La diversidad de conceptos y objetos de discusión que se han propuesto en la agenda de APEC 2019, hacen un llamamiento a reflexionar sobre asuntos claves en el desarrollo económico y social a nivel internacional. Pero, al mismo tiempo, para esto se requiere de una mirada holística y sostenida de los temas de género, sustentabilidad, pueblos originarios o integración, pues, es sumamente necesario un despliegue y desarrollo hacia otras áreas por fuera del nicho económico, para su diálogo y debate en las realidades sociales y culturales de los países del Pacífico y entre los agentes participantes.
La celebración anual del APEC, como lo señala su nombre, agita una instancia anclada en lo económico. Allí reside su cimiento formativo, que se sucede en 1989 como foro multilateral entre los países del Pacífico que buscan la cooperación económica. Con un menor brío, aunque vinculado a lo anterior, el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico también se considera un importante fenómeno geopolítico y de relaciones internacionales para los 21 países (o economías) miembros.
A 29 años de la creación de la APEC y 14 desde que nuestro país fuera sede de su reunión anual por primera vez, la mirada del Estado de Chile ha acentuado este cauce economicista: para el año APEC 2019 la agenda de prioridades se ramifica entre los conceptos de “Sociedad digital”, “Integración 4.0”, “Mujeres, Pueblos originarios y PYMES” y “Desarrollo integral, inclusivo y sustentable”. Los datos justifican la visión pragmática del foro y sus posibilidades de aproximación en la coyuntura nacional: según los datos entregados por la DIRECON, la Cuenca del Pacífico constituye el destino del 69% de nuestras exportaciones y el 58% de nuestras inversiones provienen de aquella región. A esto se suma que se considera como una de las zonas económicas más estables y dinámicas, abarcando cerca del 40% de la población mundial.
Ahora bien, por fuera de los beneficios económicos y las ventajas geoestratégicas que trae la APEC para los estados partícipes, quisiéremos aportar un par de elementos con el fin de ampliar las aristas o rendimientos de consideración, tanto coyunturales y a futuro, de esta importante instancia deliberante.
Para comenzar, sostenemos que APEC es un acontecimiento que podría adquirir mucha más referencia, influencia y repercusión a las sociedades asiáticas y latinoamericanas si se estableciera como un espacio de interpelación (a nivel de Estados, economías y sociedades) sobre modos singulares de habitar el mundo y la necesidad de construir, sobre esta base y con este objetivo, nuevas rutas de exploración; es decir, políticas o discursos a largo plazo desde una mirada interdisciplinaria. Creemos que nuestra región no puede seguir perpetuándose con el Asia a través de un pasivo desconocimiento o la relativización de su necesidad en el mundo universitario, estatal y privado, menos con la progresiva puesta en valor del Pacífico y la impronta geopolítica que ello acarrea para los países vinculados con las economías del Sudeste asiático y el Asia oriental.
Este puerto de partida no es antojadizo o ineficaz: acontecimientos de trascendencia como APEC, u otros como la CELAC, deberían ejercer para el Estado sede, en este caso el chileno, una preocupación –una toma de conciencia, si se quiere– sobre la forma en que nos aproximamos al Asia y desde qué perspectivas proyectamos sus junturas. En otras palabras, el año APEC 2019 debe contribuir a desplazar nuestra medianía con la región asiática hacia la condición de un fenómeno problemático de estudio, tanto para las universidades como los organismos del Estado y el mundo privado; esto es, el de configurar el Asia dentro de una experiencia multidisciplinar compartida, inagotable y desbordante.
Tal iniciativa de toma de conciencia debe tener un puntapié importante en el sistema universitario, el que debe dar más cabida –con una dirección estratégica– a los saberes vinculados con la región asiática. Esto, ya desde el fortalecimiento de cátedras, talleres de tesis, líneas de investigación de pre y posgrado o proyectos de extensión con temáticas pertinentes a la coyuntura del Asia. Sin olvidar, acaso, la capacidad de incorporar los espacios institucionalizados del mundo universitario y externo que desarrollen investigación sobre lo que engloba lo asiático, además de sus comunidades académicas y estudiantiles. Hoy por hoy, la pequeña comunidad académica que analiza el Asia desde América Latina da saltos para lograr asomarse y respirar algo de ese “aire balsámico de la APEC”, intentando, dentro de todas las limitantes, ser partícipe de estos acontecimientos.
Quienes sí han orientado el fenómeno de la APEC hacia una concepción más deslimitada de lo económico, a propósito, en lo que respecta al ambiente cultural que se gesta en el país sede, son las embajadas que colaboran aumentando sus actividades de difusión durante el año de realización del foro. El incentivo y participación de las embajadas posibilita crear un espacio idóneo para fortalecer y consolidar las buenas relaciones económicas entre los países partícipes y el conocimiento mutuo entre los pueblos y tradiciones convocadas.
Ahora bien, a pesar de los consorcios, redes y fundaciones académicas APEC que México, Perú y Chile establecieron con distintas universidades, consideramos que hay, al menos, dos factores que han evitado un diálogo mayor y más profundo en las distintas áreas de estudio: en primer lugar y, como lo señalan la Dra. Lía Rodríguez y el Dr. Ezequiel Ramoneda (miembros de la Asociación Latinoamericana en Estudios de Asia y África, ALADAA), la tendencia de los foros académicos ha sido hacia lo económico, lo intergubernamentalista, con pocas instancias de participación con otros países de la región que no estén en el litoral del Pacífico a participar en sus encuentros, donde hay casos aislados como la Fundación Chilena del Pacífico y sus proyectos en conjunto con la Fundación Okita de Argentina. En segundo lugar, pareciera ser que la vía empresarial y la académica sobre el Asia en América Latina siguen corriendo de forma paralela. Es más, nos atrevemos a señalar que la línea empresarial se desliza por una autopista de rápida velocidad, mientras que la académica avanza sobre adoquines.
Aquello obedece, otra vez, a dos principios. Uno, debido a que el mundo académico sigue acomodado en el carro medieval de la investigación o acongojado por el encierro que provoca la competencia institucional de lograr más y más publicaciones indexadas. Si se quiere ver de esta manera, el ensimismamiento que padece la comunidad académica es también una delimitación de intereses y asociaciones entre sus objetos de estudio y los fenómenos contingentes de la sociedad.
Por otra parte, se diría que la vía empresarial corre veloz, con foco directo hacia su finalidad última: el desarrollo económico. En ese sentido, el aspecto cultural y educacional solo se perfilan como avisos publicitarios que decoran la bella autopista, los que rara vez son de mayor envergadura. Esto, ya sea por la generosidad de un empresario filántropo, la activación de alguno de los tantos acuerdos bi o multilaterales entre los estados o por pequeños impulsos que realizan las instituciones académicas. En varias oportunidades esa fuerza entusiasta se ha traducido en centros de estudios asiáticos, los que intentan (en su mayoría) encajar un diplomado, curso optativo o, si el interés y apoyo financiero son mayores, un postgrado que, si tiene éxito, perdura dos o tres generaciones de egresados. Estos centros tienen una caducidad de algunos años y mueren en el camino. Son pocos los que han logrado sostenerse y valerse en el tiempo.
Este panorama de los estudios asiáticos en Chile y, por no decirlo, en casi toda América Latina, describe algo que, sin lugar a dudas, contradice a lo que se perfila como las universidades del futuro (estudio U. Oberta de Catalunya, marzo, 2017); a saber, aquellos espacios que abren canales de comunicación con las empresas e industrias, creando unidades de investigación y evaluación. Es evidente que, con la escasez de espacios de investigación, sumada a la distancia entre el mundo empresarial y académico, difícilmente concretaremos esos mentados nexos.
Para finalizar, consideramos que la diversidad de conceptos y objetos de discusión que se han propuesto en la agenda de APEC 2019, hacen un llamamiento a reflexionar sobre asuntos claves en el desarrollo económico y social a nivel internacional. Pero, al mismo tiempo, para esto se requiere de una mirada holística y sostenida de los temas de género, sustentabilidad, pueblos originarios o integración, pues, es sumamente necesario un despliegue y desarrollo hacia otras áreas por fuera del nicho económico, para su diálogo y debate en las realidades sociales y culturales de los países del Pacífico y entre los agentes participantes.