recibió este reconocimiento una colega ariqueña, Malva Marina Pedreros, con una vida dedicada al estudio y compromiso con los pueblos indígenas de América Latina desde la CEPAL y cuyo reconocimiento lo recibieron de forma muy emocionada su madre y hermana, quienes expresaron que Malva no era muy dada a estos tipos de homenajes y que ellas, por la cercana partida de Malva, ocurrida este año, intentaban cerrar su duelo.
Atrás ya quedó esta conmemoración, atrás quedó la primera reunión de los antropólogos del mítico café Torres del año 1985, también la que llevó al relanzamiento de éste en dependencias del museo Precolombino de 1994, en donde participamos junto a la colega Milka Castro y un grupo de colegas en esa decisiva instancia, con charla del posterior premio nacional de ciencias Héctor Maturana incluida, situación la cual ya relaté en columna anterior en este mismo periódico sobre la antropología y el poder.
Atrás quedaron 11 congresos nacionales realizados a lo largo del país y potentes actas de estos, donde se acumulan cientos de ponencias sobre los más diversos tópicos.
Según la declaración de principios del colegio a mediados de los años 80 los antropólogos de Chile decidieron conformar este como una forma de resistir y luchar contra la dictadura militar.
En el año 1973 existían 4 carreras de antropología a lo largo del país, en la Universidades de Chile, de Concepción, Católica de Temuco y en la Universidad del Norte de Antofagasta, cerrando la dictadura la de Concepción en 1973, de la Católica del Norte en 1975, ocurriendo lo mismo con la Católica de Temuco el año 1978. Solo sobrevivió dicen las memorias del Colegio, pero fuertemente intervenida, la carrera en la Universidad de Chile.
“En los años de la dictadura militar se vivió sobre una constante amenaza y sospecha y muchas antropólogas y antropólogos fueron perseguidos por parte de los agentes del Estado sufriendo prisión y tortura”. Así, como un efecto dominó y como una forma de resistencia al régimen militar y rearticulación política, denuncia y defensa de los derechos humanos se funda, en el año 1984, el Colegio de Antropólogos.
Un segundo hito histórico que moviliza la acción de este y de la antropología chilena son los conflictos socioambientales y con los pueblos indígenas, llevando a cabo el tercer congreso nacional de antropología en la ciudad de Temuco en el año 1995. Sujetos históricos claves para el desarrollo de esta ciencia no solamente en Chile, sino que en todo el mundo y con especial relevancia en el continente americano, han sido fuente preferente de investigaciones de nuestra disciplina desde distintos tipos de investigaciones y trabajos, algunos desde la etnografía, otros desde la teoría y también desde el etnodesarrollo.
Un tercer hito histórico lo estableció el sangriento golpe de Estado ocurrido en Chile el año 1973. Al conmemorar los 50 años de esta tragedia el colegio declaró: “Hoy como colegio de antropólogas y antropólogos de Chile conmemoramos los 50 años del golpe cívico militar recordando a todas las antropólogas y a los antropólogos que sufrieron la persecución política y el exilio y reafirmando nuestro compromiso con el respeto y defensa de los derechos humanos. No existen los pueblos sin memoria, no perdamos la memoria, porque ella nos constituye en el presente y futuro, expresó el colegio en el año 2023.
Según los registros actuales del mismo colegio seríamos 725 a lo largo de todo el país, mujeres y hombres que desde distintas ópticas contribuimos al conocimiento desde esta rama de las ciencias sociales.
Pero cual es la contribución histórica, actual de la antropología chilena a la sociedad nacional. Y más aún y en palabras de Marc Auge ¿cuál es el aporte de esta para el futuro del país, la república, el Estado y los habitantes de este en un escenario convulso y cada vez más diverso en su constante deconstrucción cultural?
¿En qué momento cambiaron las circunstancias políticas del país que significaron un deterioro del compromiso social y político de las ciencias antropológicas en el país? ¿Acompañó este proceso a la creciente desafección de los sucesivos gobiernos de centro izquierda con el compromiso de cambios cuyo accionar significó que para muchos en este país la alegría nunca llegase?
Hace un tiempo atrás un colega, estando en la ciudad de Vallenar me dijo que todos los antropólogos éramos unos mercenarios. Le comenté de vuelta que yo también había cometido el mismo error de preconceptuar a mis colegas en el año 1992 en el congreso “Quinientos años después” en San Pedro de Atacama, al refiriéndome a estos como administradores del poder durante la dictadura, preocupados de defender solo sus cátedras y privilegios durante esa oscura época, lo cual me valió una crítica generalizada durante y con posterioridad a este congreso por parte de diversos colegas.
Y con justa razón ya que, a partir de mi soberbia y juventud, la vuelta del exilio, recién doctorado, siendo en la época funcionario de las Naciones Unidas y desconociendo todos estos antecedentes aquí planteados metí a todos en el mismo saco. Nunca es tarde para reconocer un error y vayan aquí mis disculpas a todos aquellos que escucharon y conocieron estas ingratas palabras.
Sin embargo, la pregunta de fondo continúa siendo la misma. ¿Cuál es el aporte que espera la sociedad chilena con toda su diversidad de nuestro accionar tanto teórico como práctico? ¿Si bien gran parte de nuestros posgrados se realizan en prestigiosas universidades de Europa y Estados Unidos, además de México y Brasil. ¿Cuáles son las problemáticas estructurales que impiden que la enseñanza de esta provenga de nuestro propio seno académico, investigativo y de aportes científicos para el conjunto de nuestra sociedad? ¿Es una cuestión económica, de falta de políticas públicas por parte del Estado o es el deterioro de las principales reservas cívicas del país?
¿O es nuestra propia desafección para concurrir en esta nueva era de cambios políticos, sociales, culturales y económicos que vive el conjunto de la población agobiada por el desinterés de la clase política, del poder judicial y empresarial en venir a resolver los problemas estructurales que enfrenta el país, la que nos inmoviliza?
Contamos hoy en día más que nunca con las herramientas metodológicas y niveles de conocimiento sobre el conjunto de la sociedad nacional y mundial que nos pueden permitir entregar las respuestas adecuadas que se nos podrían demandar como actores sociales, culturales y políticos.
Solo nos quedaría ver de qué lado de la vereda nos ponemos para analizar, comprender y dar respuestas adecuadas a las complejas sociedades actuales, con la ventaja que poseemos de la formación en el rigor de la vida y del conocimiento científico, social y cultural de las sociedades en las cuales nos encontramos inmersos.