Publicidad
Gabriela Mistral y la pasión de la geografía andada CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

Gabriela Mistral y la pasión de la geografía andada

Publicidad
Carolina Navarrete González
Por : Carolina Navarrete González Académica, FECSH-UFRO.
Ver Más

Hoy día, entonces, no solo hay que celebrar a la poeta laureada, a la educadora y a la luchadora social, sino que debemos recordar también a la Mistral diplomática.


Cada 7 de abril, al conmemorar el Día Nacional de Gabriela Mistral, recordamos con admiración y gratitud a la poeta chilena, educadora, diplomática y prolífica escritora de cartas, Lucila Godoy Alcayaga, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1945.

Una mujer que dedicó su vida al servicio de los demás, como atestiguan su vasta correspondencia y diarios aún conservados, debiendo sortear innumerables desafíos que la llevaron por los caminos de la errancia -mujer andante y peregrina incansable- como formas de lucha y supervivencia cotidiana, buscando morada ante tantas exclusiones, rechazos y marginaciones que sufrió a lo largo de su vida.

Vale la pena preguntarnos por qué recordamos hoy a Gabriela Mistral. La reconocemos como la poeta que hiló con maestría la espesura de las palabras, como educadora comprometida con los proyectos educativos de las comunidades rurales y en contacto directo con campesinos e indígenas en sus recorridos por las escuelas de Chile y México, como férrea defensora de los derechos de los pobres, los niños y las mujeres, pero poco se dice sobre su inestimable servicio al país como diplomática y cónsul en una época de alta efervescencia política, desde donde tejió redes con diversas personalidades influyentes en el ámbito político y cultural.

Se construyó a sí misma -desde la dificultad de entrar en espacios destinados tradicionalmente para los hombres- como una figura pública: dedicada escritora e influyente intelectual, estuvo en permanente tránsito de un consulado a otro en búsqueda constante de un nuevo destino.

Cómo olvidar su nombramiento como cónsul en Nápoles, el cual la llevó a enfrentarse con la política machista y represora de Mussolini, quien rechazara su nombramiento, o su estadía consular en Madrid, desde donde mostró su crítica implacable hacia la vida española y su incomodidad como extranjera, lo cual, tras la divulgación, a sus espaldas, de una carta privada y de una campaña de injurias de intelectuales chilenos, terminó con su traslado hacia Lisboa, como cónsul en Portugal, estableciendo alianzas importantes con escritores y dedicándose al trabajo humanitario por los afectados de la Guerra Civil Española.

Sus años en Brasil, primero jubilosos y luego marcados por la tragedia, estuvieron ligados a su labor como cónsul en Petrópolis, donde su sobrino Yin-Yin falleció tras ingerir arsénico.

Mistral fue una mujer cosmopolita, con fuertes convicciones de compromiso social, una chilena ciudadana del mundo que a pesar de haber vivido lejos de su patria por muchos años, nunca la abandonó en su espíritu, lo que puede percibirse con mucha claridad en “Poema de Chile”.

Hoy día, entonces, no solo hay que celebrar a la poeta laureada, a la educadora y a la luchadora social, sino que debemos recordar también a la Mistral diplomática; la mujer cosmopolita que logró hacerse un lugar en el escenario global con la pasión de la geografía andada, dedicándose siempre al servicio del país al que tanto quiso y que tanto dolor le causó. Aunque tarde, ojalá hoy podamos rendirle el reconocimiento que, en vida, muchas veces le fue negado, con el mismo cariño con el que ella siempre evocó su tierra y su gente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias