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“María” de Pablo Larraín: la diva eterna

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Aníbal Ricci Anduaga/Letras de Chile
Por : Aníbal Ricci Anduaga/Letras de Chile Ingeniero comercial y escritor.
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Esas escenas, a veces alucinaciones, otras más surrealistas, el director las maneja a la perfección, no se nota el hilván y la emoción es genuina. Pablo Larraín por fin ha dado en el clavo y elegido la musa perfecta. No recuerdo mejor interpretación de Angelina Jolie.


«La música nace del sufrimiento… la felicidad nunca inspiró una hermosa melodía… la música nace de la angustia… y la pobreza», dice Maria ante el biógrafo. Ideas interesantes que Pablo Larraín abordará de buena forma. Callas estudió en el conservatorio de Atenas y su madre le sacaba provecho al prostituirla para que cantara ante oficiales alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Había sufrido la pobreza y no vivía con su padre. Adolescencia dura, una mujer robusta y según su madre poco agraciada. Ese cariño de los progenitores, que todo ser humano merece, ella no lo tuvo y ese canto que comerciaba junto con su cuerpo, esa voz angelical, estaba ligada como una fotografía eterna a esos tiempos aciagos de guerra y miseria.

En la trilogía de mujeres famosas y angustiadas (Jackie, Spencer, Maria) ésta es la película más lograda y más lúdica, correspondiendo los tres visionados a cintas que se emparentan con el terror. Las vidas de estas tres mujeres fueron caóticas y en los tres filmes Larraín muestra a los medios periodísticos como entes diabólicos dispuestos a extirpar el corazón de sus víctimas. Jackie Kennedy era la más cerebral y la única que supo manipular a la prensa según sus designios.

Volvamos a la “Maria” de Pablo Larraín, las óperas elegidas no son un recuento banal del repertorio de Callas, son fragmentos muy bien escogidos (Norma, La Traviata, Tosca). Las transiciones de imagen y sonido mediante flashbacks, inserciones de archivo en blanco y negro, otras envejecidas con la actriz. Visionado ágil, de gran musicalidad y cuidada ambientación de época, todos elementos que conforman un montaje espléndido, de paladar artístico.

Las escenas donde aparece Callas con Aristóteles Onassis, escenas de gran profundidad de campo y contraste, filmadas en blanco y negro, son una muestra de opulencia de las fiestas del magnate griego. Callas aparece retratada como una deidad, todo lo que la rodea es magnificente y a pesar de toda esa suntuosidad, también hay deseo, belleza, incluso amor, de aquel no terrenal.

A la hora y cuarto Jackie Kennedy (falta un poco de cinismo) se declara admiradora ante Maria Callas, mientras Onassis hace como si la viera por primera vez en la celebración de cumpleaños de John Kennedy, donde le cantará Marilyn Monroe, que unos segundos después aparece inalcanzable.

Debo interrumpir y lamentar que Larraín no haya filmado la triada Jackie, Marilyn, Maria. Bastante más interesante la vida y conflicto de Monroe, que también era pobre durante su infancia y adolescencia. Hubiese sido una trilogía de lujo y esta secuencia una ventana magnífica como en los guiones del polaco Kieslowski. Creo que Larraín le puso apellido (Spencer) a esa película fallida, media estúpida y también irrespetuosa de la princesa.

Este segundo acto de la ópera de Pablo Larraín tiene mucho paño que cortar. La escena en el bar entre Kennedy y Callas, el preludio de lo que vendrá en sus vidas, unos ángeles que no pueden ir muy lejos del foco público.

El doctor le informará que ha abusado de medicamentos y que su hígado y corazón no resistirán. El encuentro con la hermana, esa conversación sacramental, no es tu culpa, le dice y Maria le responde que no sabe si ella es real, sufre alucinaciones, su vida transcurre en el pasado, esos diez años en que su voz fue esplendorosa, camina por las calles y los escenarios la persiguen, en una escena un sujeto menciona que le partió el alma porque canceló una función y ella le grita lo difícil que es sacar la voz desde el fondo de las entrañas, de su ser, de su alma. Maria es una mujer atormentada que se prepara para morir mientras le cuenta al biógrafo que no se casó con Onassis porque no quería ser poseída como una escultura o una pintura robada y luego se desgarra al confesar su aborto espontáneo.

La Jackie de Larraín era una mujer fría que armó un relato para la posteridad a través de la prensa. Diana (Spencer) sufrió la presión de la monarquía, la prensa fue su aliada hasta que dejó de serlo y la persecución de los paparazzis acabó con su vida. Ambas mujeres sorteando las alturas de la riqueza y la política, en cambio, Maria Callas vivió privaciones y maltratos, dolor y sufrimiento que superó a través de su arte. La herida era demasiado profunda, pero supo rodearse de amor en sus últimos días. Ferruccio y Bruna, mayordomo y ama de llaves, la quisieron infinitamente. En su última semana fueron ese muro de protección, Ferruccio atacando con furia al periodista intruso. Aquella mañana Maria no se levantó y ellos fueron a comprar sus deleites.

Pablo Larraín construyó una ópera sólida para La Diva, de tres nítidos actos y antes del final, algo de melodrama, Mandrax el biógrafo (alter ego del director) está concluyendo su película y esta ópera no ha tenido clímax y se lo reserva en un epílogo: «ascensión» de esta diosa del Olimpo que aprendió canto en la mismísima Grecia y ahora, al no poder sublimar su dolor (su voz ya no es la misma) la desesperación la ha llevado al borde de la muerte. Un cambio de estado, un pequeño tránsito en una barca, el doctor le ha diagnosticado que su voz pertenece al cielo. Maria se levanta de la cama y en la sala están los músicos para decirle que ella vivió del arte, su voz traspasa los cristales y desde la calle escuchan su último lamento.

Esas escenas, a veces alucinaciones, otras más surrealistas, el director las maneja a la perfección, no se nota el hilván y la emoción es genuina. Pablo Larraín por fin ha dado en el clavo y elegido la musa perfecta. No recuerdo mejor interpretación de Angelina Jolie y su actual delgadez hace dudar: Maria interpretó el futuro de la actriz o la actriz interpreta el pasado de la cantante lírica. Interpretación encomiable, la escena final compendia esa emoción que uno siente al final de una buena ópera.

La película hace su cierre, comenzó con la muerte para dar paso a la diva eterna.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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