Si bien hemos logrado avances desde la climatología, una disciplina científica a la cual es inherente un considerable nivel de incertidumbre, necesitaremos de esfuerzos interdisciplinarios para la aplicación del conocimiento científico. La implementación de nuevas herramientas de monitoreo será posible en la medida que todos los actores relevantes para la toma de decisiones comprendan los impactos de la variabilidad y del cambio climáticos a nivel natural y socioeconómico. Aun cuando el panorama parece desfavorable, estamos a tiempo de hacernos cargo en muchos frentes.
Los termómetros de monitoreo de la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), inauguraron el año 2019 con registros altísimos: el día 3 de enero, la temperatura máxima bordeó los 35°C en la Región Metropolitana y casi alcanzó los 40°C en la regiones de Coquimbo y Valparaíso. Aunque basta solo un día de calor realmente intenso, lo que llamamos un evento extremo, para que la población se sensibilice y la meteorología esté en boca de todos, es la persistencia de estas condiciones, es decir, su prolongación temporal, la que establece la ocurrencia de lo que definimos como ola de calor.
Para esto, la DMC establece valores críticos a nivel mensual, o umbrales, de temperatura máxima para ciertas localidades que cuentan con estaciones meteorológicas. Si estos valores son sobrepasados durante 3 días consecutivos, se presencia una ola de calor; si el evento se extiende por al menos 5 días, este corresponde a una ola de calor extrema. Bajo este criterio, las regiones de Coquimbo y Metropolitana presenciaron olas de calor tras el reciente Año Nuevo. Y la proyección climática de la DMC indica condiciones secas y cálidas para el resto del verano.
Es fácil constatar que si el clima de una región particular cambia en el tiempo, de forma que las temperaturas tienden a aumentar, como ha sucedido en Chile central en las últimas décadas, y los umbrales descritos anteriormente se mantienen fijos, habrá cada vez una probabilidad más alta de registrar olas de calor. Este efecto permite comparar las estadísticas de las olas de calor entre diferentes décadas y es un buen indicador de las implicancias del cambio climático.
[cita tipo=»destaque»]Las olas de calor se generan principalmente por una alteración de la circulación atmosférica promedio de cada localidad. Básicamente, la forma en que sopla el viento en distintos niveles de altura, puede inducir la sustitución de masas de aire por otras provenientes de otros lugares, con distinta temperatura y humedad, o cielos más despejados, y por tanto el aumento de la radiación solar incidente. Mientras que el primer factor parece jugar un rol más importante hacia el norte, hacia el sur el aumento persistente de radiación solar es primordial para la ocurrencia de altas temperaturas máximas, pues normalmente hay menor disponibilidad de este factor. Por supuesto, hay más factores que pueden incidir en la generación de olas de calor, como por ejemplo la condición del suelo de una región tras una sequía prolongada.[/cita]
Sin embargo, a medida que el clima cambia, también varía el concepto de cuáles son las condiciones de temperatura esperables, por lo que, en un escenario mucho más cálido que ahora, los umbrales necesarios para la detección de olas de calor tendrán que ser adaptados.
A lo anterior hay que agregar el hecho de que el cambio climático no se manifiesta tan solo como una variación en los valores promedios de temperatura máxima, sino también como una alteración en la variabilidad de los registros. Esto significa que, probablemente, la temperatura irá cubriendo cada vez un rango más amplio de valores posibles, lo que nuevamente tiene implicancias en la ocurrencia de olas de calor.
Ahora, si la frecuencia de olas de calor se ve alterada con el calentamiento y la variabilidad del clima, ¿cuán relevante es el rol del cambio climático inducido por el ser humano en esta relación? La rama de la climatología que investiga este tema se denomina «ciencia de la atribución».
Aunque aún no tenemos estudios concretos sobre este aspecto para Chile central, un reportaje de la revista Nature sintetiza varios estudios científicos realizados entre 2014 y 2018 que han demostrado, en más de 50 casos de olas de calor e incendios forestales a nivel global, que el cambio global antrópico ha contribuido tanto a una mayor probabilidad de ocurrencia como a una mayor severidad de estos.
Estas se generan principalmente por una alteración de la circulación atmosférica promedio de cada localidad. Básicamente, la forma en que sopla el viento en distintos niveles de altura, puede inducir la sustitución de masas de aire por otras provenientes de otros lugares, con distinta temperatura y humedad, o cielos más despejados, y por tanto el aumento de la radiación solar incidente. Mientras que el primer factor parece jugar un rol más importante hacia el norte, hacia el sur el aumento persistente de radiación solar es primordial para la ocurrencia de altas temperaturas máximas, pues normalmente hay menor disponibilidad de este factor. Por supuesto, hay más factores que pueden incidir en la generación de olas de calor, como por ejemplo la condición del suelo de una región tras una sequía prolongada.
Además de importantes impactos de carácter natural y socioeconómico, entre los cuales destacan los asociados con la salud de las personas y la eficiencia del agro, nuestra investigación muestra que las olas de calor tienen una relación directa con la ocurrencia de incendios forestales en Chile central. Esto ocurre a través de la facilitación de la propagación del fuego que, en la mayoría de los casos, es iniciado por personas.
Debido a esto, es fundamental anticipar lo más posible la ocurrencia de estos eventos. Por esto, en el seno del (CR)2 y el Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción, nos hemos dedicado a explorar los factores remotos que pueden contribuir a generar olas de calor en nuestro país.
Hemos identificado ciertas zonas del Océano Pacífico Tropical y del Océano Índico que, al exhibir estados determinados, pueden darnos valiosas pistas anticipadas a la génesis de las olas de calor. De esta manera, eventualmente será posible extender más allá del plazo típico de algunos días, característico de los pronósticos meteorológicos, al rango de un par de semanas las alertas tempranas que indiquen una probabilidad elevada de olas de calor en nuestra región de interés.
Si bien hemos logrado avances desde la climatología, una disciplina científica a la cual es inherente un considerable nivel de incertidumbre, necesitaremos de esfuerzos interdisciplinarios para la aplicación del conocimiento científico. La implementación de nuevas herramientas de monitoreo será posible en la medida que todos los actores relevantes para la toma de decisiones comprendan los impactos de la variabilidad y del cambio climáticos a nivel natural y socioeconómico. Aun cuando el panorama parece desfavorable, estamos a tiempo de hacernos cargo en muchos frentes.