Es difícil pensar en un Chile más verde si al 2017 el 40 % de nuestra generación eléctrica provino del carbón. Donde 29 centrales de este tipo continúan contaminado el aire y matando lentamente a miles de compatriotas, además de aportar al cambio climático al ser responsables del 91 % de las emisiones del parque eléctrico nacional. Usted podrá sentirse más ecológico en un bus eléctrico, pero enchufado a una termoeléctrica lo único que está haciendo es desplazar el impacto a alguna lejana zona de sacrificio.
El anuncio desde hace unas semanas en Polonia de que Chile será sede de la COP25 en enero de 2020 alegró a muchos. Empresas, gobierno y ONGs ven la noticia como una oportunidad por disímiles motivos, reiterando de esta forma lo que se sabe desde hace mucho: las crisis son síntoma de un problema pero también oportunidad. El calentamiento global, con el drama involucrado para miles de millones que habitan vulnerables territorios, puede ser aprovechado de las más diversas formas, algunas apuntando a transformaciones de fondo, otras imitando cambios para que todo se mantenga igual.
Por estos días, Sebastián Piñera alineado con las generadoras eléctricas, empresas mineras y acríticos medios de comunicación ha reimpulsado la agenda de la electromovilidad, proponiendo mutar desde el transporte basado en combustibles fósiles a uno de tipo eléctrico. El concepto se enmarca en la utopía full electric, un mundo futuro similar al de la familia Jetson, aquellos dibujos animados que en América Latina conocimos como Los Supersónicos.
El interés de las generadoras es obvio: los dueños de los molinos y productores de harina pregonando las bondades del pan para la dieta familiar. Junto a ellas las mineras, por la mayor demanda de cobre y litio que el escenario full electric conllevaría. No se podría esperar menos de esto dos sectores responsables de múltiples impactos ecosistémicos a nivel local y global.
[cita tipo=destaque»]La señal que el planeta nos está dando con el calentamiento global no se restringe solo a emitir menos CO2, metano o cualquier gas de efecto invernadero. Los que esta Gaia nos está diciendo es que como especie hemos tenido una muy mala relación entre nosotros y con las otras especies, tanto en términos contemporáneos como intergeneracionales. Si no entendemos aquello no habremos comprendido nada y cualquier alternativa de solución será más de lo mismo, pero con otro nombre. En este caso, electromovilidad.[/cita]
Sin embargo, la electromovilidad está siendo promovida también sobre fundamentos medioambientales. Una economía verde con mayor productividad, mejoramiento de las posibilidades económicas y del cuidado ambiental. Una tormenta perfecta, una oportuna conjunción de astros. Es la sensación de win-win que se transmite en televisión y prensa. Faltan solo las manos alzadas.
El problema es que la electricidad no es una fuente primaria de energía. Es un formato, eficiente y dúctil, de almacenamiento y transmisión, pero no es de base. Depende, necesariamente, de la intervención previa de los ecosistemas: carbón, gas, petróleo, viento, agua, sol. O, mejor dicho, en muchos casos del movimiento que estas originan.
Entonces es difícil pensar en un Chile más verde si al 2017 el 40 % de nuestra generación eléctrica provino del carbón. Donde 29 centrales de este tipo continúan contaminado el aire y matando lentamente a miles de compatriotas, además de aportar al cambio climático al ser responsables del 91 % de las emisiones del parque eléctrico nacional. Usted podrá sentirse más ecológico en un bus eléctrico, pero enchufado a una termoeléctrica lo único que está haciendo es desplazar el impacto a alguna lejana zona de sacrificio.
Pero existe un asunto aún más complejo relacionado con la sensación de eficiencia que la electromovilidad conllevaría. Lo dice la vigente Estrategia Nacional de Electromovilidad: “Los vehículos eléctricos presentan una interesante oportunidad en Chile y el mundo para alcanzar las metas descritas, pues en la actualidad presentan una mayor eficiencia en términos energéticos…”.
Aunque suene extraño, si no se vincula la eficiencia a un profundo cambio de paradigma, la presión ecosistémica es mayor en términos globales y al largo plazo. Es la paradoja de Jevons, un joven economista inglés que a mediados del siglo XIX demostró que mientras más eficientes eran las máquinas a vapor, más carbón se requeriría.
El asunto es sencillo. Si se requiere 1 de energía para producir 1, cuando se requiera 0,5 para producir lo mismo el efecto no será usar 1 para producir 2. Por la idea de abundancia y menor costo se demandará más aún, con la consiguiente mayor presión sobre la naturaleza considerando que toda forma de producción de energía requiere cierto nivel de artificialización. Es como cuando la gente va a las liquidaciones, la tendencia siempre es a comprar más de lo que efectivamente se necesita.
Ahí están los parques eólicos en Chiloé, las centrales hidroeléctricas proyectadas por doquier, el interés de prácticamente pavimentar el desierto de Atacama con paneles solares, en una carrera desbocada de generación que alimenta el sueño full electric de algunos.
Hoy no es el momento de difundir la sensación de que vivimos en un planeta sin límites, requerimos ser conscientes de la responsabilidad en el uso de los recursos. El ahorro, más que la eficiencia. Es el turno de la subsidiariedad de lo artificial, que no significa eliminar la intervención de lo natural sino simplemente que no sea necesariamente la primera y exclusiva opción.
Iniciando el 2020 veremos si esta discusión será parte del debate de la COP25 sobre cambio climático. De otra forma, lo que pueda decir nuestro país sobre uno de los principales desafíos civilizatorios no solo será más de lo mismo sino que pondrá el pie sobre el acelerador hacia el borde.
Porque la señal que el planeta nos está dando con el calentamiento global no se restringe solo a emitir menos CO2, metano o cualquier gas de efecto invernadero. Los que esta Gaia nos está diciendo es que como especie hemos tenido una muy mala relación entre nosotros y con las otras especies, tanto en términos contemporáneos como intergeneracionales. Si no entendemos aquello no habremos comprendido nada y cualquier alternativa de solución será más de lo mismo, pero con otro nombre.
En este caso, electromovilidad.