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Bruzzone y Castillo: artistas de la deconstrucción CULTURA|OPINIÓN

Bruzzone y Castillo: artistas de la deconstrucción

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Ambos evitan la denigración a culturas ajenas basándose en estereotipos disponibles en el mercado global; son excelentes conocedores, de las violencias del pasado, que ningún gobernante sensato quisiera repetir


“Necesitamos abrir el sentido del concepto «identidad» hacia las relaciones con una multiplicidad, con los otros. Por oposición a la idea de identidad como algo completamente cerrado, ya formado y estático”.

Rosi Braidotti

 

Desde un país con cierta riqueza en lo económico, algo se conoce a Dino Bruzzone: y no por primera vez; fue representante argentino en la Bienal de Santiago de Chile (2002). Es un artista fuera de serie, pero no descontinuado. Se dedica a la “deconstrucción”: concepto puesto en entredicho, por ciertas autorías que no conocen más expresión que el panfleto en el sentido “identitario”, y no activista del término. En la vereda radicalmente opuesta, Bruzzone nos fascina desde el conocimiento de la cultura popular Argentina e Internacional.

El artista colabora con dos galerías, en beneficio de la circulación de sus obras: y no solo argentinas. Bruzzone es respetuoso y considerado: como el galerista, radicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Néstor Zonana ha sido generoso con Chile. Tanto así, que le ha facilitado espacio al artista Nicolás Miranda: el único chileno en Pabellón 4 – Arte Contemporáneo.

Esas mayúsculas no han sido gratuitas para Miranda ni Bruzzone, ambos con trayectoria internacional: aunque con una, ni tan solapada vocación latinoamericanista, desde conocimientos que se remontan a los años 50, y a toda una vida de artistas que han practicado la “deconstrucción”; sin caer en clichés relativos a la propiedad privada de sus familias de origen.

Tierra de oportunidades: América del Sur

Con bastante pudor, dentro de la vanidad que ha caracterizado a grandes artistas e intelectuales desde Marta Minujín a Adriana Valdés, Dino Bruzzone manifiesta que solo trabaja escuchando a Frank Zappa: especialmente si es con The Mothers of Invention. Desde su estudio con “e”, y no “s” –ciertos artistas chilenos han sido anglófilos desvergonzadamente–, en el barrio Microcentro de Buenos Aires, el artista luce una pintura: ya exhibida fuera de su origen, aunque el destino fue zappista.

Allí, Bruzzone exhibió su obra en la feria Pinta: dado el interés de dicha corporación en artistas latinoamericanos que trabajan en formatos objetuales; pese a la desmaterialización del arte, el dinero y la moral, como ejes transversales al estado actual del capitalismo. No se trata únicamente de que todo lo sólido se desvanezca en el aire: se trata de piezas únicas, que rematerializan hacia las Bellas Artes, un patrimonio inmaterial que es propiedad de todos los descendientes de la Torre de Babel.

Es justamente a propósito del lenguaje, como expresión de lo popular traducida a conceptos impronunciables, que Bruzzone se luce deconstruyendo historietas que narran la vida de otras personas. Triángulos amorosos protagonizados por mujeres fundamentalmente, y no precisamente porque “el feminismo” esté de moda; cuando resulta conveniente para los directorios de las empresas privadas. El espíritu de sus fundadores, nunca se ha “deconstruido” de su legado filantrópico y privatizador.

Por cierto: a diferencia de unos sujetos que palabrean el concepto como si se tratara de chirimoya alegre o pastafrola, Bruzzone lo comenta con conocimiento de causas y efectos. De manera equivalente a Miranda, Bruzzone es un artista que trata de comprender antes de abrir la boca. El hocico es de los animales: como en la novela de Orwell, ellos no son responsables.

Al que le quepa el poncho, o la remera: ¡que se la ponga!. A Bruzzone le quedaría bien puesta la de algún adulto del futuro. Podría ser un personaje de la revista Mampato; historieta chilena de los 60, que ya le ha generado cierta curiosidad. Es lector y coleccionista asiduo de objetos industriales de primera, segunda y tercera categoría. Los de cuarta son inmorales: y no precisamente están tras las rejas; cuando el 5G está a la orden del día, uno mismo se tienta de lo ajeno.

Diferencia y repetición

La deconstrucción como concepto derridiano, opera en Bruzzone a partir de su interés por reposicionar a las mujeres como sujetos de exclamación onomatopéyica. No a las personas que han, o hemos pronunciado esos sonidos insidiosos sobre el escenario y la vida cotidiana para provocar incomodidad en otras. Ha sido en las cunetas, librerías, e internet, que el artista se ha ido ilustrando a través de la compraventa de materiales provenientes de la gráfica y la música popular; a estas alturas: podría considerarse “docta”, en algunos oídos que solo escuchan las diversas basuras de moda, sin nunca haber visitado los espacios marginales desde donde se las canta.

Si bien, el artista no cuenta con una galería chilena que lo represente, nunca ha olvidado su paso por Santiago, y reconoce al fallecido Guillermo Machuca; sin saber que entre quienes lo quisimos en vida, hubo un alumno de Universidad ARCIS que lo transformó en ícono pop, desde el esténcil; Miranda le dedicó una escultura con anterioridad. Como Machuca, Bruzzone ha tenido no pocas admiradoras mujeres de su obra y paciente persona. También es profesor en la Universidad de Palermo, plantel privado donde da clases y es bastante requerido como maestro.

La obra de Bruzzone cuenta con trayectos contraculturales casi calcados en Chile; dentro de lo que la académica trasandina, Andrea Giunta, ha denominado “vanguardias simultáneas”. La deconstrucción no es propiedad privada de nadie en particular: si de todos quienes la practican honradamente. Una de ellas es la artista Paloma Castillo Mora –colaboradora chilena de Isabel Croxatto, Galería de Arte Contemporáneo–, dedicada de lleno al bordado como medio de expresión inspirado en la gráfica popular; desde un hogar donde se ven noticias a tiempo real y se escucha a Charly García a todo volumen.

Íconos de la libertad de expresión

Ambos artistas coinciden en su culta, aunque humilde curiosidad, por la deconstrucción: mejor pensemos en “Canción de Alicia en el País”; la imaginación, como única arma de transformación política, en un mundo cruel provocado por nosotros mismos como sujetos que volvemos a creer, una y otra vez, en la ampliación del campo de batalla.

Es en el campo cultural expandido hacia las tecnologías y los medios, cuando Bruzzone rematerializa lo digital en piezas pictóricas únicas, a partir de un proceso constructivo que invierte las coordenadas atmosféricas de la generación neovanguardista del Instituto Torcuato Di Tella. O en el Chile de Castillo; “la avanzada”: para pensar en los efectos de la globalización, sobre un arte que no se creen ni sus propios “curadores”.

Hoy, más que en los años 80, cuando Alejandro Goic fue no solo actor y dirigente clave en la contracultura, resulta clave apoyar su generosa gestión como agregado cultural. Goic siempre ha reconocido las claves adecuadas para fomentar la circulación de agentes, que no podrían mostrar su trabajo, solamente en consideración de las aparentes facilidades del mercado.

Castillo y Bruzzone evitan la denigración a culturas ajenas basándose en estereotipos disponibles en el mercado global; son excelentes conocedores, de las violencias del pasado, que ningún gobernante sensato quisiera repetir. Una de las “musas” de la pintura bruzzoniana es Verónica: en latín como lengua madre, que se vuelve soez en ambos países. Ambos artistas saben como funcionan las matrices de la prensa y el grabado. Etimológicamente, Verónica es el ícono verdadero: de la mujer que tapó con un velo al cadáver de un mártir.

Ambos artistas han participado de bienales y no solo en Santiago: Bruzzone estuvo en Venecia y Mercosur (1999), además de Mercosur (2002); por su parte, Castillo expuso el primer semestre de este año en la renovada Bienal de Valparaíso, exhibiendo una pieza textil bastante llamativa. A pesar de que el formato bidimensional en el que usualmente trabaja, estaría inicialmente condicionado a un espectador “omnipresente”:  la artista utilizó hebras cromáticamente reflectantes, que fulguraban destellos luminosos para ser apreciados por espectadores en movimiento; en símil a la anamorfosis barroca de la vanidad cadavérica que les otorgó renombre a maestros de la pintura flamenca como Holbein.

Cabe preguntarse allí, por la posibilidad de circulación de obra regional, nacional e internacional: en un campo del arte contemporáneo donde se suele desconocer la importancia de la red de contactos y colaboradores externos a la producción artística. Es fundamental que además del público masivo, asistan a dichos eventos, agentes en asociatividad para garantizar la correcta visibilidad del patrimonio artístico del Cono Sur.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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