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¡Buenas tardes, habitantes de este Universo Paralelo! La edición de hoy está dedicada al mundo vegetal. El 85% de la biomasa de nuestro planeta, es decir, de la materia viva, pertenece a este reino. Los vegetales colorean el paisaje con un pigmento verde llamado clorofila.
En las Breves Paralelas recordaremos el megaterremoto de Valdivia, que ocurrió hace exactamente 64 años. Además, algo sobre la “Wood Wide Web”, una idea controvertida que afirma que existe una red de hongos que permite la interacción de árboles en los bosques.
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¿Eres fanático de las plantas y, a pesar de tus cuidados, no crecen y muchas veces terminan muriendo? Es probable que el problema sea la fertilización, y uno de los nutrientes clave es el nitrógeno. Este elemento es esencial para los seres vivos y constituye el 78% del aire. Sin embargo, su forma molecular presente en la atmósfera, compuesta por dos átomos del elemento (N2), es extremadamente estable químicamente.
La mayoría de los organismos no pueden aprovecharlo en esta forma y dependen de procesos geológicos o biológicos que puedan “fijar” este nitrógeno. Es decir, capturarlo del aire y transformarlo en moléculas más reactivas. Algunas bacterias, por ejemplo, lo convierten en amoníaco (NH3).
Entender estas relaciones simbióticas puede ser clave para desentrañar los misterios de la vida y la evolución. En un reciente artículo, científicos de la Universidad de California presentan un significativo avance en la biología evolutiva relacionada con la simbiosis. La investigación se centra en dos organismos que viven en simbiosis: una bacteria fijadora de nitrógeno, conocida como UCYN-A, y un alga unicelular, la B. bigelowii.
UCYN-A es una cianobacteria, microorganismo capaz de realizar fotosíntesis y fijar carbono como las plantas. Sin embargo, la investigación destaca que UCYN-A ha perdido genes esenciales para estas tareas, concentrándose exclusivamente en la fijación de nitrógeno. Las proteínas necesarias para estas funciones son ahora proporcionadas por B. bigelowii, indicando una alta dependencia del huésped.
Este descubrimiento es significativo, porque permite comprender los primeros pasos de la evolución de los organelos, sustentando la idea de que estos pueden evolucionar a partir de intensas simbiosis, como propuso la bióloga Lynn Margulis, hacia finales de los años 60.
¡Imagina las nuevas posibilidades para una agricultura más sostenible, o incluso para tus plantas, que sufren cuando no recuerdas fertilizarlas!
En la actualidad el 50% de la población mundial se concentra en ciudades, donde los bosques urbanos o áreas verdes resultan de vital importancia, ya que limpian el aire, absorben agua y protegen al medio ambiente del calor excesivo.
Estudios recientes demuestran que estas formaciones vegetales aportan servicios ecosistémicos similares a las áreas naturales. El interés por el espacio verde ha crecido notablemente: se estima que existen sobre 186 millones de hectáreas de bosques urbanos.
Pero aún existen brechas. En particular, las imágenes satelitales no dan cuenta de la diversidad de las formaciones, ya que para poder identificar las especies de árboles presentes se requieren niveles de detalle solo posibles desde el suelo. Al menos hasta ahora.
Recientemente, un estudio liderado por la investigadora Luisa Velásquez-Camacho, logró demostrar que es posible la clasificación taxonómica automática de plantas de áreas urbanas utilizando IA.
El equipo integró herramientas de aprendizaje profundo con información de imágenes satelitales, datos a escala de suelo con imágenes de Google Street View y el uso de aplicaciones de ciencia ciudadana para identificación de plantas georreferenciadas (tales como Plant.id, Seek de iNatulalist y Pl@ntNet).
Por supuesto, esto es solo el inicio. Hay muchas razones que hacen que la precisión del sistema no sea aún la deseada. Sin embargo, se espera que, en un futuro cercano, podamos contar con una plataforma capaz de entregar, en tiempo real, la estructura y composición de los bosques urbanos en cualquier lugar del mundo.
Cada semana hacemos las mismas cuatro preguntas a un científico. En esta edición, entrevistamos a la bioquímica y doctora en Ciencias Biológicas Claudia Stange Klein.
-¿Qué te motivó a dedicarte a la ciencia?
-Fue un proceso continuo, sin estar realmente consciente de que me convertiría en científica. En el colegio me gustaban mucho la biología y la química. En casa (me crié en el campo de la localidad de Chamiza, en Puerto Montt) estaba siempre en contacto con plantas y hacía “experimentos” polinizando flores de diferentes colores, germinando semillas, etc. Más que nada por curiosidad. En realidad no sabía qué carrera estudiar. Mi primera opción era el teatro, pero, aunque me gustaba mucho, lo descarté por una carrera que me “permitiera trabajar en laboratorio”.
Es así que, en el momento de la postulación a la U, vi un folleto de la carrera de Bioquímica de la U. de Chile y se me iluminó el corazón. Era una carrera poco publicitada, pero sabía que por ahí estaba mi camino. Era una carrera bien exigente, pero me gustó mucho, sobre todo cuando comencé a tener clases de Biología Molecular y Fisiología Vegetal. Allí hice la conexión con mis intereses de niña y es así como me dediqué a la Biología Molecular Vegetal, lo que me apasiona hasta hoy.
-¿Cuál es la obra científica que más influyó en tu actividad?
-Es una pegunta difícil, porque hay muchas obras que marcaron hitos importantes en la ciencia. Una de ellas es On the Origin of Species de Charles Darwin, publicada por primera vez en 1859. Con esta obra, Darwin revolucionó la biología y la comprensión de la evolución, introduciendo el concepto de selección natural. En esa época fue muy controversial y desafió las ideas tradicionales sobre la creación y el origen de las especies, generando un gran debate en la comunidad científica y en la sociedad en general.
Darwin, con ello, concluye que la vida en la Tierra es por un proceso natural y continuo de cambio y adaptación, lo que dio un marco para entender la diversidad biológica. La obra sentó las bases para la biología moderna y sigue siendo una pieza central en el estudio de la evolución.
-¿Cuál es el problema científico más importante por resolver?
-Hoy en día, y más cercano a mi investigación, son los desafíos que nos presenta la mitigación y adaptación a la crisis climática. Las emisiones de efecto invernadero han generado diversas consecuencias, como el continuo calentamiento de la atmósfera, disminución de las precipitaciones anuales, derretimiento acelerado de los glaciares, aumento del nivel del mar, etc.
Se estima que estos efectos no podrán revertirse durante varios siglos o milenios si no se toman medidas inmediatas. En IPPC 2021 se realizó una proyección que indica que, para finales de siglo, las temperaturas aumentarán entre 1,0 °C y 5,7 °C. Un aumento de 1,5 °C produciría un incremento de las olas de calor, lo que podría generar un aumento de la pérdida de agua por evapotranspiración, aumentando la sequía y salinización del suelo, lo que pone en riesgo la seguridad alimentaria, dado que estas condiciones climáticas pueden reducir hasta en 50% la producción agrícola.
En nuestro grupo de investigación trabajamos en generar nuevas plantas, como kiwi y tomate, que puedan adaptarse a la sequía y salinidad sin afectar su producción.
-¿Cuál es la pregunta que te desvela como científica y cómo la enfrentas?
-En otra línea de investigación, estamos trabajando en entender cómo la zanahoria produce una raíz comestible con ese elevado nivel de carotenoides (pigmentos naranjos saludables provitamina A), a diferencia de sus parientes como el perejil, cilantro, apio, entre otros. La zanahoria adquirió alguna mutación durante su cultivo en el siglo X, con lo que se produjeron zanahorias amarillas, púrpuras, naranjas, blancas y rojas.
Entendemos que es un sistema complejo y otros investigadores compararon las zanahorias blancas y naranjas, encontrando un gen mutado en la zanahoria que normalmente, al estar activo, impide la síntesis de carotenoides en la raíz. Sin embargo, nosotros identificamos otros genes en la raíz de la zanahoria (como receptores de luz), que normalmente se necesitan para el desarrollo de plantas y síntesis de carotenoides cuando las plantas crecen en sombra.
Esto nos hace sentido, ya que a una baja profundidad de tierra la raíz está en sombra (más que en oscuridad total). Cuando mutamos uno de estos genes, DcPAR1, no se produce la raíz comestible ni la síntesis de carotenoides. Esta evidencia es muy relevante a nivel evolutivo y seguimos investigando para entender todo el mecanismo que se activó en la zanahoria hace tantos siglos.
Esto podría ayudar a generar raíces comestibles en otras especies, como los parientes de la zanahoria.
Esta es una imagen lateral de un embrión de pez cebra que tiene 1 día de vida. Fue obtenida con un microscopio confocal de última generación. Usando ciertos “trucos”, permite a los científicos ver estructuras que son invisibles al ojo humano desnudo.
Estos peces han enseñado mucho a los científicos sobre cómo se desarrollan los diferentes animales y cómo se producen ciertas enfermedades en humanos, lo que ha dado lugar a algunos tratamientos nuevos.
Debo excusarme en esta edición, ya que las Breves no quedaron tan breves. Pero ya saben, la longitud es relativa al sistema de referencia en que se mida. Y hablando desde Chile, la memoria del gran terremoto de Valdivia, que hoy recordamos, se extiende inconteniblemente. Quizás como esos diez minutos que duró ese terremoto, que para aquellos que lo experimentaron debió ser una eternidad.
– Un día como hoy, 22 de mayo, hace 64 años, a las 3 de la tarde, 11 minutos y 43 segundos, comenzó el terremoto más intenso que la humanidad haya registrado jamás.
La energía total liberada en el megaterremoto de Valdivia fue enorme. Equivalente a miles de millones de bombas atómicas como la lanzada en Hiroshima. Los tsunamis que produjo tuvieron consecuencias trágicas en lugares tan lejanos como Japón, en donde murieron más de cien personas.
Como dirían los Beatles: “Will you still need me/ will you still feed me/ when I’m sixty four?” (“¿Todavía me necesitarás/ todavía me alimentarás/ cuando tenga sesenta y cuatro?”). A 64 años del “Riñihuazo”, no podemos estar más seguros de eso.
– Algunos científicos afirman que, a través de una red subterránea de hongos conocida como la “Wood Wide Web”, árboles y plantas pueden compartir recursos como agua y nutrientes e, incluso, enviar señales de advertencia sobre plagas y enfermedades.
Este concepto es muy controvertido y genera fuertes debates en biología. Pero quizás sea realidad, al menos en contextos reducidos, como muestra un reciente artículo liderado por el profesor David Read, de la Universidad de Sheffield.
– Para nuestros lectores que viven en Temuco o sus alrededores, quisiera recomendar la exposición “Corazón Fluorescente”, curada por María José Riveros y Leonardo Valdivia, que se presenta actualmente en la Sala de Arte de la sede de la Universidad Mayor en dicha ciudad. Es en esta muestra en donde se exhibe la fotografía “Raíces”, de Leonardo Valdivia y Aracelli Neira, la imagen de la semana de esta edición.
– Terminemos con música sobre vegetales. Con algo luminoso y lúdico como:
Voy a estar cerca de mis vegetales
Voy a devorar mis vegetales
Te amo más que a nada
Mi vegetal favorito
Si trajeras una gran bolsa marrón de ellos a casa
Saltaría de alegría y esperaría a que me lanzaras una zanahoria.
Así comienza la canción “Vegetables” de los Beach Boys, publicada en su disco Smiley Smile de 1967. El tema era originalmente parte del álbum Smile, el sucesor del gran Pet Sounds, que la banda lanzó el año anterior. Pero ese disco –quizás el más esperado en la historia del rock– jamás vio la luz. La mayoría de las canciones fueron publicadas en versiones distintas en varios álbumes posteriores.
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Eso es todo por esta semana en Universo Paralelo. Si tienes comentarios, recomendaciones, fotos, temas que aportar, puedes escribirme a universoparalelo@elmostrador.cl. También puedes lanzarme una zanahoria. Gracias por ser parte de este Universo Paralelo. ¡Hasta la próxima semana!