
El libro “La infancia del mundo” de Michel Nieva: imaginación cartográfica
La imaginación de Nieva ayuda a entender y visualizar compasivamente los aterradores procesos de deterioro ambiental y sus consecuencias, y a conectarnos con la inteligencia primordial del planeta que nos permita elaborar estrategias para reparar y regenerar los procesos vivos de la Tierra.
El libro “La infancia del mundo” (Anagrama, Barcelona 2023) fue originariamente un cuento para una revista, dice su autor Michel Nieva, una historia de verano. Su interés en escribir sobre el cambio climático le había llevado a imaginar un futuro en el que, por culpa del calentamiento global, la Antártica se vuelve una playa caribeña. Luego de escribir el primer cuento que transcurre en ese mundo, Nieva emprende la novela junto a un ilustrador, haciendo un mapa de cómo sería en el futuro la Argentina y la Antártica tras el deshielo. Fue una manera de empezar la escritura, con una imaginación cartográfica.
Se trata de un mapa político de Argentina en el continente sudamericano del año 2272, probablemente en un futuro situado a 150 años desde la escritura del libro. Fue hacia el año 2197 cuando producto del calentamiento global se derritieron masivamente los hielos antárticos y al subir el nivel del mar a niveles jamás vistos en la Patagonia, otrora famosa por sus bosques, lagos y glaciares, se transformó en un reguero de pequeños islotes ardientes. La Pampa paso de ser un árido y moribundo desierto en el confín de la tierra, resecado por siglos de monocultivo de girasol y de soja, a la única vía junto al Canal de Panamá de navegación interoceánica del continente.

Mapas de la Argentina y la Antártida imaginadas en ‘La infancia del mundo’. CATINGA (GUSTAVO GUEVARA)
Desde mediados del siglo XIX, en el relato de la llamada ciencia ficción es frecuente la compañía de algún mapa que ilustra el territorio y que indica alguna región, existente o imaginaria, con la marca de los recorridos donde transcurre la acción. Se trata de relatos que fascinan a un lector que sueña con tener nuevas experiencias con mundos desconocidos, marcados muchas veces por el horror que le provoca aquello que le resulta incomprensible y el sabor de una experiencia transformadora: viajes en el tiempo, invasiones alienígenas, invisibilidad e ingeniería biológica, que con frecuencia incluyen la crítica social y visiones utópicas del futuro a escala global, que desde siempre han inspirado audiciones radiales, juegos de cartas coleccionables, libros, videojuegos y películas.
Así, el uso de recursos cartográficos sería parte de una imaginación razonada (o ficción científica) propia de la ciencia ficción, tal como fue admitiendo Jorge Luis Borges. Inicialmente no la aceptaba como género literario pues consideraba que este tipo de ficción traficaba lenguajes desde la racionalidad de la ciencia, de la historia, de la biología y la geología o, como en este caso, de la cartografía. Más tarde definiría con más precisión a la ciencia ficción como un tipo de relato realista basado en alguna hipótesis acerca de un fenómeno pero que no se puede dar en el mundo que se conoce sino en uno alternativo y posible; la referencia a la ciencia o a la pseudociencia abre la posibilidad de considerar, en este marco, obras que pueden involucrar aspectos por ejemplo esotéricos y probablemente los míticos (aguante Borges).
La novela tiene dos personajes, el protagonista que es un mosquito humanoide llamado el niño dengue -que se transforma en niña dengue luego de asesinar a su compañero y descubrir su naturaleza hembra-, portador de este virus y con un aspecto monstruoso que no solo lo convierte en blanco de burlas para sus compañeros de clase, sino que también provoca el desprecio de su propia madre. El otro es Dulce, un compañero de escuela que le hace bulling y cuyo máximo anhelo es poder acceder al videojuego llamado “Cristianos vs. Indios” que, en diversas temporadas, ofrece la inmersión en la realidad virtual ambientada en la contienda de la llamada Campaña del Desierto en la pampa argentina, o ambientada en la Antártida, Júpiter y Marte junto a los vencedores de la contienda. Mientras tanto, al derretirse los hielos antárticos los científicos descubren formaciones fósiles provenientes de las entrañas terrestres que son el origen del mundo, con poderes telepáticos que conectan con una inteligencia primordial del planeta, las mismas que el Dulce inocentemente utilizaba como piedras para jugar. La historia relata como estos personajes se encuentran con este conocimiento ancestral, hacia la infancia del mundo.

La novela se desarrolla en Victorica, provincia de La Pampa argentina, en fechas posteriores a 2197, año en el que se derriten los últimos hielos antárticos y sobreviene una catástrofe climática sin precedentes que transforma radicalmente el paisaje de la región en el Caribe Pampeano. Esta inesperada metamorfosis del territorio insufló suculentos ingresos a la economía regional además de dar acceso a noveles y paradisíacas playas que atrajeron a veraneantes del mundo entero. Sin embargo, los mejores balnearios eran los que estaban cerca de Santa Rosa, propiedad exclusiva de hoteles privados y mansiones de veraneantes extranjeros, igual que los balnearios del llamado Caribe Antártico (refundación de los que otrora poblaron la costa de Buenos Aires y que habían desaparecido hundidos producto del deshielo) que vivían exclusivamente del turismo. En el futuro en el que transcurre la historia, el frío, el invierno y la nieve han desaparecido para siempre del planeta, y el exclusivo balneario gozaba de una agradable temperatura media de 40°C.
Más allá de la literatura, la representación cartográfica del continente sudamericano ha sido un recurso crítico utilizado con cierta frecuencia en el arte y la arquitectura latinoamericana. La obra América invertida, de Joaquín Torres García, representa cartográficamente el continente sudamericano girado (1942) e invita a mirarlo ahora con el sur hacia arriba: No debe haber norte para nosotros, excepto en oposición a nuestro sur. Por lo tanto, al dar la vuelta ahora al mapa tenemos entonces una idea verdadera de nuestra propia posición, y no como la que el resto del mundo desea. La punta de América, de ahora en adelante y para siempre insistentemente apunta al Sur, nuestro norte. Una mirada utópica que invita a descolonizar ciertos paradigmas para reencontrar un camino propio desde el continente. Posteriormente habría también otras obras tales como: el poema Amereida, de Alberto Cruz, Godofredo Iommi, y otros, ofrece la cartografía sudamericana invertida y la Cruz del Sur traslapada que, como un faro-guía de navegación, invita a habitar poéticamente el interior del continente americano (1964); o la instalación Un logo para América (1987) de Alfredo Jaar, que explica a través de un mapa que gira, usando el lenguaje publicitario de los medios de comunicación, cómo E.E.U.U. se apoderó del nombre del continente y cómo devolver ahora el nombre a todos los americanos. Más atrás en la historia está la cartografía que confecciona Le Corbusier en su conferencia de Buenos Aires El sur de América (1930), tan deslumbrado y curioso como poseído de un más o menos velado afán de conquista. Aquellos amplios y vastos territorios, a sus ojos, parecían prestos a transformarse en escenario ideal para sus ambiciones urbanas modernas.
Pero, a diferencia de las cartografías de la ciencia ficción tradicional que sólo sitúa los acontecimientos y los desplazamientos narrados, o de aquellas visiones más crítico-utópicas del arte y la arquitectura como las anteriores, en la ciencia ficción gaucho-punk de Nieva el territorio mapeado representa desde el inicio un cambio físico y político importante. No obstante, la mítica presencia de este conocimiento ancestral primordial de las piedras antárticas refuerza, quizás no lo suficiente, la mirada hacia el sur del relato, los mapas de este metaverso político representan unos territorios americanos reducidos y transformados a lo largo de los años por la devastación producto del llamado cambio climático y del calentamiento global. Estaríamos viviendo lo que algunos expertos denominan Antropoceno, un nuevo período geológico llamado así debido a las alteraciones que los humanos estamos generando sobre el clima y la biodiversidad del planeta. Por ello estos mapas son razonablemente inquietantes, pues representan un territorio distópico que obliga al lector a reconocer, intempestivamente, que el lugar de sus afectos en el que actualmente habita -en cualquier parte del planeta- probablemente no va a existir en un futuro próximo lo que, lo en consecuencia, lo deja en una horrorosa condición de desplazado y potencial migrante.
Este hecho demostraría que la ciencia ficción posibilita, con todo el despliegue de la imaginación y los procesos de cruce que involucran, un importante camino que permite entender mejor la transición política global a la que nos enfrentamos. Los fenómenos coyunturales que están ocurriendo, a partir del crisis climática -la migración, la pandemia y el horror de la violencia de género-, han ido dando más cabida al surgimiento de nuevos géneros y subgéneros que abordan escritores y artistas que abren discursividades poshumanas para dar cuenta de aquellas alternativas que permitan proyectar futuros posibles. Esto, según el propio Nieva en Ciencia ficción capitalista (Anagrama, Barcelona 2024), frente al negacionismo y a la persistente estetización tecnológica del capitalismo y su discurso mercantilizado de una fantasía futurista para millonarios, como las de Elon Musk y Mark Zuckerberg, que ofrecen colonizar otros planetas con sus productos tecnológicos evidenciando también las perversas conexiones que existen entre la ciencia ficción y la historia del capitalismo.
La imaginación de Nieva ayuda a entender y visualizar compasivamente los aterradores procesos de deterioro ambiental y sus consecuencias, y a conectarnos con la inteligencia primordial del planeta que nos permita elaborar estrategias para reparar y regenerar los procesos vivos de la Tierra, hacia la infancia del mundo.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.