
“La clase de griego” de Han Kang: el silencio de nuestros sentidos
Profesor y alumna nos muestran la belleza del lenguaje a través del desconsuelo, de la intimidad de unos labios afásicos y de unos ojos que solo ven en sueños.
Adentrarse en el mundo silente de los personajes de la historia es como nadar sin avizorar el horizonte, uno que les es esquivo a nuestros personajes anónimos, que pudieran ser cualquier habitante citadino de nuestro mundo actual.
El lector se sumerge en el mundo de las ideas, donde lo abstracto se yergue poderoso, no como un salvavidas, no como la hoz que abre caminos sino que, a medida que abre, se encuentra con más y más hierba transformada en palabras que ahogan pero que finalmente les dan vida y movilidad a los protagonistas innominados, perdidos en un mundo hostil.
Él y ella, cada uno con un dolor íntimo que se exterioriza en pequeños e inconmensurables símbolos como la cicatriz que acompaña a nuestra profesora o los lentes quebrados de él. Señales de batallas perdidas, de insomnes inviernos existencialistas, de la impotencia de vivir.

Él narra en primera persona, no como signo de poderío vital no como hombre egótico y seguro de su andar, habla con susurros perdidos en su vuelta a una casa helada y solitaria. Su refugio es el griego clásico que enseña en las tardes a cuatro estudiantes ya profesionales que solo quieren indagar en un idioma ya perdido, sí pleno de ideas filosóficas y crípticas. Es en esa aula donde conoce a una misteriosa joven que solo se comunica con su mirada.
La voz de ella se presenta a través de un narrador en tercera persona, no sin que su murmullo y pensamientos se nos hagan esquivos, su melancolía y soledad profunda por la pérdida de su madre y de su hijo quien vive, desarraigado de su madre, con el padre que le impide el contacto materno permanente.
Una asfixiante atmósfera la rodea y sentimos su impotencia a través del mutismo cotidiano, palabras que se atoran en su garganta y se enredan en su mente que no procesa este mundo , entonces, ¿para qué concatenar sílabas si solo siente dolor? ¿para teñir a su hijo de desolación?, ¿o gritarle al mundo la injusticia y la disfuncionalidad que la ahoga cada minuto?
Pese a ello, profesor y alumna nos muestran la belleza del lenguaje a través del desconsuelo, de la intimidad de unos labios afásicos y de unos ojos que solo ven en sueños.
Han Kang nos insta, como lectores, a descorrer el velo de la verdad infinita que anidamos en el silencio de nuestros sentidos.
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