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“Dejaré de pensar en el mañana” de Ramón Díaz Eterovic: la ciudad de la pandemia CULTURA|OPINIÓN

“Dejaré de pensar en el mañana” de Ramón Díaz Eterovic: la ciudad de la pandemia

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Luis Valenzuela Prado
Por : Luis Valenzuela Prado Académico de la Universidad Andrés Bello.
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El miedo ronda la ciudad y el detective Heredia lo enfrenta con el arrojo de siempre, sin temer golpear la puerta equivocada. Ahora, en esta entrega, a ratos titubea entre la esperanza y la desesperanza, ante los cambios de una ciudad que se torna desconocida y en la que se siente abandonado.


Pareciera que la pandemia fue un mal sueño que tuvimos anoche. No han pasado tantos años desde que comenzó, en febrero de 2020 y que terminó en 2021, al menos en cuanto a normas de encierro y cuarentena. Resulta difícil abordar literariamente un tiempo tan complejo, difuso y próximo. Durante esos años, pensaba en qué personaje literario podría mostrarnos la ciudad de esa pandemia, y de inmediato llegué a Heredia, sin dudas, el testigo de casi 40 años de nuestra historia nacional reciente. El personaje ideal para transitar una ciudad siempre golpeada.

Dejaré de pensar en el mañana de Ramón Díaz Eterovic muestra a un Heredia que se hace más viejo y cercano a la muerte de gente y seres queridos. Siempre se ha ubicado cerca de la muerte, del pasado, pero siempre con una cuota de esperanza deslavada que le permite transitar por la ciudad buscando migajas que le ayuden a encontrar algún atisbo de justicia. Aunque en las últimas entregas, carga con el paso del tiempo y el cansancio. En esta novela, el mañana es un horizonte vago; y el pasado ofrece ecos de la revuelta ciudadana de 2019 que golpean a la ciudad:

“Había pasado de la esperanza al desaliento provocado por el contagio y los acomodos políticos que amenazaban el fuego del reciente estallido social. Mi vida y todo lo que me rodeaba estaba en un punto de aparente sin retorno”. Heredia es un personaje de vaivenes existenciales y sociales, los cuales permiten medir una época, mirarla hacia atrás y dejarse llevar hacia el mañana, como escribió hace casi un siglo atrás Walter Benjamin, con su ángel de la historia.

El caso que mueve la última novela de Díaz Eterovic vincula el contexto pandémico y los negocios oscuros en torno a las vacunas. Cada período tiene su forma de corromper el poder y desprende su propio olor a descomposición, por lo cual desemboca en un relato propio que se escribe en la oscuridad y sombra del día a día.

El relato mezcla historias de amor y engaño que sazonan la escena virulenta del presente. El caso, como en todas las novelas de Heredia, se torna una “idea fija” que no lo deja tranquilo, que lo lleva a especular y poner en marcha toda una metodología personal de investigación: “Reconstruir las escenas de un crimen en cualquier sitio público es como armar rompecabezas. Las piezas suelen ser muchas y a veces no es fácil unir unas con otras”. A pesar de algunas dudas, Heredia sabe armar rompecabezas, sabe estar en el momento preciso, aunque también duda y sabe callar en los momentos necesarios para masticar las respuestas que no le convencen.

Ramón Díaz Eterovic traza una composición que matiza una mirada de un sujeto melancólico con una de un sujeto sagaz, escéptico y crítico. Es el relato que viene acompañando la crónica de los últimos años, del Chile neoliberal en dictadura, en transición y en la etapa que sea que vivimos ahora.

Se trata, a la vez, de un relato irónico, “Si el virus pregunta por mí, dile que salí de paseo y con destino desconocido”, lo que muestra su falta de temor ante la voracidad del presente. No obstante, Heredia no siente miedo, porque no cree en él ni en la valentía, ya que sus valores y deseos son otros. Siempre han sido otros, a contrapelo del mundo que lo rodea.

El miedo ronda la ciudad y Heredia lo enfrenta con el arrojo de siempre, sin temer golpear la puerta equivocada. Ahora, en esta entrega, a ratos titubea entre la esperanza y la desesperanza, ante los cambios de una ciudad que se torna desconocida y en la que se siente abandonado:

“Desaparecía esa ciudad que conocía y me preguntaba si no era hora de salir a esperar que la muerte me sorprendiera sentado frente al mar o en medio de un bosque de hualles, arrayanes y canelos”. En medio de este titubeante andar que oscila entre la búsqueda del fundamento y el escepticismo, Heredia nos confirma la violencia y la oscuridad que ha plasmado en su obra Díaz Eterovic desde La ciudad está triste, pasando por Ángeles y solitarios, El color de la piel, La oscura memoria de las armas e Imágenes de la muerte, hasta la entrega que comento en estas líneas, haciéndose cargo de los temas sociales para levantar una escena crítica y política.

Y en esa escena, sobre todo citadina, de esta última novela, se despliega el misterio de la muerte y la idea de no volver a pensar en el mañana, como condena humana que niega toda posibilidad y futuro, como forma pesimista de quedarse con lo pasado y solo con el presente, o simplemente arrojarse a lo que venga.

Para cerrar este comentario, comento un detalle que llama la atención, Dejaré de pensar en el mañana, la vigésima entrega de Ramón Díaz Eterovic sobre las andanzas de Heredia, es la primera novela en la que su título asume de manera explícita la voz de su protagonista. ¿Qué nos querrá decir? La pregunta queda abierta, por ahora, para un mañana también abierto.

Ficha técnica:

“Dejaré de pensar en el mañana”
Ramón Díaz Eterovic
Santiago
LOM, 2024

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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