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Un año sin Paul Auster CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

Un año sin Paul Auster

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Pablo Bravo Pérez
Por : Pablo Bravo Pérez Periodista y escritor.
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Fue reconocido y celebrado por la magia inexplicable que destilan sus textos que, traducidos a más de 40 lenguas, pueden encontrarse desde prestigiosas bibliotecas universitarias hasta librerías al paso en aeropuertos.


Este 30 de abril se cumple el primer aniversario del fallecimiento de Paul Auster a causa de un cáncer de pulmón. Según sabemos, su despedida ocurrió en paz mientras estaba rodeado por los suyos en su domicilio de Park Slope, en Brooklyn: se trató de un evento previsto por el escritor y por su familia, ya que ellos ya tenían desde el año anterior conocimiento de la enfermedad.

Su deceso -que como hemos dicho, se esperaba que ocurriera- puede considerarse en cierto modo como una contraposición al carácter de su narrativa, donde el azar y las coincidencias se constituyeron como ejes basales de su obra.

Alguna vez el autor reflexionó cómo durante su infancia un hecho imprevisto y casual lo impactó para que, en el futuro, se transformara en escritor: a la edad de ocho años nada más le importaba que el béisbol. Específicamente por su equipo, los New York Giants, experimentaba una pasión casi religiosa. Su ídolo y objeto de máxima veneración era el jugador Willie Mays.

Una noche de abril asistió con sus padres a un partido entre los New York Giants y los Milwaukee Braves. Una vez acabado el encuentro, sus padres permanecieron conversando con unos amigos y, como se les hizo tarde, debieron salir del estadio por la única puerta que quedaba abierta y que se ubicaba justo bajo el vestuario de los deportistas. En el momento en que cruzaban dicha puerta, Auster divisó a Willie Mays a menos de tres metros de distancia y, haciendo acopio de valor, se le acercó para solicitarle un autógrafo. “Claro, muchacho -respondió Mays-. ¿Tienes un lápiz?”. Pero el joven no llevaba lápiz, ni tampoco su padre, ni su madre, ni ninguno de los amigos adultos que iban con ellos. Entonces la estrella del béisbol se encogió de hombros: “Lo siento, niño. Si no tienes lápiz, no puedo firmarte un autógrafo“.

En vida, Auster confesó que luego de todas las lágrimas que derramó aquella noche, decidió adquirir la costumbre de no salir jamás de casa sin antes asegurarse llevar un lápiz consigo. En alguna entrevista declaró que “los años me han enseñado esto: si llevas un lápiz en el bolsillo, hay bastantes posibilidades de que algún día te sientas tentado a utilizarlo. Y me gusta decir a mis hijos que así es como me hice escritor“.

Paul Auster publicó cerca de medio centenar de títulos entre novelas, poesía, ensayo, libros de memorias, textos misceláneos y guiones cinematográficos. Fue reconocido y celebrado por la magia inexplicable que destilan sus textos que, traducidos a más de 40 lenguas, pueden encontrarse desde prestigiosas bibliotecas universitarias hasta librerías al paso en aeropuertos: junto con la calidad de su obra, también se suele reconocer al escritor como un icono cultural, como un rockstar literario.

Sus temas recurrentes eran las casualidades, el libre albedrío y las consecuencias de nuestras decisiones confrontadas con el destino. Alguna vez Auster se refirió a la soledad inhe­rente al oficio de escribir: “Me pregunto por qué me he pasado toda la vida encerrado en un cuarto escribiendo, cuando afuera está el mundo lleno de vida y de posibilidades. La escritura exige entregarse a ella sin fisuras, abrirse a toda forma posible de dolor, de gozo, a todas las emociones que es posible sentir. Hacerlo bien requiere coraje moral. Ninguna otra ocupación exige a quien la desempeña que entregue el ser, el alma, el corazón y la cabeza sin saber si al final habrá recompensa“.

Con Nueva York como telón de fondo, sus relatos tienden a sumergirnos en un universo que subvierte géneros literarios (como la novela negra) donde la soledad, la nostalgia, la angustia, el destino, la desesperación y las relaciones humanas se entrelazan, llevando el pulso de dichas calles a otros rincones del planeta. Hay quien dice que Auster fue uno de los mejores retratistas de una ciudad de posibilidades infinitas que él consiguió mostrar a los lectores como si se tratase de un pueblo cercano.

Entre sus obras más reconocidas se encuentran La Trilogía de Nueva York, El Palacio de la LunaLeviatán, El País de las Últimas Cosas, o el relato de no-ficción La Invención de la Soledad (1982), publicación que logró posicionarlo como un autor de proyección. La lista puede extenderse bastante…

En su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2006, afirmó que “la necesidad de hacer, de crear, de inventar es, sin duda, un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte y, en particular, el arte de narrar en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra”. Llamativa declaración para un escritor de tomo y lomo que, de hecho, durante aquella misma alocución en España aseguró que seguiría escribiendo hasta el día en que exhalara su último aliento. Y así lo hizo: su último libro, Baumgartner, fue presentado apenas meses antes de su partida.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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