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Precariedad Cultural: El abandono estatal de los músicos chilenos CULTURA|OPINIÓN Créditos Imagen: Agencia Uno

Precariedad Cultural: El abandono estatal de los músicos chilenos

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¿Qué tipo de cultura se puede construir cuando sus creadores están atrapados en un modelo que los empobrece? Lo que hoy vemos en la industria musical es apenas un reflejo de un problema más amplio.


Hace un mes, un reportaje publicado por The Clinic destapó las prácticas abusivas de la productora DG Medios, dejando en evidencia una realidad que los músicos chilenos conocen de sobra: abrirse camino en la industria significa, muchas veces, aceptar condiciones que rozan lo indigno. Lo que debería ser una oportunidad para el despegue artístico se convierte, así, en un terreno marcado por la explotación. En este caso, los artistas teloneros fueron obligados a pagar un monto por los derechos de autor de sus propias presentaciones. Un absurdo que no sólo contradice el espíritu de la “Ley del Telonero”, sino que también devela la fragilidad laboral que atraviesa el sector.

Las reacciones fueron inmediatas. La Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales (SCD) calificó las cláusulas impuestas por la productora como abusivas, mientras la subsecretaria del Ministerio de las Culturas, Jimena Jara, se sumó a las críticas. Sin embargo, su declaración dejó un sabor amargo. Aunque reconoció lo injusto de las condiciones impuestas, también señaló que estas prácticas no son ilegales. Con esa frase, más que condenar el abuso, terminó por validarlo. Admitir que el Estado no tiene herramientas para fiscalizar ni proteger a los músicos es, en el fondo, aceptar que la industria cultural funciona sin reglas claras y que el mercado dicta las condiciones.

Este caso no es aislado. Es un síntoma más. Es la prueba de que en Chile la creación artística sigue siendo tratada como un privilegio y no como un derecho. Los músicos independientes navegan en un sistema que les exige pagar por ser escuchados, ceder derechos para ser vistos y aceptar abusos para no ser borrados. Frente a ese escenario, las palabras de la subsecretaria no solo confirman el desamparo institucional, sino también el peso simbólico de un Estado que observa desde la tribuna mientras el mercado se apropia del escenario.

La pregunta es inevitable: ¿qué tipo de cultura se puede construir cuando sus creadores están atrapados en un modelo que los empobrece? Lo que hoy vemos en la industria musical es apenas un reflejo de un problema más amplio. No se trata sólo de teloneros explotados, sino de un sistema que ha normalizado la precariedad como costo de entrada al mundo cultural. Y mientras las productoras multiplican sus ganancias, los músicos siguen siendo tratados como un eslabón prescindible.

Es urgente repensar este modelo. No basta con señalar los abusos: necesitamos leyes que protejan a los artistas, mecanismos para fiscalizar contratos y un Estado que entienda la cultura como un bien público, no como un negocio. Porque detrás de cada canción que nos conmueve o cada concierto que nos une, hay horas de trabajo invisibilizado, precarizado y, muchas veces, despreciado. Y ya es tiempo de cambiar esa melodía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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