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“Emilia Pérez”, una película irregular, aunque digna de ver

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Aníbal Ricci Anduaga/Letras de Chile
Por : Aníbal Ricci Anduaga/Letras de Chile Ingeniero comercial y escritor.
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A ratos molesta que todo esté envuelto en ropas de musical, el narcotraficante cantando, quiere ser una mujer… aunque el sonido, el encuadre y la actuación sean precisos y la historia termine siendo verosímil.


Película irregular, de guion artesanal, aunque digna de ver, muy digna de ver, esa mezcla de géneros, de estilos y formatos, con otro director hubiera sido un completo desastre.

Historia poco probable, un capo de la droga quiere desaparecer y cambiar de vida, cambiar de sexo sería como cambiar de alma y finge su muerte dejando atrás una esposa con dos hijos.

Una historia de redenciones, de cambios drásticos, quizás no son cambios sino un disfraz.

A ratos molesta que todo esté envuelto en ropas de musical, el narcotraficante cantando, quiere ser una mujer… aunque el sonido, el encuadre y la actuación sean precisos y la historia termine siendo verosímil.

Tras la operación de cambio de sexo queda atrás el pasado violento, las muertes, las armas y los secuestros. Una abogada que defiende a delincuentes de pronto es invitada a cambiar de vida, volverse rica y hacer posible la nueva vida del jefe del cartel.

Es curiosa la forma de entender la violencia que esgrime la protagonista: los carteles de droga utilizan las armas para provocar miedo entre sus enemigos y el gobierno, pero esto sería una fachada, un simulacro para ocultar la verdad. No sólo una sexualidad oculta, sino también una labor social soterrada: brinda trabajo a los más pobres y financia obras sociales como canchas de fútbol, por ejemplo. El bien y el mal entremezclado de manera difusa, sin límites definidos, puesto que también controlan territorios y cobran por la seguridad del comercio establecido.

En Chile el Estado muchas veces no llega a estos territorios debido a que las policías no tienen los recursos para proteger a la población. Distribuyen droga a los más jóvenes a través de un producto que no paga impuestos. El efectivo es la moneda de cambio para introducir estas sustancias ilegales, un mercado lucrativo que genera externalidades negativas tanto en salud como en educación, los pilares en que se cimenta cualquier sociedad.

Según la constitución, en el Estado recae el uso exclusivo de la fuerza coercitiva (armas), pero estos carteles son verdaderas empresas que operan paralelamente al Estado como proveedores de (in)seguridad al interior de las poblaciones.

El pasado queda atrás luego de la operación quirúrgica y la película se interna por los caminos de lo políticamente correcto. El cambio de sexo es un derecho como también el criminal tiene derecho a enmendar su vida. Según el discurso progresista, distribuir la riqueza será tarea del Estado y el no hacerlo genera desigualdad y delincuencia.

Convertida en una mujer, la protagonista transgénero volverá a México y se conmoverá con las madres de los desaparecidos, la historia es moralmente correcta, aunque en el pasado él mismo haya mandado a quemar, mutilar y repartir los restos.

Crea una fundación y se encarga de desenterrar muertos de fosas comunes, comienza a deshacer todo el mal hecho cuando era un hombre y la abogada la ayudará ahora por una buena causa. Ambas rescatan a las víctimas de los crímenes de los carteles, el ex-narcotraficante acaso también una víctima debido a que debió ocultar su identidad, mientras aparentaba ser violento y despiadado.

La idea de disfrazarse de algo que no es, de aparentar frente a la comunidad rasgos distintos a los que dicta su alma, entiéndase alma como su ser profundo. Este hombre ha tenido que asesinar a otros para no ser masacrado por los códigos de la pobreza. La conducta se ha disociado de su psiquis para sobrevivir en un medio adverso.

La cinta es una alegoría de México, un país machista que engendra violencia, proveniente de los hombres, pero que debe feminizarse, convertirse en mujer para terminar con el sufrimiento del pueblo. Un discurso correcto, aunque a veces las canciones pudieran estar fuera de lugar.

Hay coreografías logradas como los niños huérfanos que desconocen el paradero de sus padres, el director es muy prolijo en los cambios de plano y de formato, realmente sabe lo que está haciendo, aunque su discurso progresista no corre muchos riesgos, propone lo que dictan las normas de derechos humanos, que se haga justicia y se dé con el paradero de las víctimas.

Para nosotros como sudamericanos es un tema sensible, la mayoría de los países sufrieron dictaduras donde la vida del adversario no estaba garantizada. En una gala benéfica la abogada nos cuenta la verdad. Los narcotraficantes confundidos entre políticos financiados por la droga, todos cómplices del sistema, también ella como abogada ahora baila, mientras el excapo la adula desde el escenario. Hay algo chocante al tratar estos temas en formato de comedia musical, personalmente me hizo ruido, aunque quizás el chirrido era un anuncio de las próximas escenas.

La mujer transgénero observa a su exesposa llegar a casa de madrugada. Ahora le preocupa el bienestar de sus hijos. Ella es la tía acaudalada que las cobija en su mansión. A Emilia Pérez, su nuevo nombre, le siguen gustando las mujeres, ahora desde su identidad femenina. Es confuso eso de hacerse mujer para enamorarse de otra mujer, pero es acorde con los tiempos actuales y el director sigue navegando a través del discurso políticamente correcto.

Hasta que deja de ser correcto. La exesposa quiere casarse con otro hombre y se llevará a los hijos con su “padrote”, vocablo despectivo bien masculino. Emilia Pérez, a pesar del cambio de sexo, sigue siendo un machista violento. Al principio actuó como una mujer-hombre civilizado, pero sigue siendo el ex-cabecilla de un cartel. No le gusta verse contrariado y el discurso de corte matriarcal que trocaba la violencia en buenos actos se va al carajo.

Emilia Pérez ahora se ha enamorado, alguien dice como una quinceañera, aunque apenas invaden su territorio deja de ser mujer y vuelve a su antiguo género, supuestamente el cambio de sexo suponía un cambio de alma, pero al parecer eso no es cierto y aunque las nuevas autoridades del país sean mujeres, lo más probable es que el alma siga violenta, el ADN del México profundo.

La abogada recibirá un paquete con unos dedos amputados, pudiera ser que un grupo de secuestradores quieran hacerse ricos intercambiando la vida de su representada. La abogada no duda en proteger los intereses de Emilia Pérez y congrega a un grupo armado, cruza el umbral y ahora actúa al margen de la ley.

Las vidas de ambas mujeres en realidad no han cambiado un ápice y de pronto los espectadores nos enteramos de que la exesposa ha planeado el secuestro. Sólo pretendía recuperar el dinero, la única moneda de cambio del país y desmembró a su exesposo sin saberlo.

El discurso matriarcal que iba a cambiar el mundo explota en mil pedazos. La violencia y el dinero son los que dictan las normas.

La película no parece ajustarse bien al traje del melodrama, esos segmentos y el final de Emilia Pérez como patrona de los desamparados no funciona a cabalidad, así como tampoco exhibió demasiada fluidez en los segmentos musicales.

El director, a pesar de recurrir a diferentes estilos visuales, no logra modificar la realidad: el alma no cambia al mudarse de cuerpo, el envoltorio no es más que un disfraz que destruye todo el discurso progresista.

El bienestar material es lo que moviliza a una sociedad como la mexicana y lo espiritual (el alma) resulta accesorio.

Los países occidentales abrazan la economía de mercado y el negocio de la droga es un mercado muy lucrativo defendido con el poder de las armas.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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