“Durante una guerra justa, es lícito hacer todo lo que sea necesario para la defensa del bien público”, “si es lícito matar a los inocentes en la guerra”, “si es lícito matar a los inocentes que en un futuro puedan constituir un peligro”, ”si hay derecho a matar en la guerra a todos los que hostilizan”, “algunas veces es lícito y conveniente matar a todos los culpables”.
Francisco De Vitoria, 1765.
En un tiempo marcado por “mercancías mediáticas”, “identitarismos salvajes”, “morales excluyentes” y “metáforas del pánico”, inscritas en la democracia espectacularizada, el trabajo de Carlos del Valle se ha centrado en la industria cultural mediática y en los procesos de enemización desde la intensificación del enemigo.
En tales exploraciones el autor ha mantenido una economía argumental balanceada, capaz de articular tonalmente, el registro del ensayo y la investigación crítica. Pese a lo anterior existe una lección compartida que nos lleva a un escritor argentino, Arturo Jauretche. Hay que mirar el mundo de reojos -decía Jauretche- pues quién se queda exclusivamente en la plenitud de los conceptos, tendrá una perspectiva universalista -homogénea- para abarcar y explicar las disyunciones del campo social.
De allí que Economía política del Enemigo. Arqueologías de la guerra y del genocidio (2024) sea un ensayo-investigación que releva el estatuto suspensivo de la enemización en sus “intersecciones”, “mediaciones” y “efectos de contaminación”, donde el enemigo -como dispositivo de época- es también, espectral y perdura en estado de latencia en el marco ampliado de “comunidades leviátanicas”.
En La construcción mediática del enemigo, texto que contó con tres ediciones (Salamanca, 2021, Hartmann, 2022, Marruecos, 2023) la premisa cardinal aludía a las enemizaciones como el teatro representacional de prácticas de otrocidioen la industria cultural, especialmente, en los estratos mediáticos, de teoría literaria, del cine y la musicología.
En virtud del subtítulo que trasciende lo síntomal, “Arqueologías de la Guerra y el Genocidio” tiene como huella distintiva abordar los negacionismos de la contemporaneidad, que comprometen otros gravámenes sobre la enemización. El motivo fundamental es que los identitarismos salvajes exceden las dinámicas semio-discursivas y ello queda retratado en aspectos geopolíticos y geoeconómicos que son activamente apostillados.
A propósito de Guerra y Pax, la guerra está llena de eufemismos y, en sí, es un eufemismo. En suma, la paz podría ser un hiato, una espera o momento suspensivo, frente al porvenir ineludible de la guerra. Las plataformas de gubernamentalidad han ayudado a encubrir, justificar y han enmudecido ante el “homicidio, el asesinato y la extracción de cuerpos. La dramática forma de una guerra intestinal es un modo normado para matar con ausencia de delito. Un estado de crimen perfecto. La guerra se convierte así en un crimen perfecto” (p. 19).
En suma, el análisis no se agota en operaciones representacionales afiliadas al contenido en los medios, sino que enfrentamos maquinaciones, a saber, operaciones económico-políticas y mediáticas en un sentido maquinológico que suponen modos de organización e institucionalización de los contenidos, intereses económicos, políticos, sociales y culturales.
En este nuevo libro, el enemigo aparece no sólo como una construcción social o una producción mediática, sino como una economía política.Para el autor, es necesario avanzar hacia otro nivel de comprensión y explicación de los procesos de enemización. El quiddel problema está en entender que el enemigo es una función sígnica, cuya codificación se realiza en el marco de matrices económicas, políticas o culturales, a saber, como matriz colonial o la matriz modernizadora.
Ahora bien, podemos acompañar una tipología del enemigo en tanto signo económico-político, a saber, el enemigo como una relación, un espectro, una construcción mediática, una mercancía económica, una mercancía político-jurídica (64). Por fin, el enemigo como un exterminio. Dentro de tal tipología, tal sería la forma extrema de enemización donde la fuerza de trabajo puede preceder a la “eliminación total”.
La categoría de genocidio, aclara el autor, se utiliza en un sentido más amplio, incluyendo otros tipos de grupos, tales como comunidades territoriales. Consideramos, entonces, aquí una relación entre cultura y genocidio, en la cual el Estado Nación tiene un rol gravitante; ya sea que se trata de estructuras políticas con la ideología y la retórica de ellos.
Según el autor, aunque es habitual que se establezcan comparaciones entre diferentes masacres para evaluar la condición del genocidio –especialmente en base a sus alcances o los medios empleados-, hay elementos profundamente simbólicos en estos actos y que pueden ser observados de manera trans versal. En el genocidio hay un interés claro y manifiesto por eliminar “de raíz” a un grupo, interrumpir su procreación y, por lo mismo, eliminar sistemáticamente a los niños -sostiene del Valle.
En suma, y aludiendo a la contemporaneidad regional, “matar al otro no sólo es un ejercicio de la soberanía, sino que la soberanía misma, un simple ejercicio del poder”. La producción del otro-indígena como enemigo no es sino la estrategia utilizada para justificar el uso soberano del derecho a matar.
Dice el autor: “Si matar es una condición intrínseca de la soberanía, o al menos digamos su contracara, su rol en la consolidación de la soberanía de los Estados Nación es crucial. Dicho de otra manera, no hay Estados Nación sin el ejercicio del uso de la violencia y la capacidad de matar (82)”. Si bien la eliminación del enemigo supone una fase extrema, está arraigada en nuestras sociedades desde las experiencias del homicidio, el cual –con sus múltiples motivaciones– obedece a distintos modos de enemización. En este sentido, “la eliminación opera como una experiencia límite que representa una etapa radical de colonialismo, pero que, al mismo tiempo, ha mostrado su carácter cíclico a lo largo de la historia” (90).
En tiempos de la negación del mundo, la lengua franca, trata de descifrar un modo de producción donde el enemigo, cabe admitirlo, resulta ser uno mismo. Una vez que Carlos del Valle, al inicio del libro, inscribe citas del Corán y la Torah, sugiere un momento suspensivo. Ante la sumisión del presente al conservadurismo del malaise -sociología adaptativa- y el desbande paroxístico de la stasiología como subsunción de lo real a las “máquinas de guerra”, del Valle abraza una figura prudencial, y aunque no lo dice, acusa epistemicidio cuando mira de reojos (Jauretche) la escrituras de la exaltación. Con todo, el autor es un investigador que dialoga con las disidencias y advierte la crisis de futuridad en el futuro, ya adelantada en el horror del poeta ruso Odip Mandelson bajo el terror stalinista.
Pd. “Mía es la vergüenza, yo daré el justo pago”. Antiguo testamento.