Una agenda de investigación, educación y conservación biocultural en el extremo austral permite a nuestro país valorar y administrar con información científica originaria, esta cumbre latitudinal austral del continente americano que hoy es visibilizada y apreciada con el nombre propio de ecorregión.
A fines del siglo XIX, cuando Chile negoció con Argentina los límites de los territorios australes, la elite de nuestro país pensaba que la Patagonia era “un inmenso erial de vegetación raquítica y espinosa”, como alguna vez escribió el historiador Diego Barros Arana.
Esta visión se mantuvo por décadas. Marcada por un vacío en el imaginario institucional, la ocupación del territorio austral quedó sujeta a los ciclos extractivos del oro, praderas, carbón o petróleo, que han dificultado la construcción de una identidad territorial de largo plazo que integre la riqueza y diversidad biocultural.
En las postrimerías del Siglo XX e inicios del XXI, junto a otros científicos y representantes del Estado, fuimos cambiando la percepción que existía, reconociendo y describiendo las singularidades biogeográficas que alberga el territorio de Chile en el extremo sur del continente americano, que se sumerge en los océanos y se proyecta hacia la Antártica.
Este espacio subpolar o subantártico presentaba amplios vacíos de información para la ciencia y la conservación. A nivel internacional era denominada área no clasificada respecto a las regiones de prioridad mundial para la conservación. Junto con esto su denominación estaba subsumida en el imaginario de Patagonia, con todas las implicancias que esta denominación supone.
El nombre de Patagonia evoca las amplias estepas del sector suroriental del extremo austral de Sudamérica, y no da cuenta de las especificidades de la zona suroccidental caracterizada por vastos bosques, fiordos y canales que configuran la región subantártica de Magallanes.
Este nombre “subantártico” ha permitido visibilizar una región única a nivel mundial, que hoy se valora para la ciencia y la conservación por atributos tan destacados como albergar los bosques más australes del mundo y las aguas de lluvia más puras a nivel planetario..
En 2005 el Estado de Chile logró el reconocimiento de Cabo de Hornos por parte de la UNESCO como reserva de la biosfera, la más austral, la más grande en el Cono Sur, la única hasta esa fecha que integraba ecosistemas marítimos y terrestres, y a nivel mundial la primera área protegida creada en base a la exuberante diversidad del microcosmos de líquenes y plantas no vasculares ( musgos, hepáticas).
Este hito implica un cambio del foco antropocéntrico hacia un foco que valoriza la singular biodiversidad que habita en los archipiélagos del extremo austral del continente americano y que ha permitido describirlo como un centro de diversidad de briofitas y líquenes a nivel mundial. De esta forma, el “observar con lupa” el Cabo de Hornos permitió identificar una nueva ecorregión, única en el planeta: la ecorregión subantártica de Magallanes.
En consonancia con estas particularidades, en la ciudad de Puerto Williams, capital de la comuna de Cabo de Hornos, cabecera también de la provincia Antártica de Chile, perteneciente a la región de Magallanes y de la Antártica Chilena, hemos establecido con el apoyo del Gobierno Regional y del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile, el Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios de Cambio Global y Conservación Biocultural (CHIC, por sus siglas en inglés).
De este modo, la academia, en conjunto con la institucionalidad pública, han impulsado una agenda de investigación, educación y conservación biocultural en el extremo austral que permite a nuestro país valorar y administrar con información científica originaria, esta cumbre latitudinal austral del continente americano que hoy es visibilizada y apreciada con el nombre propio de ecorregión subantártica de Magallanes.