La novela, en realidad, es un canto que narra la vida de esos hombres olvidados que poblaron aquella tierra inhóspita y le dieron a Chile la riqueza de que gozó en sus primeros años de vida independiente, pasando por los avatares de la Guerra del Pacífico y de la distante Primera Guerra Mundial.
En esta novela fabulosa, Francisco Rivas nos cuenta la historia de Ricaventura, un pueblo mítico del desierto de Atacama, desde que fuera descubierto por el Adelantado Don Diego de Almagro, en 1535, hasta que colapsó cuando los alemanes aprendieron a obtener salitre del aire, en la segunda década del siglo XX.
Antes de comenzar el relato, el lector se encuentra con “Los hombres del nitrato”, versos del Canto General de Pablo Neruda, que bien vale la pena recordar:
“Yo estaba en el salitre / con los héroes oscuros, / con el que cava nieve fertilizante y fina / en la corteza dura del planeta, / y estreché con orgullo sus manos de tierra. /
Ellos me dijeron: “Mira, hermano, cómo vivimos, / aquí en “Humberstone”, aquí en “Mapocho”, / en “Ricaventura”, / en “Paloma”, / en “Pan de Azúcar”, en “Piojillo”. /
Y me mostraron sus raciones / de miserables alimentos, / su piso de tierra en las casas, / el sol, el polvo, las vinchucas, / y la soledad inmensa”.
La novela, en realidad, es un canto que narra la vida de esos hombres olvidados que poblaron aquella tierra inhóspita y le dieron a Chile la riqueza de que gozó en sus primeros años de vida independiente, pasando por los avatares de la Guerra del Pacífico y de la distante Primera Guerra Mundial, cuando las potencias europeas se disputaban el nitrato que ellos rasguñaban a la sal del desierto.
Los cuatro siglos que transcurren mientras se desarrolla la historia de Ricaventura se pasan volando y el lector desearía que no terminaran jamás. La novela posee el encanto de esos antiguos libros de aventuras que nos deleitaron en la adolescencia, cuando nos asomábamos a vidas increíbles que gustosos habríamos cambiado por la nuestra, que nos parecía opaca y desabrida al lado de la que brillaba en letras de molde ante nuestros ojos.
Al mérito de la imaginación del autor se debe agregar el de la riqueza de su prosa. En especial la adjetivación creativa e inesperada que utiliza. Veamos, a vía de ejemplo, como presenta al cura, de nombre Ventura: “La parroquia de Ricaventura quedaba demasiado lejos para cambiar al cura todos los meses, y como Ventura nunca pidió traslado y de él jamás se recibieron reclamos, su nombre, prendido a un alfiler, había zozobrado en los colores de greda del mapa de la arquidiócesis” (Pág. 27).
Ramón Gracia se llama el protagonista de la novela. En torno a él pululan numerosos personajes, cada uno con su propia identidad, que generan un mundo de fábula en el que caben todas las pasiones humanas.
La novela es fabulosa, dije al principio. Ese adjetivo puede entenderse al menos en dos sentidos y ambos le caben, como anillo al dedo, a este libro que es de los mejores escritos en Chile en los últimos cincuenta años. Su primera edición data de 1987 y se hacía necesaria esta nueva, que comentamos. Narra páginas de la historia patria que no figuran en la historia oficial, y no se crea que esto se debe únicamente a que nos hablan de personajes ideados por la imaginación laboriosa del autor, porque Rivas también presenta a militares y políticos, incluidos diputados, senadores, ministros y el propio presidente de la República, aun cuando no se menciona su nombre, todo un carácter que no se aleja mucho de la realidad de entonces y tal vez de épocas más cercanas.
Diego de Almagro había dejado a su paso por Ricaventura cinco palmeras y una cruz de bronce. “Planta cruces y cosecharás cristianos”, le había aconsejado su confesor al despedirlo en la península (Pág. 11). Y hasta aquel lejano lugar llegaron también cristianos provenientes de Europa, que iban a jugar papeles trascendentes en el desarrollo de esta historia. Me estoy refiriendo a Bernal Nápoles, a quien conocemos en Sicilia cuando…
“Bernal Nápoles apuñaló a Vittorio Scolccini en una esquina húmeda de orina y desamparada de luces. Le clavó la daga por detrás de las costillas mientras lo abrazaba, ahí donde mata pero no duele, y la retiró cuando sintió que el cuerpo se le aflojaba entre los brazos como una muñeca de lana. Le quitó los papeles y los billetes y sin volver la mirada lo dejó desangrándose” (Pág. 127).
Este homicidio mafioso iba a prolongarse en el tiempo y la geografía para terminar de consumarse en el desierto atacameño. Así también habría de prolongarse la historia del Gran Capitán don Diego de Almagro, con cuyo nombre comienza esta novela y cuya presencia aparece también en los párrafos finales:
“El orgulloso castellano escuchó girar la rueda del garrote, pero solo pidió clemencia al cielo, no a los hombres: ignoraba, es cierto, el destino de sus dominados.
“Los que cuatrocientos treinta y cinco años después pisotearon esa tierra y a las mujeres y hombres de esa tierra, habiendo nacido en ella, también pidieron clemencia después de ser juzgados. Sus acusadores les permitieron hablar, les permitieron defenderse, pero no les pudieron volver a creer” (Págs. 307 y 308).
Para todo tipo de lectores, “Martes tristes” provocará la alegría que genera la mejor literatura.
“MARTES TRISTES”
FRANCISCO RIVAS
EDITORIAL MAGO, 308 PÁGINAS
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