Se necesita un turismo que pueda ser parte de un observatorio de sostenibilidad, que pueda no solo otorgar desarrollo económico, aspecto obviamente muy necesario, sino que también pueda fortalecer las estructuras culturales y de etnodesarrollo de sus habitantes.
Al igual que Torres del Paine y Rapanui, San Pedro de Atacama es uno de los tres destinos únicos que tenemos en Chile.
Si bien es cierto su fama se debe en gran parte a los hallazgos arqueológicos que hizo el cura Gustavo Le Paige, ya en tiempos prehispánicos había llamado la atención de la cultura Tiwanaku y posteriormente de los Incas, se habían hecho de las estructuras de poder de los ayllus de los Likanantai, periodos en que hubo un enriquecimiento cultural de la cultura Likanantai y un fortalecimiento del concepto del ayllu, unidad tradicional básica de los andes del sur.
No sería lo mismo con la invasión española de la época en sus territorios lo que significó un empobrecimiento de sus estructuras tradicionales y no siendo comunidades ricas económicamente hablando, solo debieron soportar por cortos periodos a las huestes hispanas para que estas descansaran, se alimentaran para continuar posteriormente su periplo hacia el sur de Chile en busca del oro que jamás encontrarían.
La llegada de los chilenos y de sus instituciones tampoco significó un respeto a su cultura y territorio toda vez que se vio acompañada de intensas actividades mineras, de educación y salud de corte occidental que hicieron empobrecer sus estructuras tradicionales.
Posterior a la llegada de Le Paige vendrían al territorio una pléyade de arqueólogos chilenos y extranjeros, así como también antropólogos que premunidos de diversas metodologías y teorías intentaron explicar el poblamiento y tradiciones del pueblo Likanantai y esto hasta la actualidad.
Luego llegaría el turismo ejercido fundamentalmente por afuerinos desde la década de los 80 hacia adelante, lo que dejó en manos de extraños al territorio la gestión, explotación y administración de el conjunto del patrimonio cultural atacameño y que comenzó a generar un conflicto entre afuerinos y atacameños ya que est@s ultim@s solo eran usad@s como mano de obra y proveedores de alimentos para los hoteles y restaurantes de la época.
Ya en el año 1993 explicamos que la identidad Likanantai está dada en primer lugar por el Ayllu, luego por el pueblo de San Pedro de Atacama, seguido de la ciudad de Calama por su cercanía como centro urbano proveedor de trabajo, educación, salud y vivienda, procesos a los cuales se vieron compelidos por el actuar del Estado chileno, carente de políticas públicas pertinentes por más de un siglo de modernidad marginal. Luego y en último lugar se encontraba el ser chilen@.
Esto cambió con la ley indígena entre otras políticas públicas, con el reconocimiento de la existencia de una diversidad cultural al interior de la sociedad nacional y un acercamiento del Estado a la especificidad de su población indígena, lo que ha generado una mejor convivencia en una constante tensión interétnica entre el primero y las comunidades indígenas del Alto el Loa y de Atacama la Baja.
Luego vendría la aparición de las dirigencias locales con liderazgos a cargo de los puestos de elección popular. Conocí a la que posteriormente sería la primera alcaldesa Likanantai, Sandra Berna en el año 1980 aproximadamente, cuando esta era una de las telefonistas del pueblo y donde para hablar estas tenían que girar una manivela para darle impulso a la comunicación. En aquel tiempo la electricidad del pueblo, único lugar con luz, a diferencia de los ayllus, era provista por un motor a petróleo desde las 20 a las 22 horas en un horario normal.
El hecho de que haya accedido al poder comunal significó una inflexión en el ámbito local ya que había sido antecedido al ocupar a distintas lideresas y lideres locales las dirigencias de las juntas de vecinos en el pueblo de San Pedro y en los ayllus que circundan a este.
Recuerdo perfectamente que la propaganda política de Sandra para llegar al cargo estaba identificada con una mano empuñada en una tableta para insuflar alucinógenos de tiempos prehispánicos. Esa era su identidad, en las bases del pueblo Likanantai, ya que con ella y otros lideres locales como el fallecido Santiago Ramos, el achache del pueblo en la época ya habíamos trabajado en la parte del etnodesarrollo de mi tesis doctoral.
Hoy acaba de ser reelecta para un segundo periodo como consejera regional y en sus agradecimientos se ha comprometido con los vecinos y circunstancias que rodean el devenir de la Provincia del Loa.
Con estos potentes cambios en los liderazgos locales, como lo fue el hecho de que el actual alcalde de San Pedro de Atacama Justo Zuleta fuese hace más de una década atrás, el encargado del Programa orígenes en la región de Antofagasta y con quien realizamos un interesante trabajo de turismo sostenible en el Alto el Loa, para lo cual contamos también con el gran apoyo hacia las comunidades de la encargada de CONADI de Calama Liliana Cortes, de la comunidad de Chiu Chiu, en aquella época comenzó un proceso de reetnificación que ya no tendría vuelta atrás.
Incluso en la época en que realizamos dicha investigación en el Alto el Loa se produjo el primer quiebre del Consejo de Pueblos Atacameños, toda vez que los primeros advirtieron que gran parte de los recursos provenientes del Estado solo llegaban a Atacama La Baja.
Vendría además el tiempo en que los atacameños previstos de las herramientas del etnodesarrollo querrían y tomarían el control de sus sitios patrimoniales, tales como el valle de la luna, los salares de Xacha, el Pucara de Quitor, el antiguo pozo 3, entre otros, además de comenzar a realizar labores de espeleología y comenzaron a administrar la aldea de Tulor en Atacama la Baja. entre otros sitios patrimoniales de gran relevancia para los Likanantai.
Lo mismo ocurría en Atacama la Alta en la Quebrada de Jerez y los geiseres del Tatio, este ultimo administrado por dos comunidades como lo son Caspana y Toconce, administración compartida también en el Valle de la Luna y otros diversos sitios que vinieron a fortalecer la capacidad de gestión y de visión en torno al etnodesarrollo que pudo hacer competir a las comunidades con los operadores turísticos nacionales y extranjeros.
La última vez, sin embargo, que visité San Pedro pude apreciar que en su calle principal había un verdadero disfrute para los foodies de todo el mundo, pero por ningún lugar la comida tradicional atacameña. Que se habían multiplicados los hoteles y hostales y que los tours de un día se multiplicaban contrario sensus al turista de las décadas de los 80 y 90 que se quedaban varios días en las distintas localidades atacameñas, aun cuando estas no tenían tantas comodidades como las que menciono existen en el día de hoy.
También pude constatar la venta de tierras indígenas a no indígenas para el establecimiento de hoteles y restaurantes, como lo es en el caso del Ayllu de Solor, donde ya en el año 80 pude constatar que la empresa de cobre de Chuquicamata había instalado en el centro del ayllu una serie de estructuras metálicas de helicópteros barcos y otros tipos de juegos completamente ajenos a la cultura de los niños de ese tiempo, en lo que denominamos en ese año como la desintegración cultural de un ayllu tradicional.
La pandemia del COVID 19 vendría nuevamente a reordenar todo, ya que el destino dejo de recibir visitantes y fueron los propios lugareños los que debieron venir en auxilio de los operadores y guías turísticos afuerinos. Esto ya lo planteamos en el turismo sostenible y los pueblos indígenas. ¿Serían estos ayudados capaces de ayudar a los gestores indígenas del turismo respetuoso, del turismo étnico o los dejarían caer para ver así mejoradas sus propias arcas?
Un periodo de fortalecimiento de las estructuras de poder apropiadas de una cultura ajena, en palabras de Bonfil Batalla, se ha producido con la irrupción en el poder edilicio del recientemente reelecto Justo Zuleta Santander, quien por sobre todo en el periodo recién finalizado ha privilegiado el fortalecer las estructuras comunitarias y culturales de los Likanantai, alejado en su gestión de los partidos políticos tradicionales.
Se puede observar con frecuencia en las redes sociales las actividades que desde las comunidades privilegia en su quehacer como alcalde atacameño y su directa participación en estas, lo que le ha valido una reelección sin oposición.
También la presencia del quehacer comunitario del Consejo de Pueblos Atacameños se ha fortalecido como organismo representante de las comunidades Likanantai y acaban de celebrar sus 40 años de actividades en representación de estas.
Entre el alcalde, su consejo comunal, la consejera Regional y el Consejo de Pueblos atacameños tendrán mucho que decir en torno a las actividades de la industria del litio en los territorios atacameños, una actividad que irá in crescendo en los próximos 50 años, de ahí la importancia de lo que se haga hoy para el futuro de estas y sus hijos y nietos.
Pero también hay un gran espacio para un nuevo tipo de turismo que sea sostenible y cuide al territorio, sus habitantes y su cultura, constantemente en cambio y que verá puesta a prueba su fortaleza en los próximos decenios.
Un turismo que pueda ser parte de un observatorio de sostenibilidad, que pueda no solo otorgar desarrollo económico, aspecto obviamente muy necesario, sino que también pueda fortalecer las estructuras culturales y de etnodesarrollo de sus habitantes, que sea un garante de la ecología y de las relaciones interculturales con los otros, con un bien tan preciado como lo es el patrimonio cultural material e inmaterial y que por sobre todo, lejos de producir en sus territorios los actuales fenómenos mundiales de rechazo al turismo masivo conocido como la gentrificación o disneylización de los principales centros de atracción turística del mundo, se fortalezca en su condición de destino turístico único.