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“El lugar del testigo”: experiencias vejatorias en contextos socio políticos totalitarios CULTURA|OPINIÓN

“El lugar del testigo”: experiencias vejatorias en contextos socio políticos totalitarios

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Ana Paula Viñales Mulet
Por : Ana Paula Viñales Mulet Psicóloga, Magister en Clínica Psicoanalítica.
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La autora conmina a tomar posición con el gris que transpiran las verdades contadas foráneas al marco probatorio, y analiza variados géneros literarios con que las y los sobrevivientes levantan acta de lo inverosímil tomando la escritura como arma para disparar realidades que superan la ficción.


La destreza con que la escritora argentina Nora Strejilevich aúna voces de experiencias vejatorias en contextos sociales totalitarios y desmenuza testimonios en propuestas literarias, permite a quien lee sumergirse en el entramado mismo de un tejido social salvajemente fracturado.  Haciendo eco con trozos de lo vivido en carne propia como detenida desaparecida y sobreviviente de la dictadura argentina, Nora intenta dar cuenta de eso que excede el orden del lenguaje y que pareciera hoy, autorizarse solo en la palabra circunscrita a un tribunal. Se pregunta entonces, por el lugar del testigo y por los muros de sordera donde rebota el testimonio cuando presenta agujeros de supuesta incoherencia dentro de la barbarie.

¿Cómo podría un relato carecer de fisuras cuando la experiencia, en circunstancias tan extremas, se enmarca fuera de toda regla y referencia? ¿No será que el afecto inherente a los acontecimientos constituye la experiencia y que por tanto, incluso la ficción puede  ofrecer verdades?

Algunas historias están hechas de piezas que no son parte de ningún puzzle. Quien visita forzadamente el infierno y regresa advirtiendo el horror, tiene la ardua misión de retornar también a sí mismo para seguir viviendo o para no enloquecer, es justamente eso lo que hace posible el relato (o vice versa).  La proximidad afectiva está adosada y es inseparable del trabajo psíquico por habitar el cuerpo y el mundo tras el espanto, pues ahí donde vuelve a nacer el yo de quien enuncia, aparece también su propia intuición, posición y reflexión.

Nora escribe en “Una sola muerte numerosa” que; “no todos los días (o todos los días) se rompen las leyes de gravedad. No todos los días una abre la puerta para que un ciclón desmantele cuatro habitaciones y destroce el pasado y arranque las manijas del reloj”, imagen que adviene como fotografía del trauma.  Se trata de hechos que no cesan de hacerse experiencia, de actualizarse en una temporalidad real luego de la detención del tiempo y en esa transformación surgen nuevas pistas para transmitir lo indescifrable.

La autora sugiere que “los testigos, rememoran desde su presente y al hacerlo descubren nuevos aspectos de la lógica letal que sigue primando en el mundo contemporáneo”. El testimonio permite así,  no solo conocer los mecanismos de exterminio denunciados en los juicios de lesa humanidad, sino aproximarse a una  comprensión de sus disfraces en democracia. Es decir que, más allá de la verdad histórica imperativa de reconocimiento social, se aprecia en el libro cómo cada testimonio, plasmado en distintas tentativas artísticas o literarias, erige verdades subjetivas sobre lo ominoso que conduce a la muerte en vida, pero también sobre estrategias de resistencias que admiten la vida en la muerte.

Escribe Davoine y Gaudilliere en “Historia y trauma; la locura de las guerras”; “Cuando se rompen las garantías de la palabra ¿cómo encontrar un otro al cual hablarle?” Es posible situar esta pregunta como brújula de todo legítimo esfuerzo de amparar con la escritura o incluso instituir recién ahí, un lugar de testigo.

Para que la sobreviviente devenga testigo, tiene que poder decir algo de ese saber que porta, y para eso, se requieren condiciones de posibilidad para la escucha. Porque si bien Sara Berkowitz citada por Tzvetan Todorov en “Frente al límite” propone que “el silencio es un verdadero crimen contra la humanidad” apuntando a la responsabilidad de testimoniar, pareciera que el verdadero crimen colinda más con el silencio de la humanidad frente a quien retorna del mundo de los muertos. Nora refiere: “a los sobrevivientes se nos ve, sobre todo, como restos de cierto pasado o depositarios de información, como pruebas vivientes, y por eso nuestro relato tiene validez en los juicios de lesa humanidad. Pero fuera de ese ámbito seguimos siendo un Otro que encarna lo que no se quiere asumir, y por eso mismo, se rechaza”.

Por esta razón, la autora invita a no cerrar sentidos ni definiciones, a seguir nombrando y pensando el horror,  puescontrario a una fascinación atañe un compromiso ético, esencial también para desbaratar la imagen de las víctimas de violaciones a los derechos humanos como adalides del dolor. Manuel Guerrero, autor chileno de “Sociología de una masacre”, advierte el peligro de confinar los testimonios y fijarlos eternamente en su estatuto memorial. Esto,  ariesgo de que historias de aniquilación sean reducidas a colectivos específicos escogidos para su deshumanización.

Si la memoria social se agota en la tarea de no olvidar, se subestima el potencial metamorfo del testimonio y la experiencia subjetiva es orillada a los hechos, retrato cinematográfico que por su componente siniestro puede encauzar la escucha hacia discursos totalizantes.  Víctimas perpetuas iconos de la aflicción o sobrevivientes de dudosa procedencia (“¿qué hicieron para sobrevivir?”). Las grávidas consecuencias favorecen el desarrollo de nuevas masacres, como el genocidio en curso de Israel contra el pueblo palestino, sucesión de atrocidades refugiadas por mucho tiempo en un mutismo masivo al recaer la sospecha de antisemitismo sobre quienes lo denuncian.  O sin ir más lejos, la brutal represión policial y criminalización  de quienes formaron la primera línea en la revuelta popular chilena del 2019.

Además del apremio por pensar en las posiciones y condiciones de escucha, leer “El lugar del testigo” requiere sensibilidad y entereza al mismo tiempo, para mantenerse frágil sin perderse en el horror. O perderse un poco. Es esta suerte de lúcido aturdimiento que reverbera en un otro lo que confirma el testimonio como gesto político en parajes limítrofes a la denuncia. Porque dichos parajes movilizan otros afectos, reflexiones, interrogantes y contradicciones necesarios para hacer frente a la naturalización de avanzadas de terror contra vidas que, en ciertas épocas o siempre, son pensadas como menos valiosas que otras.

El engranaje totalitario buscó borrar vidas, allanando identidades, desapareciendo cuerpos y arrasando con proyectos y existencias para quebrar no solo un orden sino un lazo  social. Es vital la persecución jurídica  que ha registrado el plan macabro, mas no es lo único garante contra el negacionismo. El testimonio en cada uno de sus brotes, sigue siendo imperativo para pensar la reparación mancomunada, la memoria, la justicia y la no repetición, toda vez que enfrenta al otro a sus resonancias con el lugar que ocupa en el trenzado social con grietas y cicatrices.

La autora conmina a tomar posición con el gris que transpiran las verdades contadas foráneas al marco probatorio, analiza entonces variados géneros literarios con que las y los sobrevivientes levantan acta de lo inverosímil tomando la escritura como arma para disparar realidades que superan la ficción (incluso mediante la ficción).  De distintas formas, los y las testigos lanzan letras que se inyectan en pieles compartidas, porque nunca se está afuera y es eso lo que impugna. Las miradas perplejas frente a lo absurdo pueden también interrogar lo común, pues la tragedia no se ha tratado de algunos sino de, como reza el nombre de otra obra de Nora, “Una sola muerte numerosa”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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